19 d’abr. 2017

Los mejores son los de mi pais

Resultat d'imatges de urtain

Hace unos cuatro años, mi amigo el poeta madrileño llamado Neorrabioso escribió un artículo maravilloso en su blog que trataba de este asunto: de que los mejores deportistas son, siempre e invariablemente, los de mi país. Empecé a admirar a Neorrabioso por ese texto y luego me enamoré de muchos otros de sus textos, tan audaces como lúcidos. No pondré enlaces: si alguien siente curiosidad por leerle le va a encontrar, ya que es tan público y diáfano como pretendo serlo yo. Me compré su libro de poemas "Batania. Neorrabioso. Poemas y pintadas", Ediciones La Baragaña. En la portada, la foto de la pintada en un muro madrileño que reza: "Liberqué. Igualiquién. Fraternicuando". Brillante. Llevo cuatro pensando en darle la réplica al artículo sobre el patriotismo deportivo, y pensando en como hacerlo en clave actual y catalana, puesto que me ha sido dado el azar de ser catalán (lo cual es complicado porqué si te escuchas a Pilar Rahola, lo de ser catalán es como lo de ser israelita, y si te escuchas a Anna Gabriel es como ser palestino).

Un poeta madrileño lo cuenta de maravilla: la prensa y la vox populi están de acuerdo en que los mejores deportistas son, siempre, los de mi país.

"Cuando yo era muy niño supe de la existencia de un boxeador cuyo nombre era José Manuel Urtain. En realidad, para aquel niño se trataba de Urtain, simplemente Urtain, sin José Manuel. Luego conocí su sombre completo, y he deducido que debería ser Urtaín, con acento en la í. Lo de “Urtain” debió de ser un apodo, ya que según consta en los documentos con valor documental, la nomenclatura oficial era José Manuel Ibar Azpiazu. Dicen por ahí que lo de Urtain lo tomó del caserío en donde creció.

Hay detalles en la vida de José Manuel Ibar que invitan a pensar en una infancia difícil, desde la cual se llega en línea recta al asunto de los puñetazos, a esa metáfora de la supervivencia entre los humanos del planeta Tierra llamada boxeo. En realidad, creo que toda su vida fue amarga y retorcida. Sus éxitos pugilísticos solo agitan unas chispas de luz en la tiniebla.

¡El boxeo! Es un deporte curioso, ya que el nombre del deporte coincide con la declinación el verbo boxearen primera persona singular del presente de indicativo: yo boxeo. Se trata de un asunto psicolingüístico interesante, y más aún si piensas que, en catalán, el fenómeno es completamente distinto.

Con el transcurrir de los años he superado mis prejuicios de socialdemócrata y progresista nacido en la ciudad de Barcelona, y he comprendido algo sobre la poética estricta y tensa del boxeo. Arthur Cravan me ayudó bastante a olvidar mis quejas, aunque fue el fabuloso poema cinematográfico de Isaki Lacuesta “Cravan versus Cravan” quién me empujó a la nueva mirada sobre ese deporte. Debo decir que mi debilidad por el dadaísmo es antigua. Adoro ese momento, su estética, su capacidad tan enorme para subvertir el ridículo, para devolver algo de humildad a ese ser engreído.

Conocí a Urtain porque un 6 de enero por la mañana –mañana de Reyes– apareció entre los regalos de sus majestades mágicas un objeto de lo más dadaísta. Estoy hablando de un año que podría ser 1969 o 1970. Se trataba de una mezcla de títere y de muñeco articulado, un boxeador de plástico de unos 30 centímetros, provisto de una faldita verde de lana afelpada bajo la cual se podía introducir la mano con la que se sustentaba el invento y permitía el acceso a un resorte, un pulsador mediante el cual el boxeador agitaba sus brazos (con las manos enfundadas en unos guantes marrones) simulando unos ganchos terribles.

— Se llama Urtain —es todo lo que recuerdo que me contaron.

Aún siendo muy niño me interesé por Urtain mientras agitaba el muñeco y propinaba unos golpes demoledores a un aire en el cual imaginaba mandíbulas crujientes. Me contaron que Urtain era un campeón de los de veras. Por lo visto, la tele andaba llena de las hazañas pugilísticas del boxeador guipuzcoano (indudablemente español, en aquellos tiempos). Urtain ganaba campeonatos internacionales de boxeo, derribaba a tremendos contrincantes de todas las naciones y llevaba el nombre de España hasta lo más alto del podio mundial.

Crecí por ley de la naturaleza. Y el muñeco de Urtain debió de romperse, se desarticuló o se perdió por la misma ley. Pero creo que retuve algo del asunto del púgil vasco, ya que a menudo me acuerdo del títere automático. Me pasa por las mañanas, cuando me levanto. Me pregunto si no será que soñé con el títere, y entonces me pregunto qué me dirían Freud, Lacan o Jung de tal ensoñamiento. Me aterran las respuestas.

Fue unos cuantos años más tarde cuando descubrí que cualquier nación solo habla de los deportes en los cuales destaca. Cuando Rafael Nadal desfallece, los noticiarios se olvidan del tenis. Sucedió lo mismo, años atrás, con Arancha (Arantxa?) Sánchez Vicario. Y con Blanca Fernández Ochoa, que fue campeona de esquí. En su declive, la prensa se olvidó del esquí. Cuando Severiano Ballesteros ya solo perdía torneos, la prensa se olvidó del golf. En el mundo estrambótico y bastante dadaísta de la Fórmula 1, el caso de Fernando Alonso induce a pensar que los canales de tv nacionales o autonómicos van a tardar poco en dejarlo. Uno sospecha que la televisión pública catalana trata a los “castellers” como deportistas sobre todo porqué en su deporte no tienen competidores y se puede argumentar con una facilidad pasmosa que a hacer “castells” no nos gana nadie. Tv3 no siente pudor alguno, ni vergüenza de ninguna clase. El día en que los chinos hagan “castells” de quince pisos, la Tv3 se volcará en otro asunto. En cualquier asunto en el que le sea posible contar que nuestros deportistas son los mejores. Se trata de eso. De contar que somos los mejores. Como lo fue Urtain en su tiempo".

Resultat d'imatges de batania neorrabioso


Nota: otra versión de este texto se publicó en La Charca Literaria.

1 comentari:

  1. La historia de Urtain es triste, tanto como lo fue su figura.
    Él no sabá que sus combates estaban amañados. Sólo se hablaba de que los rivales no le aguantaban tres asaltos.
    Ni sabía lo de la mafia de apuestas, porque tampoco se sabía de ninguna otra mafia que no fuera la de Al Capone en los cines.
    Acabó como acaban las cosas reales, se suicidó cuando se enteró del trajín, aunque de eso poco se hable por la prensa, la misma que le encumbró, porque supongo que para él fue más decepcionante saber que todo o casi todo estaba amañado, que el que se le cerraran las puertas después de haber perdido un combate en el que muchos se hicieron millonaros.
    Hay una película que visioné , allá por los 70 en el hoy desaparecido cine Urgel, Urtain "el mito" se titulaba, y es claro, solo hablaba del éxito sin saber cual sería su final.
    Salut

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