18 de nov. 2017

La mujer, el soldado y la amante francesa

Resultat d'imatges de sagrario cabañero

A Mercedes le contaron que su marido había huído a Francia, como los demás supervivientes de la 44 División, después de la debacle de noviembre del 38. Alguien que lo sabía se lo dijo:

-Tu marido huyó a Francia, Mercedes.

Se lo soltó así, escueto y a bocajarro, en el mercado semanal. Mercedes estaba comprando patatas. Si de veras eso fue así, sucedió un lunes. En el pueblo, el mercado de la plaza, hoy como antaño, sucede los lunes. En este momento de la historia, Mercedes tiene 27 años, estamos en 1940 y por lo tanto se cumplen dos des de que se casó con el soldado que se marchó por la carretera de Vinebre.

Ofició la ceremonia de la boda un capitán, de pie ante la bandera de la República española y el estandarte de la XV Brigada, que era la suya. Los únicos testigos del casorio fueron soldados, hombres muy jóvenes y la mayoría chavales imberbes con un fusil al hombro.

La noche de bodas fue breve, una instantánea, como un fulgor oscuro en la Vía Láctea, en otoño.

Por la mañana el marido debe ir al frente. Ella, en la madrugada, de pie al final de la calle, saluda con la mano incluso cuando ya no se ve la polvareda más bien escasa que levantó la columna de soldados que se marchó. Mercedes se cubre con una batita azul y gris, unas pantuflas verdes. Piensa que ahora ya es una mujer completa, porqué eso es lo que le dijo su padre sobre las chicas que se transmudan en mujeres tras la noche de bodas.

Y también piensa: ¿era eso, todo? Dios mío ¿eso era todo?

*

La historia, esta historia que te cuento, me la contó un hombre, hace algún tiempo.

El hombre estaba sentado frente a mí.

Otoño de hace dos o tres años. Estamos en el bar del pueblo, te lo digo así porque no hay más bares en ese pueblo del Priorato. El bar de este pueblo es un local amplio y creo que es propiedad del municipio. Hay un patio atrás, un patio enorme con terrazas sucesivas, pero nos hemos quedado en ese interior tan espacioso como desnudo, amarillento, sin más decoración que la enorme pantalla del televisor, al fondo, y por los rincones los ventiladores del bazar chino. En la pantalla hay un partido de fútbol al que, cosa rara, le prestan poca atención los parroquianos. En el patio cae un sol de plomo fundido y solo los fumadores más incorruptibles osan sentarse ahí. Y los marroquíes jóvenes, que soportan mejor que los autóctonos el calor y la explotación a la que les someten sus patronos.

Eso sucedió hace ochenta años, iba diciendo. La 44 División aparece en la conversación varias veces a lo largo de la tarde. De su desbandada tras la derrota en la ribera del Ebro surgen muchas historias y no es que quiera destacar ninguna, pero hoy cuento esta. Cuento esta y no otra porque mientras ese hombre ya tan mayor que tengo sentado enfrente me la cuenta, le descubro un brillo en los ojos que se convierte en lágrimas a medida que desfilan las palabras. Mi interlocutor habla muy bien, me admiro yo en silencio, ese hombre tiene el sentido de la narración metido en el alma.

Y me cuenta: a Mercedes le dijeron que su marido estaba en Francia y que no debía preocuparse: cuando todo se calme, volverá. Eso le dijeron. Volverán todos. Al fin y al cabo él no hizo nada malo ¿verdad? Solo que le tocó combatir en el bando malo. Verás como todo se queda en nada, le dijeron. Esa gente no son bestias, son buenos cristianos y te lo devolverán, ya verás. Eso le prometían. Pero pasó un año sin saberse nada del marido.

Y pasaron dos años, y luego tres años.

Al fin alguien (otro alguien) dijo que el marido de Mercedes no regresaba de Francia porqué se había echado una amante francesa y claro: qué ganas tendría nadie de volver para España si tienes a una francesita encamada.

La noticia de la amante francesa circuló por el pueblo y alguien se encontró en la necesidad de contársela a Mercedes. Parece que tu marido está en Toulouse. Pero podría ser Nîmes, o Marsella, eso no es seguro, vete a saber, él no debe querer que sepas dónde. Eso se lo contaron en la plaza, frente a la iglesia. Eso de lo contaron a Mercedes ante la puerta de la iglesia porqué le habían recomendado que, en ese país renovado, debía acudir a la iglesia por lo menos los domingos. Ella obedeció. Así que eso de la amante se lo debieron contar un domingo. Una amante francesa le retiene en Francia.

Mercedes empezó a imaginarse como podía ser la amante francesa de su marido. Le puso cara. Una cara con el pelo rubio y labios sensuales, algo putones. Piel blanca, un poco rechoncha. A él le gustan las mujeres rubias, blancas de piel y más bien entradas en carnes por lo de las más curvas. Preguntó por nombres de mujer franceses y, de entre los que le sugerían, escogió el de Brigitte. La amante de mi marido se llama Brigitte, se dijo.

Pasaron los años y Mercedes envejeció mientras Brigitte se mantenía tan bella, tan rubia y tan rosada como la primera vez que la vio aparecer en un sueño, cuarenta años atrás. Al cabo de esos cuarenta años, Brigitte seguía siendo tan hermosa -y tan mala, y tan puta- como la primera vez. Así como de su marido podía imaginar como había empeorado por la edad con solo mirar a los de su quinta, de Brigitte nunca percibió ni un solo indicio de merma.

Cuando Mercedes tenía los ochenta y pico cumplidos le llegó la carta. El soldado había aparecido.

