Zoila tiene diecisiete años.
Zoila vive en ese barrio del sur, al lado de las vías del tren, cerca de la autopista que ruge día y noche. Zoila vive en uno de esos bloques amarillos y desconchados como si hubiesen emergido del fondo del mar tras permanecer dos mil años entre peces fantasmagóricos y algas traslúcidas. Zoila vive con su madre y sus dos hermanos, el menor tiene un año y medio y es el hijo del medio novio de su madre, un hombre tosco, de taverna. El hombre que es el medio novio de mamá le dice a su madre que la quiere pero también le pega, a veces, cuando llega muy caliente al piso en el bloque amarillento en el fondo de la ciudad, al lado de las vías del tren y de la autopista que siempre ruge.
Zoila es morena, menuda y tiene los ojos de aceituna. No conoció a su padre.
Zoila estudia un grado medio de Cosmética en el instituto del barrio. Terminó la ESO con notas bastante buenas, y tanto era así que algunas profesoras se sorprendieron de que Zoila, con la que le está cayendo en su casa, saque esas notas. Le dijeron que se matriculase en Bachillerato pero ella prefiere ponerse a trabajar pronto y por eso se inscribió en Cosmética. Zoila tenía un medio novio hasta hace poco, un chaval taciturno y vago que no la trataba bien y por eso Zoila le dijo que aire, que me dejes en paz, ya no quiero más novio.
Zoila tiene diecisiete años.
Zoila está embarazada.
Embarazada de tres meses. En cuanto lo supo se alegró de haberle dado puerta al medio novio: viendo lo que les hacen los maridos a las mujeres, prefiere ser madre sin marido, sin padre.
Pero Zoila está triste y siente que algo se rompió. No tiene ganas de ir a clase. El mundo, de repente, ha pasado de ser pequeño y hostil a ser enorme y hostil. Las calles, las gentes, la nubes del otoño: todo es muy atroz, muy grande y lejano. Las distancias se han ensanchado y el horizonte, oscurecido, se ha marchado hasta detrás del horizonte.
Zoila mira la parte del cuerpo que rodea el ombligo. El ombligo es el punto de un interrogante que quiere ensancharse.
Zoila no sabe que, en el instituto, hay unos profesores que ahora mismo hablan de ella. Uno de los profesores sugiere que Zoila debería abortar. Otro profesor, a su lado, da un respingo al escuchar el verbo, como si fuese el verbo del mismísimo diablo. Las dos Españas hablan de Zoila mientras ella camina, sola y en silencio, a las cinco de la tarde, deambulando por la plaza Picasso bajo un sol blanco y tibio de otoño en el barrio pobre al sur de la ciudad.
Zoila necessita un Sant Josep ja!
ResponEliminaCreo que Zoila no está sola. Que habrá alguna voz que le indique y le ayude en su travesía, y que la decisión de abortar la ha de hacer ella sola, con la ayuda, eso si de voces con experiencia. El porvenir le será parco y no dado a gratificaciones con un niño, y por otro lado interrumpir el embarazo es, para una mujer, como lo es Zoila, muy duro.
ResponEliminaNo me atrevo a decir nada, ni soy quien ni estoy preparado.
Tendré a Zoila en mis pensamientos.
PD:Me gustaría que siguieras escribiendo sobre ella y como le va.
Un abrazo
Zoila no se llama Zoila, como te puedes suponer. Debo respetar su intimidad. Lo que pase a partir de ahora no lo sabe nadie. Veremos.
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