29 de set. 2021

Cataluña y Jauja

El señor Antoni Bori i Fontestà, que tiene calle en el callejero barcelonés, nació en Badalona en 1861. Como escritor no pasó a la historia, pero nos dejó un poema fascinante, aunque de nivel literario más bien escaso: La terra de Xauxa. Les dejo el enlace al poema entero, algo largo y tedioso pero suculento si pinchan aquí.

Xauxa es la tierra ideal y un proyecto político. Aunque el propio autor sugiere, en el cuarteto final, que Xauxa es, quizás, una simple fantasía. La descripción de lo que allí sucede es minuciosa y muy detallada. No sabría en donde detenerme, les dejo solo unas pocas notas, con datos de especial interés y que cada uno daría para un artículo sobre las utopías y sus peligros graves para la humanidad:

  • En Xauxa no hay pobres: todo el mundo es rico.
  • Todo el mundo obedece y se comporta con rectitud.
  • No se celebran elecciones ni se pagan contribuciones.
  • No hay descontrol y por consiguiente no hace falta policía.
Leyendo el poema, que vino a mi por casualidad y sin esperarlo, me acordé de las varias campañas de la Assemblea Nacional Catalana y de Òmnium Cultural, en donde nos invitaban a soñar la Cataluña independiente. Vull un país on... se tituló aquélla campaña, en el momento álgido del independentismo, cuando los eslóganes invitaban a pensar una independencia inminente, fulgurante y envidiada por el mundo entero, cuando el mundo entero solo tenía ojos para Cataluña. Cada uno podía aportar sus sueños y así lo hicieron miles de soñadores. Cada iluso con su ilusión, hubo quien pidió helado de postre cada día, fresas con nata para desayunar, justicia poética en vez de justicia democrática, felicidad para abuelas y abuelos, un país donde solo los besos tapen las bocas, un país que se levante temprano y se acueste tranquilo, donde crear una empresa sea fácil, sin listas de espera, con trenes puntuales...

En el ambiente había solo pensamiento mágico y la idea de que, solo por pedirlo, todo sería concedido. El ensueño del separatismo lo iba a permitir todo. Y aunque algunas peticiones sean de lo más realista (escuelas públicas de calidad, sin listas de espera, sin corrupción ni recortes), uno se pregunta para qué demonios hace falta crear un nuevo país: esas peticiones se deben exigir aquí y ahora, siempre, y también entonces, a los políticos que estaban mareando a la ciudadanía con promesas, declaraciones solemnes y leyes de transitoriedad que enmascaraban aquel golpe de estado postmoderno que perpetraron los días 6 y 7 de septiembre de 2017, los días más oscuros para la democracia.

Hay algo del sueño de Jauja de Bori i Fontestà en el delirio independentista. Algo de aquella Jauja está allí, agazapado en el duermevela, ese momento en el que la razón se esfuma y la realidad se confunde con los deseos. Había algo de Jauja y de las ideas más peregrinas de Paulo Coleho en los instantes más lúgubres para el sentido común y el sentido de la democracia. Todo terminó en un estrépito tremebundo de coches policiales, detenciones, juicios, presos y hombres que se fugan en el maletero de un coche tras mandar a sus subordinados al trabajo. La realidad, prosaica, inexorable e impávida, se impuso. Tal como sucede siempre y sin remedio: uno puede ensoñarse con un revolcón estival junto a su actriz favorita pero a la mañana siguiente amanece solo en la cama en el mejor de los casos y, en el peor, encamado junto al ser que detesta. Y entonces viene el lamento. O el crujir de dientes. Es la realidad el lugar en donde estamos y para el cual trabajamos.

Lo que viene tras el sueño de Jauja es eso: la frustración. Y es la frustración el sentimiento que se apodera de la Cataluña tras el procés: no hubo nada de nada, el mundo fue indiferente y estamos peor que antes. Ahora estamos divididos, jodidos por los efectos del virus, con más violencia en las calles y, además, sin helado de postres. Y el Barça pierde.

1 comentari:

  1. Un pequeño detalle que lleva (o va) de la mano de la frustración, y que nos indica que si, que existe ya ese sentimiento, es el del número de esteladas y banderas en los balcones. Ya no se ven con tanta facilidad, hay edificios sin ninguna, cuando siempre ondeaban un 5% más o menos en cada finca.
    Un detalle a tener en cuenta.
    Un abrazo

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