Cada vez, veo más gente
con una venda
puesta en los ojos.
Incluso he visto gente a las que,
habiéndoseles movido un poco,
se la vuelven a colocar correctamente.
Antonio Orihuela
Perros muertos en la carretera, Ed. Crecida, Huelva, 1995
El mes de agosto de dos mil siete fue, como éste, extremadamente seco y caluroso. En los últimos días parecía insoportable. Recuerdo como mirabámos todos al cielo buscando nubes que no estaban. En las culturas mediterráneas imaginamos un infierno de fuego por el mismo motivo -parece- que lo imaginan blanco y helado las nórdicas. Caminaba desde la estación del metro con los pies pegados al suelo y lentamente. Aún así, llegaba a la clínica con la ropa empapada en sudor.
Lo primero que ves al salir del ascensor en la cuarta planta es la habitación en dónde improvisaron una capilla. Siempre está en penumbra. Hay un pequeño altar con un cristo al oeste y una virgen al este, bajo la luz amarillenta y triste que da el vitral montado en la única ventana. Jamás te preguntas porqué hay una capilla: quienes entran en esta clínica han venido para morir en ella. Hay pocos médicos, pocas preguntas, pocos aparatos: eso se llama cuidados paliativos y sólo lo conoce quién lo haya visto.
Algunos de los enfermos ingresados allí no parecen condenados. Su actitud es algo despreocupada y ligera, y se ríen viendo la televisión o leen abultados best-sellers. En agosto de 2007 había uno que se esmeraba, sin prisas, en montar la maqueta de un barco. La mítica Bounty, la del motín. Ese no era el caso de mi padre, ya casi inmovilizado por el tumor que le oprimía la médula a la altura de la tercera cervical. Sin embargo, hablaba mucho. Hablamos mucho durante esos últimos días.
-Llegas sudado... ¿De veras hace tanto calor? Aquí se está bien, ya lo verás, quédate un buen rato conmigo y verás que bien se está aquí.
Cuando entro en su habitación, compartida con un animoso cincuentón delgado, terminal y bromista que hojea el ¡Hola! buscando mujeres famosas en biquini, le encuentro dormido. Pero enseguida abre los ojos, sonríe levemente y empieza a hablar. Es probable que sean las dosis masivas de morfina.
La droga rompió un viejo candado oxidado y abrió una puerta que yo siempre había encontrado cerrada. Aquél verano hablamos, entre otras cosas, de su juventud durante la guerra mundial. Me contó que, como tantos jóvenes, pasó de jalear al ejército alemán (ocuparon Francia en sólo seis semanas y penetraron mil quilómetros en la Rusia de Stalin con una facilidad pasmosa) hasta posicionarse en favor de los aliados a medida que éstos avanzaban, despiadados, sobre Europa.
La droga rompió un viejo candado oxidado y abrió una puerta que yo siempre había encontrado cerrada. Aquél verano hablamos, entre otras cosas, de su juventud durante la guerra mundial. Me contó que, como tantos jóvenes, pasó de jalear al ejército alemán (ocuparon Francia en sólo seis semanas y penetraron mil quilómetros en la Rusia de Stalin con una facilidad pasmosa) hasta posicionarse en favor de los aliados a medida que éstos avanzaban, despiadados, sobre Europa.
-Tienen unos escuadrones de aviones bombarderos que cubren el cielo como nubes negras. Caray, si eso lo llega a tener la Wehrmatch...
Le leí algunos fragmentos de Günter Grass, al que habíamos admirado los dos, porqué él ya no podía leer. A paso de cangrejo es una novela preciosa sobre abuelos, hijos y nietos. El nieto es un jovenzuelo neonazi, por cierto. No sé qué me pasa, es como si no retuviera lo que he leído en la frase anterior, no lo entiendo.
Murmuraba imágenes de la infancia -postguerra y hambre-, y me contó un viaje de juventud a Portugal que yo desconocía aunque no me puedo fiar mucho: él lo relataba como viajado en sueños. Me dijo que una de sus películas preferidas había sido El árbol del ahorcado, con aquél Gary Cooper otoñoso y sensual. Se extrañaba, de repente y con un pensamiento atado a las cosas de la guerra mundial, de lo que les están haciendo los judíos a los palestinos, habiendo sufrido ellos un holocausto que ahora emulan, como víctimas de una maldición circular y cósmica, implacable. Es raro, eso es muy raro.
Murmuraba imágenes de la infancia -postguerra y hambre-, y me contó un viaje de juventud a Portugal que yo desconocía aunque no me puedo fiar mucho: él lo relataba como viajado en sueños. Me dijo que una de sus películas preferidas había sido El árbol del ahorcado, con aquél Gary Cooper otoñoso y sensual. Se extrañaba, de repente y con un pensamiento atado a las cosas de la guerra mundial, de lo que les están haciendo los judíos a los palestinos, habiendo sufrido ellos un holocausto que ahora emulan, como víctimas de una maldición circular y cósmica, implacable. Es raro, eso es muy raro.
Han pasado cinco años y estamos terminando otro agosto seco, pesado, polvoriento. Le quedaban cuatro semanas de vida.
Como desde mi último traslado todavía tengo libros guardados en cajas, hoy he encontrado Perros muertos en la carretera. Me lo regalaron en el año 2000, el año que viví en Cáceres.
Siento que algo escapa a mi comprensión y me vence. No puedo comprender porqué venimos a la vida a ver perros muertos en las cunetas. Y hombres malos ganando el torneo, sonrientes, llenos de eufórico triunfo como atletas laureados, recogiendo infinitos aplausos del respetable. Quizás admitiendo que fui vencido de antemano todo sería más fácil de comprender.
Como desde mi último traslado todavía tengo libros guardados en cajas, hoy he encontrado Perros muertos en la carretera. Me lo regalaron en el año 2000, el año que viví en Cáceres.
Siento que algo escapa a mi comprensión y me vence. No puedo comprender porqué venimos a la vida a ver perros muertos en las cunetas. Y hombres malos ganando el torneo, sonrientes, llenos de eufórico triunfo como atletas laureados, recogiendo infinitos aplausos del respetable. Quizás admitiendo que fui vencido de antemano todo sería más fácil de comprender.