1 de jul. 2013

The Homecoming

Ilustración de Miquel Zueras, cedida gentilmente.


Fonseca emigró de Galicia a los veintipocos años y se fué al Perú. En Lima, cuando tenía casi cincuenta, recibió la noticia. Su padre y su madre habían fallecido en un accidente. El transbordador que cruza el estuario del Miño entre Pontevedra y la Guarda había naufragado. Sin supervivientes. Aunque no habían encontrado los cuerpos, estaban oficialmente muertos.

Fonseca viajó a España sin ganas. El notario le entregó dos juegos de llaves: el piso en la ciudad y la casita en el Puerto de la Guarda, frente al mar. Le contó que, debido a su tardanza, una familia de inmigrantes había ocupado la casa de la Guarda. Fonseca tardó varios días en tomar una decisión. No le apetecía resolver esta contrariedad. Sólo deseaba desprenderse de las propiedades y los recuerdos. Sólo pensaba en volver a Lima al lado de la joven Magalena, a quien había desposado semanas atrás.

Le llevó tiempo decidirse, pero una tarde se fue a la Guarda. Contempló la vieja casa junto al mar. Las paredes oscuras con ventanas de batientes amarillos. Allí había crecido y allí encontró los motivos para emigrar muy lejos. Rodeó la casa varias veces, perplejo. El notario había cometido un error incomprensible. La casa estaba vacía. Nadie vivía allí, todo estaba intacto. El tiempo estaba suspendido en aquel lugar. Entró y se dejó caer en la butaca del saloncito. La humedad y el salitre habían hecho mella en los muebles y las paredes, que mostraban un feo aspecto herrumbroso y enfermo. Sonrió lacónico. Fue allí mismo donde años atrás su padre había empezado a ser un cerdo borracho y luego un monstruo. Podía recordar perfectamente al viejo, sentado ahí, en la butaca de color cereza.

Fonseca se quedó dormido en la mecedora. Soñó en Magalena. Estaba de pie junto al televisor vestida con las ropas blancas y ajadas de un espantoso sudario. Como si su lindo vestido de novia llevase décadas bajo tierra. Ella le recriminaba algo feo, le insultaba y le despreciaba. Se reía de su dificultad por tener erecciones. Entonces la puerta se abrió por el efecto de un vendaval y entraron unos cangrejos lechosos, de caparazón blando. Después vinieron unas raras anguilas con ocho patas, como cruzadas de araña. Los bichos treparon por las paredes y se metieron por las llagas de la escayola podrida.


Fonseca se revolvió en la butaca e intentó despertar. Magalena, acuclillada, estaba comiéndose una anguila. Se metía la cabeza del pez por la boca y lo engullía mientras el animal lanzaba gañidos de bebé humano. Estaba desnuda y por entre sus piernas colgaba un pene enorme, del que goteaba un fluido oscuro. Fonseca pensó que por fin comprendía la negativa de su mujer a mostrarle el cuerpo y a tener sexo. Se sintió lleno de ira, no se pueden tolerar estos engaños. Se odió a sí mismo por haber caído en una farsa tan antigua. El hombre mayor y acaudalado seducido... Se levantó. Agarró con furia el atizador de la chimenea. El mar estaba agitado, las olas golpeaban muy cerca y los cristales se teñían de espuma

Cuando acudieron los policías encontraron el cuerpo con la cabeza rota en medio del salón. El señor Fonseca argumentó la legítima defensa. La casa era de su propiedad y aquel tipo había forzado la puerta en plena noche.

Su mujer corroboró la narración. Luego explicó que el intruso muerto le recordaba remotamente a su hijo. Pero esto es absurdo, dijo, ya que el hijo murió a los veintitrés (y de eso hace más de veinte años). Fue un horrible accidente doméstico, tan absurdo -murmuró.

Los policías se marcharon y entonces la mujer se sentó en el porche a contemplar el estuario, mientras el hombre descorchaba una botella. Se fijó en el transbordador. El barco avanzaba muy despacio, como en un sueño. Quería subirse en él y marcharse cuanto antes. Quería volver a Pontevedra enseguida para no volver ni recordar jamás la casita del puerto.


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Qui a casa torna, El retorno al hogar o The Homecoming (en versión original) es un durísimo retrato en registro teatral de las relaciones familiares debido a Harold Pinter. Mi texto es una síntesis de un cuento de horror escrito originalmente en catalán, y cuyo tema son los abusos que se cometen en el silencio de la familia. Hace más de 100 años, Sigmund Freud explicó que la familia es el origen de todos los males. Eso mismo dijo Platón hace unos 2.300 años aunque algunos no lo hayan escuchado todavía. Dedicado a todos ustedes (por lo menos a todos los ustedes con familia), y a la afición en general.

3 comentaris:

  1. Collons! més que la familia diria que és el factor humà el problema. El conte es dens i estremidor.

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  2. Es el que pasa quan hi han propietats pel mig. Si ets pobre i no tens res, no pots tornar a ninguna casa ni ningu t'ocupa la casa.

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  3. Ei! Tot un honor que possis el meu dibuix.
    Terrorific relat, molt Lovecraft. Crancs, anguiles... segur que venen d´Innsmouth.
    Abraçades. Borgo.

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