22 de març 2019

Buscadores de huesos


Corren malos tiempos para los muertos. Bueno, creo que nunca ha habido buen tiempo para los muertos, así que corrijo. No he dicho nada. Quién si dijo algo fué un diputado regional de Vox, el otro día. Se burló de quienes reivindican los entierros dignos de sus parientes sepultados en fosas o en campos de cultivo, y se mofó de ellos de ese modo, llamándoles "buscadores de huesos". La verdad es que me sonreí: si todos los tiempos han sido malos para estar muerto, todos han sido buenos para los buscadores de huesos.

No hay que tener mucha ciencia para acordarse de quienes buscaron (¡y buscan todavía!) los huesos de Cristo. Buscadores de huesos haylos, y muchos, y todos buscan con gran ahínco, y el diputado no se burla de ellos. Hay quienes buscan los huesos de la familia Romanov. Los conspiranoicos que buscan el verdadero cuerpo de Hitler allende los mares e incluso en la Antártida, entre pingüinos. Tampoco hay que ser muy burro para no darse cuenta del cirio montado con los huesos de Franco. No creo que el agudo diputado regional deseare mofarse de los buscadores (o los defensores) de esos huesos que he nombrado.
-Es que esos de Vox son muy fascistas -me responde uno, uno de los del lacito de marras.
No le respondo: todos ven la mota fascista en el ojo ajeno.

Una consejera de un gobierno de Arturito Mas dijo que ya vale de gastar dinero abriendo fosas de la guerra civil y dejó el asunto sin presupuesto. Lo argumentó con dos argumentos, para no dejar opción a la respuesta. El primero fue: no hay dinero (era en tiempos de los recortes salvajes) y el otro, el bueno: la guerra civil es un asunto zanjado. Es decir: ara no toca.

A la consejera de Mas (Joana Ortega, se llama)  ningún patriota catalán la llamó "facha".

Sin embargo, ahora, lo de la guerra civil interesa a ambos nacionalismos: al catalán, porqué hace jirimejias para demostrar que España sigue siendo franquista y pretende que Cataluña nunca lo fue. Al españolismo cerril, porqué sabe que se saca buen rédito en votos cuando se hurga en las heridas. Los de Puigdemont, a sabiendas de ello o no (la respuesta depende del grado de estupidez que se les presuma: en una escala del 0 al 10, escoja usted entre el 9 y el 10) juegan encantados al juego de Vox. Aunque el abuelete de Puigdemont fuese un falangista notorio que se fue a Jaén para evitar ser metido a filas republicanas, resulta que la guerra civil mola, porqué según ellos fue una guerra de España contra Cataluña. Si Cristóbal Colón, Hernán Cortés y Erasmo de Rotterdam eran catalanes, la guerra civil pudo ser una guerra de España contra Cataluña. Y la tierra, plana.

Por cierto: ¿dónde están los huesos de Colón, de Cortés y de Erasmo? Es que ahora no caigo. ¡Ah! ¿Y los de Rafael de Casanova? Ahora, cuando la historiografia científica ha demostrado que Casanova no murió defendiendo Barcelona en 1714, si no que se pasó al bando borbónico, ya se habla poco de él. Tampoco se habla mucho de los muertitos del Fossar de les Moreres, puesto que la ciencia -otra vez la puñetera ciencia- ha desvelado que los cadáveres que están bajo el Fossar de les Moreres son muy antiguos y no tienen nada que ver con la guerra de Secesión. Se sabe que todo fué la patraña de un escritor (Pitarra), el mismo que se cachondeó del mito catalán de Jaime I en su obrita sarcástica "Don Jaume el Consquistador", en donde el rey, cuando contempla los mástiles erguidos de los bajeles catalanes, se pone cachondo y le escribe una misiva erótica a su mujer. Nadie le llamó facha, a Pitarra.

