18 d’oct. 2021

Ericia y la muerte en la juventud

Ericia está sentada en las escaleras, entre la primera planta y la segunda. Unos lagrimones pesados y redondos resbalan por sus mejillas. Su mirada, de ojos de aceituna, está ausente pero es capaz de atravesar los muros. Sus ojos negros miran fijamente una negrura enorme. Y la negrura le devuelve la mirada.

Ericia no quiere vivir más. Llegó hasta los diecinueve a duras penas y ya no puede más. Está sentada y parece que no se podrá levantar. Su cuerpo se hunde sobre sí mismo. Sus manos están abandonadas a los lados, con las palmas vueltas hacia arriba, rendida. Ya no más lucha.

Su cabello de azabache contiene tota la negrura del espacio gélido, que le acaricia con un gesto de bendición. Ericia quiere descansar y llegó a la conclusión de que solo la muerte le ofrecerá el descanso que no le dieron sus familiares, sus profesores, sus semejantes.

Ericia no quiere seguir viviendo. Ericia quiere morirse a los diecinueve, morirse cuanto antes.

Por eso se tragó los quince comprimidos y me lo cuenta así, sin titubear, cuando le pregunto, manteniendo su mirada de acero negro en mis ojos, sin pestañear, sosteniendo media sonrisa cansada y grácil, sin vergüenza ni miedo. Ella sabe que llegó mucho más lejos que yo. Sabe que, en tan solo diecinueve años, viajó mucho más allá que yo a mis cincuenta y pico y vio mucho más mundo que yo. Ericia sabe que sus sueños son mucho más profundos que los míos y que jamás le alcanzaré. Ericia debe haber visto que soy un cobarde, que mis pies se retraen ante el abismo y sabe que los suyos no dudan en avanzar, aunque sabe que avanzará sola hacia el vacío. El vacío es su amigo, el vacío es su hogar desde que tiene uso de razón. Y Ericia es inteligente, incluso dolorosamente inteligente cuando me cuenta lo del vacío, cuando me habla de la nada y la muerte.

Ericia es una joven catalana de diecinueve años que no quiere vivir y desconfía de los Servicios Sociales (no me gusta su forma de trabajar, dice, sin especificar nada más). Yo fui un poco Ericia cuando tenía diecisiete y no recuerdo muy bien como dejé de ser ella algo más tarde, quizás a los diecinueve. Si lo supiese, se lo contaría. Pero no me acuerdo. Quizás todos fuimos Ericia en algún momento y luego no lo recordamos, por miedo más que nada, o por la pereza de recordar los paisajes inhóspitos.

Hoy he hablado de nuevo con Ericia y me ha parecido una joven de metal durísimo. Y a la vez más frágil que el tallo de un brote de maíz recién nacido. He recordado la frase del pensador sobre la vida entendida como un esfuerzo inútil, si, pero también he recordado como se reconstruyó Lisboa tras el incendio.




3 comentaris:

  1. Es difícil ayudar en estas circunstancias; es difícil la empatía pues muchos no nos hemos encontrado en situaciones desde las que poder comprender ese punto de vista y todo lo que digamos, si ella viviese en el primer piso, sería nuestro enfoque desde el ático en que vivimos los demás. Ella tampoco podrá entender nuestros consejos. Si fuera tan fácil, ella misma habría tomado el ascensor, ni siquiera nosotros sabemos por dónde se accede a él desde el primer piso.

    podi-.

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  2. Que escrito tan corto, tan frágil, tan triste y tan bello a la vez.
    Creo que si no podemos mitigar el dolor si que hemos de aprender a escucharlo de la boca de los demás. No es fácil, pero hemos de aprender a escuchar. Yo, el primero.
    Un abrazo muy grande

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  3. La possibilitat de morir i de dir fins aquí he arribat sempre m'ha semblat consoladora. Moltes vegades acabem vivint perquè no és tan fàcil deixar de fer-ho, o perquè alguna cosa "mos despista", no sabem ben bé com ni per què. I seguim, entre aquí i allà.
    M'agrada veure que encara intercales escrits dels que m'arriben a les entranyes

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