16 de des. 2018

La madre de Ismail

La madre de Ismail, y su padre, viajaron de Marruecos a España. Una vez aquí empezaron a trabajar en trabajos muy precarios, muy pequeños. Se instalaron en una ciudad mediana, de provincias, a no muchos kilómetros de Barcelona. Alquilaron un pisito. Un tiempo después, nació Ismail. Uno de los motivos que tuvieron para emigrar a España fue ese: darles mejores oportunidades a sus hijos. Hicieron como tantos emigrantes a lo largo de la historia.

Viven en Ca n'Anglada, que es un barrio antaño conflictivo y hoy un buen barrio, porqué el ayuntamiento hizo sus deberes y Ca n'Anglada es un barrio pobre, obrero, de inmigrantes, pero un buen barrio: tranquilo, con sus tiendas y sus quinquis, bastante limpio, sus locutorios, sus tres mil lenguas, sus bares, sus bazares, sus motocicletas zumbando a las tres de la magrugada cuesta arriba, su panadería de toda la vida, su colegio, su restaurante de bodas y banquetes en decadencia, su mezquita, sus moritos con la chilaba, su salam aleikum, su buenos días, su bon día. Un barrio más. Pobre pero alegre.

Ismail nació con una cardiopatía congénita. No se preocupe, señora, le dijeron los médicos de la mútua que hace las funciones de la sanidad pública en la Cataluña post Artur Mas, post Boi Ruiz. Le ponemos en lista de espera, no se preocupe.

Ismail y yo coincidimos en su primer curso de primaria. Ismail es un morito de ojos claros (medio verdes, medio azules) y pelo rubio, aunque un pelo endiabladamente rizado. Ismail es bueno, dulce, sonríe siempre. A veces llora y me cuesta mucho saber las razones de su llanto. Es un niño delicado, frágil. Es menudo, escaso, invisible a veces. Discreto, como quien está pero sin estar, sin intención. Está en las nubes, en los paisajes indescifrables de su imaginación, ensoñado. Sonríe. Con una sonrisa leve, generosa, ancha. Una sonrisa silenciosa, sin risa.

No pregunta, no se pelea con nadie, pasa desapercibido, como el torrente de agua que transita el bosque lejano tras la lluvia, lejos de los caminos, lejos de los ciclistas y los trotadores con ropas relucientes del Dectahlon. Ismail es así, pequeño como un secreto de niños, minúsculo, nació a finales año. No le gusta salir al patio y por eso descubro su cardiopatía. A veces le pido que se quede en clase, sin patio. Le pido que me ayude a preparar cosas, a ordenar la biblioteca del aula. El me sonríe, no dice nada. A veces le toco su cabeza de pelo rubio y rizado. El me mira, me sonríe. Jamás comprenderé que les pasa por la mente a los abusadores. Hablamos a veces, pero poco. A él todavía les cuestan el catalán y el castellano. Cuando se termina el primer trimestre monta un álbum de pena y yo no me doy cuenta hasta que su madre no me lo muestra y con sus grandes ojos me dice: ¿qué álbum es esto? Ismail ha puesto la portada del revés, la contraportada tras la portada, las hojas desordenadas. Jolines, le digo yo. No se preocupe, eso no sucederá más. Los álbumes del segundo y del tercer trimestre llegan impecables a las manos de su madre y el se los entrega con esa sonrisa que le conozco, esa sonrisa de silencios, de ojos claros.

Ismail murió hace quince días. Estaba en lista de espera, esperando una operación que ya no hace falta. Ismail murió hace quince días, está muerto. Su sonrisa ya no existe. El mundo perdió la sonrisa ancha de Ismail, perdió su mirada de ojos claros. Mientras Ismail moría, un señor llamado Quim Torra hablaba de la vía eslovena para conseguir la felicidad de él y de los suyos. Otro señor, llamado Donald Trump, defendía los muros electrificados en las fronteras. Otro señor, catalán como Ismail, insistía en reclamar donaciones para mantener su tren de vida en Waterloo. La muerte se ensañaba en el lado de los pobres, de los pobres que sonríen sin hablar, sin micrófonos, solo números grandes en una lista de espera que la Parca cuenta, siniestra y solemne como una declaración de independencia, siniestra y seria como un protocolo, como una sesión parlamentaria.

Ismail está muerto. Muerto de veras. Ninguna novela negra catalana relatará el crimen. Su costumbrismo nacionalista soslaya a los de fuera. Yo ando buscando a la madre para mostrarle algo, una forma de pésame que deberé improvisar, un gesto, algo. Ella no comprende el catalán ni el castellano. ¿Como se expresa la pena y el dolor sin palabras?

6 comentaris:

  1. De esto es de lo que no se habla, de las listas de espera, del fracaso escolar, del paro, de la economía sumergida, de los trabajos precarios, del dinero negro...

    Quim sólo quiere hablar con el de Armani de los "suyo", y lo suyo son otras cosas, que nada tienen que ver con lo cotidiano y lo tangible.

    Quim es metafísico. Especula. Imagina. Se ilusiona. Pero esta vez, y sin que sirva de precedente, el empirismo lógico es el denominador que tenía que haber actuado a favor de Ismail. Si las pruebas decían que padecía una cardiopatía congénita, no se debía haber dejado para más adelante. Suelen ser, como se ha visto, mortales.

    Lo siento. Lo siento de corazón.

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  2. No home no!, Torra no té res a veure amb tot aixó, ell només és el vicari del xicot de Waterloo, i té altra feina que preocuparse de llistes d'espera, atur, fracás escolar, etc etc, aspira a fites més altes i intangibles.

    Salut

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  3. Això passa mentre uns quants juguen a un joc que no saben com acabarà.
    Lluís, tú li vas donar a l’Ismail uns bons dies a l’escola.
    Ho sento molt, una abrazada

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  4. La vida cotidiana -y la muerte, cotidiana también- es lo que ocurre mientras algunos están en babia.
    Un saludo, Lluís.

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  5. Por Dios!!. que pena..... estoy triste, Lo siento,

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  6. A veces, algunas veces, los sentimientos se pueden expresar prescindiendo de las palabras. Un gesto, una mirada o un abrazo dicen mucho mas que las palabras.

    Nuestros "padres/madres de la patria" disponen de una eficiente mutualidad médica privada. No vaya a ser que la parca y un "jamacuco" inoportuno nos priven de su buen hacer y su superioridad intelectual manifiesta.

    Les entra en los privilegios que les dá su acta de parlamentario.

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