Hace algunos años, mi familia decidió repatriar el cadáver del abuelo Miquel, que murió en el exilio francés, en 1941. Estuvo enterrado en el cementerio de Montpélier durante 70 años. Se hicieron infinidad de trámites burocráticos con España y con Francia (hay que decir que facilitaron más las cosas en el lado español). Finalmente, obtuvimos una fecha para ir a recoger los restos del abuelo republicano. El funcionario de Montpélier era un tipo canoso y cansado, amable lo justo. Vamos a dejarlo en "correcto". Nos contó que, en esos casos, a la familia no se le entregan huesos, si no una urna con la ceniza de ellos. (Yo siempre había fantaseado con ese viaje a la ciudad occitana, de la que iba a regresar con una caja de cartón 60x20x40 en el asiento de atrás, escuchando como se entrechocan los huesecillos en las curvas de Banyuls a Portbou). Pero no: era una urna con polvo gris, de peso muy liviano. El funcionario se puso lívido en algún momento de la operación papelística, pero no contó a qué diablos se debía la sudoración fría que perlaba su frente pálida y francesa. Llamó por teléfono, consultó el ordenador. Al fin nos confesó: hubo un error, y estuvieron a punto de darnos las cenizas de un tipo que no era el abuelo pero jamás supimos quien era (a mi me hubiera interesado, al verdad, ya que eso me parecía una buena historia).

Por fin nos libraron el paquete. Nos despedimos del burócrata de la République y salimos al parquing del Tanatorio. Mientras metíamos al abuelo en el maletero, el funcionario francés acudió a grandes zancadas, dando voces. Llevaba otra urna en brazos. Después de mil excusas (exquisitas, bien orquestadas) nos dijo que el lío era tremendo, pero que el verdadero abuelo era el que llevaba él y no el que habíamos metido en el coche. Nos juró mil veces que todo se debía a un error informático, y también nos juró que ahora ya estaba resuelto y sin dudas. Le cambiamos el bote de las cenizas y nos volvimos para Barcelona.

Enterramos la urna francesa en el cementerio de Las Corts, con vistas al Camp Nou, junto a los restos de su esposa. Mejor dicho: metimos la urna en un nicho de un tercer piso, en un bloque de nichos que remite a los bloques para pobres (pobres pero vivos) de La Mina de San Adrián. Hicimos un pequeño homenaje, bastante íntimo. No acudió nadie del partido en el que militó el abuelo. Mejor así, claro. Si llega a aparecer un pájaro gilipollas de ERC, me voy volando.

Mi tío, el hombre que cargó con los trámites de la repatriación, enfermó poco después y no tardó mucho en morir. Una vez que fui a visitarle, entre susurros (le faltaba el aire) pero con un sonrisa, me dijo que él siempre pensó que la urna que nos trajimos de Montpélier no contenía los restos del abuelo, si no los de un tipo desconocido, vete a saber quién, un marinero marsellés, un ruso bohemio, un músico loco austrohúngaro...

Pues nada, pues eso: ríanse ustedes de los buscadores de huesos o de los encontradores de huesos. Por cierto: los trámites, el viaje, las pesquisas y todo lo demás, lo pagamos la familia y jamás le pedimos un solo euro al estado. Los cafés y los bollos en el Tanatorio de Las Corts, solo eso, ya nos costó un buen pico.

4 comentaris:

  1. Ostras, que historia más interesante...
    Me ha gustado.

    Sobre lo de la señora Ortega, ¿qué decir?, una señora que se hace pasar por psicóloga y que le faltan cursos por aprobar es como un barco sin timón, un jardín sin flores y una llufa sin olor.
    Estafadores y estafadoras, ahora hay que dejarlo claro, emocionales, eso es lo que son.

    Un abrazo

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  2. Si no ando errado, la señora Ortega era militante de Unió, esos excelsos "meapilas" que se autodefinian como "democristianos".

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  3. Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy..RODERICUS...ayyyyy¡¡¡¡ Más vale dejarlo todo como está. La hipocresía hecha realidad.

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