Me habré mudado de barrio unas cuantas veces. A lo mejor eso explica que nunca haya arraigado en ninguno, que me cueste identificarme con unas calles en vez de otras. Quizás aquéllas viejecitas y torcidas de cuando era muy niño. El gran patio soleado, los gatos dormidos en las macetas de los geranios, los calcetines y las bragas de las vecinas que se caían y se aplastaban contra el suelo con un chasquido de agua turbia. Pero de aquéllo hace muchos años. La abuela murió, la casa pertenece a una fundación y ahora allí se celebran actos culturales, conferencias y debates muy cultos, sobre filosofía y economía y demás. Fui de allí, pero ya no soy de allí.
Aquí donde vivo ahora hay buena gente, un par de bohemios y muchos pequeños comerciantes. Digamos que lo normal, sin pretensiones. Como prefiero no hacer cuentas ni listas, nunca me he detenido en pensar si hay más buenas que malas personas. Dependiendo de mi estado de humor, el cómputo oscilaría mucho, nunca tendría datos fiables. Tengo la ligera impresión de que la mezquindad, la codicia y el catolicismo ganarían, pero calcular así no me lleva a nada bueno.
Me cuesta mucho, por lo tanto, pensar en medidas superiores. Eso es algo que a mi cabecita le resulta astronómico. ¿Qué es un país? ¿Qué es una comunidad autónoma? ¿Y un estado? Me asusta la gente que habla de
su país. Nunca he llegado a comprender de qué hablan. Puede ser el espacio que delimita un trazado en negro sobre el planisferio. También puede ser la suma de varios espacios, o una zona indelimitada dentro del mapa. ¿Podría ser la gente que vive en esa zona? Pero en ese caso... ¿quién se atreve a hablar en nombre de la población humana que habita un espacio del plano? ¿Quién puede decir
los catalanes pensamos, los catalanes somos, los catalanes no queremos?
Hay países difusos, como Cataluña. No se culpe nadie: la historia fué así. Nadie sabe muy bien donde ponerle el trazo negro. Hay tantos criterios como clases de tomates en el supermercado: el histórico, el lingüístico, el político, el administrativo, el ideal, el soñado, el jurídico. Y luego están las combinaciones entre sí, pongamos por caso el histórico-romántico, o el lingüístico-soñado.
Ante la falta de criterios claros y signos de identidad evidentes, creo que los catalanes se identificaron durante siglos con
su lengua. Otros lo hicieron con una bandera, una supuesta historia común, una supuesta unidad. Los vascos con una supuesta secuencia genética. Este país es, como todos, una entelequia mental. A la que ahora (
ahora es un decir que debe acoger ya unas cuantas décadas), el asunto de la lengua le cojea. A lo mejor es por eso que el presidente de la comunidad autónoma habla de
regreso a los valores de la patria. A lo mejor es porqué no se puede agarrar a la lengua: él mismo habla castellano en casa, con la mujer e hijos. Luego va y se agarra a una ilusión todavía más etérea.
Parece que adónde de verdad hemos vuelto es a un patético atrincheramiento idiomático: los gobiernos de derechas siempre recurren a ese tipo de entretenimientos patrióticos. Es el circo del nacionalismo, que no da pan pero llena páginas.
Llevo un tiempo trabajando en una escuela de barrio pobre (vamos a ponerle un adjetivo digno, sin eufemismos). Cuando digo pobre quiero decir pobre. La lengua de la calle es el castellano en primer lugar y el árabe de Marruecos luego. El catalán supongo que debe hablarlo un digno diez por ciento de la gente. Los padres y madres de los alumnos tienen alrededor de treinta años, lo que significa que
ya les escolarizaron en catalán. Sin embargo, esa no es su lengua ni la de sus hijos.
Lo que quizá deberían preguntarse todos es porqué. Porqué finalmente el catalán no es atractivo ni apenas funcional. La pregunta debería ser porqué algo salió mal. En vez de arengar guerras y buscar culpables. En clase, los niños y las niñas le preguntan:
- en catalán: ¿cavall se escribe con be o con uve?
- en castellano: ¿puedo ir a hacer un pipi? ¿cuánto falta para el patio? ¿puedo pintar con rotuladores? ¿hoy veremos un video? ¿me dejas jugar con el ordenador? ¿tienes hijos?
Creo que las respuestas tienen poco que ver con el estatuto jurídico de Cataluña: si es una nación, un estado, una comunidad autónoma, una región. Aunque eso influye, obviamente, hay algo más.
Hace muchos años, las clases altas de Barcelona adoptaron el castellano para parecer más finos. Y a esa gente del barrio (del barrio de
mi escuela), ahora, el catalán les suena artificial e impostado, el idioma de los ricos y del poder y de la administración. Quizá es eso lo que debemos pensar.
Pensar, o acaso tan sólo pasear por los barrios de verdad. Entrar en las escuelas y los talleres mecánicos, los bazares de chinos y las fruterías de los magrebís. Sentarnos en la plazoleta a tomar el sol con los viejetes y las viejitas, con sus nietos mocosos. Y desde allí, sentados, a ver quién es el guapo que deduce qué narices es un país, una comunidad autónoma, un decreto ley o una sentencia judicial o un recurso contra esa sentencia. El barrio es la verdad y los mapas son papelotes de mierda, guardados en oscuros archivos. Aunque el archivo lleve el nombre de una gran prohombre patrio.