3 de gen. 2018

El nombre de España escrito con huesos


Madre y maestra mía, triste, espaciosa España.
He aquí a tu hijo. Úngenos, madre. Haz
habitable tu ámbito. Respirable tu extraña
paz. Para el hombre. Paz. Para el aire. Madre, paz.

Blas de Otero

Nadie debería olvidar, cuando mira un mapa político, que el dibujo de los países, que es el de su historia, está dibujado a cañonazos y con regueros de sangre. Ninguna de esas líneas divisorias está hecha con el suave trazado de una tinta dulce de acuerdos y de pactos, de buenas palabras, de fraternidad. Nadie debería olvidarlo, para saber recordar que, si se le ocurre alterar esas líneas deberá hacerlo con sangre, otra vez. Y todos deberían saber que la sangre la pusimos nosotros pero jamás los generales ni los reyes ni los nobles ni los señores que viven en las mansiones ungidas de legitimidad y grandeza.

Estuve en el memorial de los muertos de la batalla del Ebro que se levanta a las afueras de Les Camposines, en las afueras de La Fatarella y cerca de Corbera de Ebro. Era el día uno de enero a media mañana y había tres coches parados allí, en el breve aparcamiento, y sus ocupantes andaban en silencio por el recinto funerario. Lucía el sol y no hacía mucho frío, a pesar de la fecha. Se trata de un monumento sobrio, casi oculto en la colina, y cuyo concepto arquitectónico remite a un monumento a las víctimas del nazismo que hay en Berlín.

Ahí están las listas de los muertos en la batalla cuyos cuerpos han sido identificados tras décadas de olvido y algunos años de pesquisas lentas, porqué los gobernantes no se dan mucha prisa y dotan la investigación de presupuestos escasos, con un afán de discreción muy próximo a lo pusilánime, que es pariente de lo cobarde.

Tras el muro con las placas de bronce en donde están los nombres de los soldados muertos en el campo hay un osario medio oculto por un portón de hierro. No pude soslayar mi imaginación y vi el montón de huesos en la oscuridad. Pero lo más emotivo del lugar no son las placas con las listas, si no las fotos, las notas, los dibujos que dejan allí hijos, nietos, sobrinos de los muertos. Me entretuve en las caligrafías, algunas de ellas debidas a la mano de niños y otras a las de ancianos, letras temblorosas, emocionadas y vacilantes. Parece que alguien aprendió a escribir solo para poder dejar esas cuatro líneas allí, pegadas al muro de pizarra oscura, el recuerdo de su padre, de su hermano, de su abuelo que se pasó 70 años bajo el lodo en la ribera del Ebro.

Si uno se entretiene en los apellidos de los muertos descubre a andaluces, a murcianos, a valencianos, a aragoneses, a vascos, a catalanes, a castellanos manchegos y castellanos leoneses, asturianos, gallegos... Uno se sorprende de como difieren estos apellidos de los soldados que defendieron la España republicana de los apellidos que constan en las listas electorales de ciertos partidos de hoy que dicen defender lo republicano pero se empecinan en lo identitario, que es lo menos republicano del mundo.

Hay algo, una cierta luz que se desprende de esos apellidos, algo que nos apela y nos ilustra, algo de lo que deberíamos aprender, algo que deberíamos escuchar. Hice el ejercicio de leerlos uno por uno, despacio, y de contemplar esos rostros de las fotos, esos hombres antiguos que sonríen en el día de su boda, en un cumpleaños remoto, en alguna efeméride desconocida de su vida, cuando no sabían nada del destino que les esperaba, esa muerte en el lodazal de un río que quizás estaba a mil quilómetros de su casa y que les esperaba con esas aguas de fluir lento y sombrío, solemne en su indiferencia. Algunos de esos hombres fueron a luchar enchidos de ideales y de convicciones. Otros fueron porqué tocaba, otros a la fuerza. Una vez muertos, nada distingue sus motivos.

Hay flores, algunas vegetales y otras de plástico. Algunas reproducen los colores de la bandera republicana, otras se secan y pierden los pétalos, que se caen, incoloros y leves, para que el viento los esparza por los cultivos, entre los olivos centenarios.

En el monumento memorial está, medio oculto, un secreto ritual de olvido y de desmemoria.

Pero deberíamos recordar estos nombres y estos huesos que cuentan nuestra historia y nos preguntan por esa España amada con dolor y con pena.

4 comentaris:

  1. Todo aquello para esto. Uno debería preguntarse si los representantes de hoy, todos, se merecen tanta tragedia.

    ResponElimina
  2. un placer venir y conocerte me voy sabiendo mas
    un abrazo

    ResponElimina
  3. Un plaer llegir-te Lluís i també als teus seguidors. Un petó

    ResponElimina
  4. Mi tío murió en la batalla del Ebro con 17 años. He encontrado un Boletin Oficial de la época y dice que murió en la sierra de pandols, su nombre: Jose Manuel Sevilla
    Ferreiro ascendido a comisario de compañía. Me gustaría saber si aparece su nombre en camposines. He estado buscando pero no encuentro ningún listado.

    ResponElimina