26 de març 2021

Campos de Níjar

El libro es, en realidad, un librito. Una joya de la literatura catalana de medidas pequeñas. Y la edición es austera como unas zapatillas de andar por casa. La hizo un periódico, en 2010. Consta de 130 páginas, que a día de hoy ya no huelen a papel recién impreso, ese perfume que nos embriaga a quienes seguimos leyendo en papel por algo maniático y contumaz. La identidad es siempre una forma de resistencia. En este caso, la resistencia a leer en pantallas iridescentes y preferir el papel, aunque le cueste la vida a un árbol.

Campos de Níjar lo escribió Juan Goytisolo y se publicó por primera vez en 1960, cuando yo no existía todavía. Juan se fue a Almería, la por entonces provincia más pobre de España. Todavía me acuerdo de los vecinos almerienses de mi rellano en el suburbio barcelonés de mi infancia. Los padres eran analfabetos, uno de los hijos, Joaquín, es un médico catalán a día de hoy.

El libro de Juan narra una viaje en autoestop y a veces en autobús por los pueblos desheredados del sur. Y hay que tener en cuenta que la Guardia Civil vigilaba y castigaba el autoestopismo, prohibido por la ley. Lo primero que sorprende es el lenguaje brillante del autor. Cuando hablo de un Goytisolo pienso en los demás Goytisolos y siempre termino en la misma pregunta: ¿qué debía pensar la madre de los Goytisolo tras darse cuenta de que había parido a tanto talento junto en un solo hogar? ¿Cómo lo llevó? Yo soy incapaz de decidir cual es mi Goytisolo preferido. Todos tienen algo luminoso y triste, algo grande y chungo a la vez. El lenguaje de Juan es fascinante: he leído el libro con el diccionario al lado. Pocos libros tan pequeños enseñan tanto. Me reconcilio con la lectura mientras afuera sopla un viento silbante, como una fiera escondida en el corazón del bosque.

Almería era capital del esparto, mocos y legañas. Lo decían así sus provincias vecinas, que se reían de los almerienses con esos epítetos. Por esa Almería se pasea, deambula, se pierde Juan, un niño pijo de Barcelona que habla catalán y francés. De pueblo en pueblo, de pensión en taberna y de taberna en pensión. El retrato de la pobreza es crudo hasta lo indecible. Los niños semidesnudos, la escasez, el abuso, el hambre una y otra vez, un hambre conspicua y pertinaz, el señorito cruel, la empresa explotadora, el cura, el guardia civil y el alcalde. Y el maestro. La España de Franco, admirada hoy por quienes no vivieron el hambre, la tristeza infinita y el analfabetismo de la España de Franco. 

Juan traza un camino por los campos de Níjar. He señalado su viaje en el mapa, y me aparece un dibujo algo errático, como en alguna novela de Paul Auster, hombre neoyorquino que debe envidiar con rabia furiosa el libro de Juan Goytisolo, del mismo modo que yo le envidio. Me imagino un viaje por la ruta almeriense de Juan Goytisolo, quizás el próximo verano. Pero cada uno vive en su tiempo y debe apañarse con su tiempo, su nombre y sus cosas. Tanto las cosas buenas como las cosas malas: nos ha tocado vivir en nuestro tiempo, el que nos ha sido dado. 

Y así lo hacemos, claro, pero tampoco olvidamos de donde venimos. Los españoles venimos de aquélla Almería. Y los catalanes en especial: Juan cuenta muy bien que en cada pueblecito de los campos de Níjar le decían: ¿es usted catalán? ¡Anda! tengo un pariente en Terrassa, un familiar en Barcelona, un primo en Hospitalet, un sobrino en Mataró. Cataluña la construyeron los andaluces con sangre sudor y lágrimas. Y silencio. Mucho silencio y disimulo y vergüenza por ser tan pobres y tan desheredados.

Con el mismo silencio con el que hoy africanos y chinos y ecuatorianos y bolivianos mantienen España a flote, en barracones, pisos patera, barrios destartalados y geranios en los balcones. Puesto que solo hay geranios en los barrios pobres. 

Si hoy Juan tuviese el ánimo y la energía necesarias, se iría a los pueblos más pobres de Larache, de Bamako, de Zhejiang, de Imbabura, de Potosí o de Cochabamba. Nos hablaría de las mujeres que trabajan todo el día y de los hombres derrotados que se emborrachan para olvidar que viven, de los niños descalzos, de los chanchos que se pasean por las calles, y todos sueñan paisajes de Europa y coches plateados y cielos con aviones y cometas y drones. Juan nos contaría lo mismo que nos contaba entonces pero sucedería en otras partes.

Bueno, vuelvo al libro tras ese breve excurso: todos los hombres y todas las mujeres y todos los niños y las niñas se pasean por los campos de Níjar. Puede que su abuelo o su abuela fuese de Níjar. O de Cochabamba. Por más catalán que sea o se sienta usted, todos venimos de las alpargatas y los mocos y de las legañas, que no se les olvide.

2 comentaris:

  1. Hermosa reflexión, Lluís.
    En cuanto a la madre de los Goytisolo, no pudo disfrutar y enorgullecerse de sus hijos porque murió en un bombardeo durante la guerra civil dejando a sus hijos muy pequeños.

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  2. Y yo desciendo de abuelos murcianos de Águilas. Esparteros y mineros. Que se acercaron a la Barcelona de la segunda exposición para barrenar la linea del Trasversal, linea que se llevó, en su construcción, muchas vidas por delante, pero que eso ni se decía entonces, ni importa ahora.
    De pura cepa no encontrarás en la ciudad; afortunadamente la mezcla de etnias, razas e incluso religiones han hecho amalgama, y ello contribuye a que "els nosaltres sols" sea sólo un panfleto tractorista, muy de moda entre las gentes de aldea grande, pero no de ciudad.
    PD: Por cierto, a las aldeas grandes les vino muy bien la emigración de mano de obra barata, sobre todo en los lugares donde el cerdo es materia prima vital, y en donde los mataderos se veían "negros", mira que palabra tan bien situada, para encontrar mano de obra barata y callada.

    Un abrazo
    Salut

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