A las cinco de la tarde me avisan: una alumna se ha desmayado en clase.
El aula está en silencio. La chica, tumbada en el suelo. Un compañero le levanta los pies y las demás, a su alrededor, forman un coro mudo. Observan. En las paredes, la decoración de Halloween le da a la escena un aire como de comedia barata, con ínfulas de terror serie B. Sin embargo, la chica está mal.
Le tiembla la mandíbula, balbucea palabras incomprensibles. Una mano araña a la otra, como si ambas manos se odiasen mutuamente y sin perdón. Cuando compruebo que me escucha y puede hablar le pido que se levante y, con la ayuda de dos compañeras de clase la llevamos al patio. En el patio pasa un aire fresco de tarde de otoño, los árboles solo han empezado a amarillear y la hierba está fresca, reluciente: llovió hace pocos días. Al fondo, una urraca y dos cotorras verdes brincan entre las hojas.
Nuria cuenta que lleva muchas horas sin comer y entonces me doy cuenta de que está muy delgada, muy pálida. Los labios de un rosa demasiado claro, las mejillas blancas, las manos escuetas y exangües, las uñas rotas.
El sol de repente, sale de atrás de un olmo y le da en la cara a Núria, que parpadea perpleja ante el disco de fuego pálido, como si recordase que vive en la Tierra. Tiene los ojos tristes, con lágrimas. Y mocos en la nariz.
Una luces naranjas asoman tras la puerta. Sí, he llamado a la ambulancia, le digo. Tienen que atenderte las profesionales, yo solo soy un docente. Nuria tiembla como la oscuridad ante la llegada del alba. O como la luz en el atardecer de octubre. Yo iba a las visitas de la psiquiatra, me cuenta camino de la ambulancia amarilla. Pero la psiquiatra se puso de baja y no hay suplente, añade luego, cuando entra en el vehículo y se sienta en la sillita de plástico azul. La atiende una médico musulmana, que le cuenta lo que debe saber con una delicadeza y una ciencia que me emocionan. La sanitaria lleva un velo azul marino profundo que le cubre la cabeza y le habla con dulzura y con seguridad.
Me quedo en la calle mirando a la ambulancia que se aleja, en silencio. Las luces naranjas doblan la esquina y luego nada.
Este relato solo pretendía tratar de colores: rosa, verde, blanco, azul, amarillo, naranja. Se me olvidaba el gris de la sudadera de Nuria.
Testimonio duro.
ResponEliminaLa psiquiatra de baja y sin sustituto. Tratan a la sanidad como de si un lujo fuera (hoy no hay sesión de cine, el proyectista está de baja, váyanse a casa que una tarde sin cine la pueden sustituir por otra cosa. Pues lo mismo).
podi-.
Cuando Errejón pidió más presupuesto para la salud mental pública, una diputada regional le espetó "vete al loquero". Ahí lo tienen.
EliminaFalta por añadir el "negro", que no lo da el Halloween fiestero, lo da el sistema que nos rodea y hace de "padre protector", cuando lo único que cuenta es que los recursos, que son escasos, además estén en manos de filibusteros.
ResponEliminaSalut
Algo muy grave está sucediendo con la salud mental pública en España, y las consecuencias las iremos viendo. Al tiempo. Las embajadas que no falten.
EliminaPor muchas razones, creo que a esta chica no le hace falta un psiquiatra sino un neurólogo. Pero no lo se. Creo que los que administran los recursos estan "a sus cosas" en vez de a las de todos.
ResponEliminaUn saludo
Me temo que estamos asistiendo al principio de un problema muy grave y parece que los políticos están más preocupados por otros asuntos. Para variar: ahora mismo, en Cataluña les interesa más blindar a Laura Borràs ante su probable imputación por corruptelas, tema mucho más relevante como te puedes suponer.
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