Su cadáver es uno de los que están enterrados, pone en la carta, en una fosa común que hemos descubierto. Murió en enero del 39 junto a otros de su División. Tuberculosis, lo más probable, como la mayoría de los soldados que metieron presos en un castillo de Pamplona.

Entonces.... ¿debo entender que mi marido jamás llegó a Francia? se pregunta Mercedes y se lee la carta tres, cuatro, cinco veces seguidas el primer día y otras tantas en los días siguientes y así durante meses, sentada en su butaca del comedor, en la cama, en la taza del váter, apoyada en el alféizar de la ventana.

Al principio, Mercedes se temió que, tras la revelación que contenía la carta, el fantasma de Brigitte la abandonara. Pero no la abandonó, no fue así. Cada noche, como de costumbre, Mercedes y Brigitte se acostaban juntas y hablaban de él, del soldadito español, de la vida en una ciudad francesa de luz bonita, irisada en la madrugada y rosada por las tardes, y de los hijos que tuvo con él, que siempre fue muy bueno con ella porque jamás la pegó ni le soltó una mala palabra, y además un buen padre.

Y buen amante, también, puntualiza Brigitte con un destello pícaro en sus ojos azules y jóvenes para siempre, para siempre.

14 comentaris:

  1. Es una historia que seguro sucedió a miles de mujeres que esperaban a sus compañeros.
    Pero la historia es siempre simétrica a los que en crueldad se refiere. Hubo la misma espera y las mismas ansias en los dos bandos. No me cabe duda.
    Salut

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    1. Miquel, gracias por tu comentario. Creo que en los dos lados pudo haber historias paralelas, pero simétricas ya no se. Acabo de leer "El monarca de las sombras", del Cercas, en donde se trata de eso. De eso que tanta falta nos hace en España.

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  2. Si el autor de este blog dejara de pontificar y se decantara por escribir cuentos tan hermosos como éste, quizá pudiera dejar de lado su tozuda aversión por el asunto catalán y así convertirse en un gran escritor.

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    1. Gracias por tu sugerencia al autor del blog, Anónimo. Se la transmitiré enseguida.
      (Unos minutos más tarde):
      Anónimo, el autor del blog me dice que te transmita su agradecimiento por tan acertada sugerencia, y me ruega que te diga que está bastante de acuerdo contigo, aunque quiere comentarte dos salvedades:
      a) él me dice que no siente aversión por el asunto catalán, si no que dicho asunto le produce dolor
      b) me dice que, siendo tan afortunada la sugerencia, es una pena que su autor sienta aversión a mostrarse con su nombre y apellido, porqué eso resta posibilidades de aprender del otro y de tener fructíferos diálogos.

      Pues eso.

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    2. Una de las acepciones de "pontificar" es, según la RAE, "Exponer opiniones con tono dogmático y suficiencia" y otra: "Presentar como innegables dogmas o principios sujetos a examen". No he atisbado en Lluís, y lo sigo desde hace tiempo, el más mínimo síntoma de dogmatismo y suficiencia.
      En cuanto a "aversión" dice la RAE: "Rechazo o repugnancia frente a alguien o algo". Bien está la puntualización de Lluís: él siente dolor por ese tema, y así nos lo hace saber en bastantes ocasiones, como queda claro en sus textos.

      ¡Caramba, Anónimo! Quizá debiera aprender usted a manejar el diccionario con más precisión; podría, por ejemplo, buscar otras palabras más adecuadas para valorar lo que hace Lluís, que es muy bueno, hable de lo que hable.

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    3. Discrepo, he utilizado conscientemente ambas acepciones (la primera a la que usted se refiere en el caso de "pontificar") con plena seguridad acerca de lo que quería decir, pero comprendo y respeto su razonamiento. No creo que tenga sentido buscar en el diccionario las palabras que a usted le gustaría leer; para exponer su opinión ahí está usted, dudo que me necesite, lo hace muy bien. Sea como sea, nos une la admiración por la escritura de Lluís Bosch.

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    4. En esto último estamos de acuerdo. Aunque quizá lo mejor será que dejemos a Lluís Bosch hablar de lo que le venga en gana.

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    5. Y en el tono que él considere conveniente, claro.

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  3. En efecto, siento animadversión por mostrar nombre y apellidos e incluso por tener cualquier contacto con cualquier autor que mínimamente me convenza. Por experiencia sé que cualquier acercamiento más allá del anonimato produce indefectiblemente decepción. Por otro lado, como el autor ha mostrado cierto interés por mantener un diálogo puede decirle usted que para dirigirse a un servidor me puede llamar, por ejemplo, Juan Pérez. Insisto en animarle en seguir la línea trazada por este relato, me cansa el tema catalán pero me gusta como escribe usted. Personajes como la gran Brigitte se lo agradecerán.

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    1. Gracias, Juan Pérez. Creo que comparto con usted varios puntos de vista. Yo también se, por experiencia, que es mejor desconocer personalmente al autor de un texto que me convence, por lo de la decepción. Se lo transmitiré a Brigitte, que me comprende.

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  4. ¿la gran Brigitte? Para mí, la gran Mercedes, porque es Mercedes quien la construye y quien se queda con ella incluso después de que una carta le diga que jamás existió. Con ella pudo conocer a su marido, presenciar desde la lejanía "su bondad" (a pesar de que los parroquianos quisieran hacer que se sintiera humillada y despechada), e incluso pudo conservar íntimamente y atemporalmente algo de su juventud truncada por la guerra, disfrutando a su manera el placer de aquel buen amante que fue "con Brigitte". M'ha agradat molt, Lluís.

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  5. Da gusto leerte, Lluís. Gracias

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