Esto es una reseña de "Un daño irreversible", el libro de Abigail Shrier publicado en España por Ediciones Deusto (Planeta), y con un magnífico prólogo de Juan Soto Ivars. Si acudí al libro fue, precisamente, por la noticia que le precede: este libro ha sufrido varios intentos de censura, especialmente en EUA, así como una tremenda campaña en contra en las redes. Shrier es una periodista del The Wall Street Journal, medio que cualquiera emparentaría con la derecha neoliberal, esa que aboga por las libertades individuales por encima de todo. Sin embargo, y justamente en nombre de la libertad, el libro ha sido maldito.
El planteamiento es puramente periodístico y soslaya las opiniones científicas: Shrier ha coleccionado muchas entrevistas y en ellas se basa para exponer su tesis: el fenómeno trans es, ante todo, una moda. Otro asunto son las consecuencias que conlleva, y para ello se fija en las personas que han querido desandar el camino para volver al género en el que la naturaleza les puso. Hay testimonios dramáticos, sin duda, y quizás por eso se puede acusar al trabajo de Shrier de cometer una cierta trampa.
Yo no me voy a meter en berenjenales y no expondré mi opinión sobre la cuestión trans: puede que me autocensure, pero mi opinión ¿a quién le importa?
Me preocupa que en estos tiempos se censuren libros o, lo que es lo mismo, se intenten censurar. O que se promuevan boicots contra determinados productos de la cultura. Para salir del aislamiento y del sesgo de confirmación no hay mejor opción que leer cuanto más, mejor. ¡Incluso me leí el librito de memorias suizas de Joaquín Torra! Así que, sin demasiado amor, me leo a Shrier. Solo por saber lo de la censura, para comprender lo que molesta tanto, lo que tanto ofende. Paradójicamente, el libro me parece discretamente inofensivo y sospecho que la campaña en su contra le ha dado miles de ventas, del mismo modo torpe y cateto que las campañas católicas contra Je vous salue, Marie crearon grandes colas para ver una película de Godard, director al que solo iban a ver cuatro intelectuales barbudos y tres niños, entre los cuales yo, que queríamos dárnoslas de lo mismo.
Y aún así, sin expresar mi opinión, les diré que la cuestión trans me tiene muy intrigado. En el centro en donde trabajo hay un índice elevado de alumnado trans, en los dos sentidos. Y, en general, el asunto promueve una gran adhesión que se asimila a la adhesión que generan el feminismo o la democracia igualitaria. Como si lo más normal (y lo correcto) fuese estar a favor de un modo acrítico, que es lo que me intriga mayormente. Porqué yo, que soy un indisimulado socialdemócrata, le veo pegas a la socialdemocracia y voto al Psoe a la vez que le cuestiono.
Otra cosa también me extraña: el feminismo mayoritario ve con sospechas al fenómeno trans y lo expresa sin disimulo. Autoras mediáticas de diversos enfoques se han manifestado contra la Ley Trans, y lo han hecho desde posiciones de la izquierda sin lugar a dudas. Incluso en el mundo del feminismo académico, notables pensadoras no han dudado en levantar la voz contra lo que creen un error mayúsculo. Busquen los artículos de Pilar Aguilar Carrasco, por ejemplo, y saldrán de dudas: Aguilar es una voz autorizada y nadie dudaría de sus planteamientos progresistas. Por no hablar de una de las feministas que siempre me han divertido más, como Barbyjaputa, cuyos artículos y podcasts en Radiojaputa recomiendo con fervor por su capacidad argumentativa brillante y su brillantísimo sentido del humor, que se agradece como agua de mayo.
Al alumnado trans que hay en mi centro de trabajo les trato exactamente del mismo modo que al resto del alumnado: con el mismo respeto y ecuanimidad, y ni se ocurre practicar ninguna clase de discriminación, ni positiva ni negativa. Veo personas que acuden a estudiar y soy incapaz de ver otra categoría. No diré nada más.
Vivimos, sin duda alguna, en la época de mayor reconocimiento de los derechos y la libertades individuales jamás vista en la historia del mundo. Y, en España, la más inaudita: en este sentido, vivimos en uno de los países más progresistas de Europa y por consiguiente del mundo. Con todos sus peros y sus problemas, así es. Por eso mismo, espero que en España el libro de Abigail Shrier se pueda leer tranquilamente en el metro y en el autobús.
Lo tengo en cuenta.
ResponEliminaGracias
Es curiosa la desconfianza que las "trans" inspiran en las feministas clásicas que citas. Creo que en el fondo, siguen viendo a las "trans" como hombres que intentan impostar una femineidad de la que según ellas, carecen. O sea, las ven como a "quintacolumnistas".
ResponEliminaLo de censurar nada, es una absoluta tontería que tan solo juega a favor del censurado. Que cada uno lea, se informe, y saque sus propias conclusiones sobre cualquier cosa.
¿ Que los "terraplanistas" son unos gilis de mucho cuidado ?, cierto, pero están en su derecho a serlo.
Un abrazo