26 de jul. 2019
Olvidar a Johann Sebastian
Un amable lector de La Vanguardia ha echado cuentas y ha escrito una carta al periódico. Denuncia una situación terrible. El señor (o señora) se ha dado cuenta de que, en un periodo de cinco meses, el Palau de la Música Catalana ha programado más de 63 galas de música flamenca... ¡y ninguna del Orfeó Català!. Para poder gozar del orfeón uno debe irse a Londres, en donde está programado para el 20 de agosto, aunque nada más y nada menos que en el Royal Albert Hall, que no está nada mal y quizás demuestre la internacionalización del conflicto, amén de la enorme influencia y de la no menos enorme admiración que despierta la cultureta catalana en el mundo.
Digo yo que, una vez en Londres y saliendo del Royal, solo cruzando el Canal podría pasarse por Waterloo un rato y preguntarle (con el ceño fruncido y gesto de gran patriota ofendido) a Carlos el Legítimo a ver qué es lo que pasa con la música catalana. Creo que el Legítimo le escuchará atentamente, y es probable que tuitee algo (quizás a cambio de unas monedas, claro está).
Si no solo estamos mal con lo de la lengua de los niños cuando juegan en el patio, ahora resulta que en el templo de la música catalana se programa la música del enemigo. ¡El no va más! Estoy seguro de que la carta del melómano (o melómana) de La Vanguardia habrá sido aplaudida y quizás también retuiteada. Si a partir de eso saliese una plataforma cívica de esas que se hacen y se deshacen en Cataluña, que podría titularse Plataforma per la Música Catalana (presentada como una Ong, puesto que defiende una cultura en vías de extinción, reprimida y perseguida), quizás se podría hacer un mejor seguimiento del caso, infiltrarse en los camerinos del Palau, observar qué preferencias musicales muestran los intérpretes cuando hablan entre ellos (¿valoran mejor a Roque Baños que a Juli Garreta?) y luego sacar conclusiones, elaborar con ellas un informe y presentarse ante el mundo, una vez más (last but not least) como las víctimas de una persecución que clama al cielo y que pide la intervención de los Cascos Azules.
Si la cosa va bien y las autoridades musicales y culturales catalanas reaccionan ante esa nueva muestra de opresión, olvídense de Bach. Porqué quizás el flamenco sea tan catalán como la sardana, pero Bach... ¡ay de Bach! Johann Sebastian es indiscutiblemente alemán y solo alemán. Estamos en lo de siempre: entre el ridículo hilarante y el hastío más negro. Dicen que la tragedia es el resultado de "comedia más tiempo", de modo que tras unos años de procés esto ya es tragedia. Si aquí hay una víctima verdadera es la cultura, que está siendo apaleada sin contemplaciones por el integrismo secesionista ultramontano, cerril y cateto. Un integrismo que ahora se ha puesto a fiscalizar como hablamos, como escribimos, qué música se escucha. Esta deriva autoritaria está fomentada por el clima que han creado unos políticos irresponsables e ignorantes, cuya finalidad real no es más que eso: aniquilar la cultura para regresar a la tribu. (Lo dijo un iluminado amparado y aplaudido por el
procés: ¿para qué leer a Aristóteles o a Platón, teniendo en nuestras filas/letras al Abat Oliva?).
Lamento decirle al amable lector molesto con lo del flamenco en el Palau que, si programan 63 veces el Orfeó Català, soy capaz de predecir cuantas entradas van a vender: entre dos y cuatro (cuatro, como las cuatro barras de sangre sobre fondo dorado). A no ser que sea gratis, entonces quizás llenan y a la salida los espectadores, henchidos de patriotismo, harán una calçotada popular en la calle con recogida de firmas para restituir el honor del Clan Pujol o alguna barbaridad similar (hasta que llegue la guardia urbana, mandada por la pérfida y traidora alcalde de Barcelona y les manden para casa: ¡esto con Maragall no hubiese pasado!).
También me gustaría contarle, al amable lector escribidor de cartas que, cuando yo era pequeño, había un domingo al mes en que, por la mañana, la orquestra de Barcelona ensayaba en el Palau con las puertas abiertas, y lo pobres podíamos acudir a escuchar música. Así fue como escuché a Beethoven, a Mozart, a Manuel de Falla, a Haydn e incluso a Wagner en directo. Tuve suerte. Si fuese niño ahora, quizás solo podría escuchar el Virolai y, a veces, La Santa Espina.
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No anda ud desencaminado, sr LLUIS.
ResponEliminaCuando yo era pequeño. de eso era cuando se hacía la guerra con lanzas, las puertas del Liceo estaban abiertas para el escuchador de calle.
Uno, yo en este caso, siendo niño, entraba los jueves a las once de la mañana o a las cinco de la tarde, (prefería la tarde); gratis, gratis total.
Recuerdo un señor que tocaba los timbales en la Gran Orquesta del Liceo, se llamaba Llorens de apellido, y él siempre sonreía cuando veía la colla de chavales que nos uníamos a escuchar los ensayos y sus errores , que no eran pocos, pero que nos enseñó música, corrección, educación, sentido de igualdad, ritmo, pautas, calibrar errores, paciencia, sonido y, lo mejor, no sentirnos excluidos,
Tenía yo nueve o diez años, de so hace más de cincuenta y algo.
PD: Joder con el/la Pucurull Fontova, en su caso se hincha a la razonabilidad, se dice (nos comenta), Palau de la Música Catalana, ¿ qué coño hacen los folclores del resto peninsular?..
A LA MIERDA, ¡ COÑO¡, fuera de aquí, a la puta calle ¡¡.
Es que nos invaden...incluso en cultura.
Para redondear, y ahora que hago memoria profunda del señor de los timbales. Se apellidaba Llorens de Lago. Los chavales le aplaudíamos cuando le aporreaba con fuerza en las piezas donde era instrumento de marchamo.
ResponEliminaRecuerdo los ensayos de Aida en su Marcha Truinfal, aquello era la apoteosis.