Juan deambula por los pasillos del instituto. Nadie se explica como se las apaña para salir de clase sin que nadie se de cuenta, pero claro, Juan es silencioso, discreto, se diría que flota a unos centímetros del suelo de forma que sus pies no pisan ni hacen ruido.
A veces le veo, al fondo, bajo las luces de los viejos fluorescentes. Veo antes que nada sus grandes ojos, ampliados por esas gafas de miope intenso. Su mirada nunca mira al frente: mira al techo o hacia adentro, o a ambos lugares a la vez.
Le pregunto adonde va y él sonríe un poco. No hace falta hablar mucho. Dócil, da media vuelta y vuelve a clase, no pretende discutir ni tan solo poner excusas. Hay veces en las que me temo que se disolverá en el aire, suavemente, como una brizna de niebla. Me pregunté quien era Juan y de donde salía. Me contaron una historia larga, de dramas superpuestos que el conlleva así, con ese aire tenue de su presencia vaporizada. En clase, por lo visto, suele despistarse.
-¡Siempre está en las nubes! resume su profesor, como si eso fuese un defecto, algo que se debe corregir a fuerza de partes de incidencia.
Juan se sienta solo y en primera fila. Debe ser consciente de que los demás deben verle para asegurarse a sí mismo que existe. La mirada de los demás lo afianza y le certifica en el mundo. De lo contrario, piensa él, es posible que desaparezca como el olor de una flor cuando sopla la brisa.
Juan piensa que le es indiferente al mundo y, en correspondencia, a él le resulta indiferente el mundo. Ayer se le olvidó la contraseña del ordenador y estuve un rato con él, a ver si le regresaba la memoria. La contraseña, al fin, constaba de tres nombres: las tres personas más importante en su vida. Me alegré de eso, indicaba un cierto apego y, de nuevo, son los demás quienes le convierten en un ser.
A muchos profesores Juan les pone nerviosos, con su mirada ausente y esa media sonrisa escasa que le sonríe a algo o a alguien que no está, o que solo él tiene la suerte de poder ver. Algunos dicen que Juan es un mueble en la clase, alguien que no aprovecha el tiempo, que no atiende, que solo calienta la silla.
Yo veo en él a una nube que se humanizó. Bueno, se humanizó un poco. No me puedo imaginar un cielo sin nubes.
No hay nada más bonito que soñar.
ResponEliminaBien por Juan Nubes.
Todos tenemos un lugar más allá de "mueble", solo hay que saber dónde está lo mejor de nosotros o que alguien nos ayude a descubrirlo.
ResponEliminapodi-.
Juan no esta solo, hay más como él, afortunadamente, diría yo.
ResponEliminaUn saludo