22 de set. 2018

Sara

Resultat d'imatges de niña marroqui

Conocí a Sara hace unos pocos años. Era una de las alumnas de la clase de Primero A. Sara es prudente, educada, atenta. Sara es muy buena estudiante: a principios de curso apenas escribía alguna frase simple. A final de curso, ya en junio, me pidió folios para llevárselos a su casa. Eso no está permitido, pero me salté la norma y le di unos cuantos, quizás diez hojas blancas.

Unos días antes de las vacaciones me enseñó un cuento de unas ocho páginas, letra pequeña, por las dos caras, para aprovechar el papel. Es cierto que algunas cosas no se entendían, pero era un cuento largo, raro, lleno de digresiones fabulosas, con un montón de personajes, todos ratones de ciudad. Uno de ellos, algo mayor, llevaba mi nombre pero tenía muy poca relevancia en la historia. También aparecían algunos dragones, amenazas latentes agazapadas en el fondo. A lo largo de los meses del curso, descubrí que Sara destacaba en matemáticas y en razonamiento lógico. Me sorprendió más aún por eso (vaya prejuicio tonto el mío), que fuese tan buena también en la escritura creativa.

Aunque la historia de los ratones a veces se volvía oscura y casi incomprensible, había una aventura fabulosa metida ahí dentro, y las digresiones mostraban un prodigio de imaginación imparable que pocos escritores son capaces de escribir. Ahí, detrás de un cuento de ratoncitos, había un mundo entero. Quedamos en que después del verano me llevaría el resto de la historia y le di algunos folios más. Por razones de la cosa laboral, en el curso siguiente yo estaba en otro colegio y no supe nada más ni del cuento ni de Sara.

Sin embargo, es una de esas alumnas que uno recuerda, y en las que, cuando piensas, solo se te ocurren buenos deseos, la esperanza de que todo siga bien, que siga adelante, que crezca en sus capacidades intelectuales, que prometían ser enormes.

Me acuerdo de que, algunas tardes, cuando yo salía del colegio más tarde después de haber estado preparando faenas de clase, la veía pasar por la calle cargada con dos bolsas enormes del Lidl. Iba sola, y las bolsas debían pesar un montón. Ella andaba seria, firme, con una resignación estricta. Si me veía, esbozaba una sonrisa y me saludaba con los ojos, ya que no soltaba las bolsas.

Sara es hija de una familia muy pobre. Y, con la pobreza metida en su casa, también se metieron otros problemas.

Hace un par de días, leí una crónica en el periódico local. A mediodía, una mujer se descuelga por el balcón de su piso, un primero, e intenta llegar a la calle apoyándose en el rótulo del establecimiento que tiene debajo. Los clientes que lo vieron la cogieron al vuelo, cuando caía. La mujer gritaba horrorizada, contaba algo de su marido y un cuchillo. Llegó la policía, alertada por los clientes del local. Mientras tanto llegaron los hijos, que asistieron a la escena final, cuando la policía se llevaba al hombre. Eso es lo que cuenta el periódico.

Sí, uno de los hijos que acudieron en el momento de la detención fue Sara, en efecto.

Aunque no pude dejar de pensar en eso, no pude contárselo a nadie. Creo que pocas veces he sentido eso. Pensé en la pobreza, en la miseria y en todo lo que acarrean: violencia, brutalidad, incapacidad para contener el odio. Ya se que la violencia doméstica no conoce de clases sociales y que, tal como dicen los expertos, es estructural y etc. Pero.

Luego, en cuanto me repuse, pensé en el cuento de los ratoncitos. Quizás se me escapó algo cuando lo leí, y ahí había pistas para comprender la tragedia que habita en casa de Sara. Quizás ella lo intuía y lo ocultó, cabalísticamente, en su relato de apariencia inocente. No creo que la violencia haya aparecido de repente, seguro que había muchos precedentes. Luego pensé si seguirá escribiendo sus historias, cuantas páginas debe llevar ya (en el caso de que otra maestra le de hojas blancas de estrangis).

Hojas de papel en blanco. Me quedé pensando en las hojas blancas. No soy nada determinista cuando pienso en el futuro de los niños, y creo que a pesar del origen, de la cultura y del dinero de sus padres pueden llegar a donde sea, no hay nada escrito. Pero ante situaciones como la que vivió Sara hace un par de días me pregunto. ¿Hasta donde llegará su resiliencia? ¿Encontrará la ayuda que necesita? ¿Se refugiará en sus ratones de ficción? Y en aquel cuento ¿los dragones se habrán multiplicado y habrán crecido hasta oscurecer el cielo? ¿Los habrá extinguido?

______________
Nota importante: la foto pertenece a un catálogo de ropa para niñas, extraída de Pinterest, y no tiene nada que ver con la protagonista del texto.

6 comentaris:

  1. Eres grande amigo, si algo tengo que agradecer a la locura indepen es haber conocido a personas como tu. Besos desde Banyoles.

    ResponElimina
    Respostes
    1. Gracias a ti. Somos muchos los que nos hemos conocido, compañeros en una confrontación que no queríamos. Ya lo ves: mientras unos construyen repúblicas de aire, otros viven miserias de verdad.

      Elimina
  2. Deben de haber cientos de vidas como Sara. No lo se, pero lo intuyo.
    Todo es gris, y aunque el sol desee cambiar los colores a las cosas, para mi continuan siendo eso, gris, un pelín más oscuro, pero gris, al fin y al cabo.
    Un abrazo

    ResponElimina
    Respostes
    1. Todo es gris, pero unos años años atrás era negro. Hemos mejorado en algo, en muy poco pero en algo.

      Elimina
  3. Esperemos que Fortuna le sonría, y lo digo de todo corazón... Que a mi estas cosas hacen que se me suba la sangre al campanario...

    ResponElimina
    Respostes
    1. Yo también lo espero. Creo que la niña quiere seguir adelante con su vida.

      Elimina