Los horarios algo alocados de este curso me obligan a almorzar varios días a la semana en un bar del barrio, el más cercano a mi centro de trabajo. Es un local más bien triste, en donde por motivos que desconozco reina una penumbra que no me desagrada. La puerta chirría levemente, es un susurro apenas. Pero a la vez es un síntoma.
El local debe llevar más de 20 años sin sufrir reforma alguna y tiene algo ya caro de ver, por esos lares en donde el más humilde pretende incorporar algo de las nuevas tendencias del diseño. La decoración es ausente: las paredes son paredes desnudas. El televisor, al fondo, es de medidas reducidas, como de comedor de piso de antaño. Y el volumen del aparato es tan bajito que, sumado a mis dificultades auditivas, se me presenta mudo. Y eso es de agradecer.
En la barra se aposentan, al mediodía, dos o tres currantes con sus cañas y sus cacahuetes. Somos pocos los que vamos allí a comer.
Al poco de ir se sabían mi nombre y mis manías. La verdad es que prefiero mucho más anonimato, pero a la vez hay algo agradable en ese conocimiento. Cada día tienen un menú de dos platos, improvisados y sin anunciar en pizarras ni hojas impresas. Uno debe preguntar y no puede escoger: lo tomas o lo dejas. Es más o menos una vuelta a mi infancia, cuando mi madre me ponía el plato delante y me soltaba, con cierto laconismo: es lo que hay. Suelo quedarme con uno de los dos platos, por ahorrar tiempo más que dinero: muchas veces debo comer en 20 minutos, lo cual es -creo- ilegal en España. Pero es lo que hay: lo tomas o lo dejas.
Una familia atiende en este local. Bueno, creo que son una familia las tres personas que cada día andan por allí: la mujer y el hijo, trabajando. El marido, sentado viendo la tele con cierto aire a caudillo destituído pero cómodo en su dimisión -o su destierro. La mujer es menuda, escuálida. Le duelen las cervicales y a veces debe cerrar el local por las visitas médicas o los dolores. El hijo es dicharachero y a la vez tímido, muy joven, posiblemente sin estudios. Hace unos curiosos ademanes para imitar la elegancia de los camareros que ve en la tele, quizás sueña servir en restaurantes de postín, o sueña que su vida es otra y está sirviendo ahora mismo en Maxim's. Es rápido, eso sí. Pocas veces he visto tanta celeridad y tanta amabilidad, aunque tenga un porcentaje elevado de impostura. Al fin y al cabo, todo eso es un juego teatral. Cuando digo todo eso me refiero a todo eso, al mundo entero.
Los platos son sencillos por no decir humildes. Y sospecho que a veces han abierto una lata de comida preparada pero bueno, le han dado dos o tres toques para disimular. El café está rico y a veces lo sirven con unos retales de pastelería algo seca que les habrá sobrado de los desayunos. Por el callejón en donde está el bar apenas circula nadie. A veces veo una paloma que se ha perdido, una gato macilento y espiritualizado, una gitana que busca a su marido.
Es una pena que siempre deba comer con prisas en el Bar Olimpo. A veces sueño que me quedo a leer un libro de esos gordos e infinitos, y que tras el café me pido un orujo y luego una cerveza, para desengrasar el gaznate y luego quien sabe, Dios dirá, quizás otro orujo pero el de hierbas. Y así sueño en una tarde imposible mientras el camarero, solícito y teatral e inmensamente pobre sueña que sirve en un bar elegante de Madrid a viejos medio intelectuales, medio soñolientos y algo bebidos, ya se sabe.
Una casa de comidas, vaya, sin más aspavientos.
ResponEliminapodi-.
Y un espacio suspendido en el tiempo.
EliminaRelatas una casa sencilla, sin más aspavientos que servir rápido y casero.
ResponEliminaEstoy seguro que te encuentras cómodo en su interior, y que si cerrase la encontrarías a faltar.
Un abrazo
Espero que no lo cierren, aunque parece que el Ayuntamiento tiene prevista alguna "treforma" que podría conllevar la desaparición. En nombre del progreso de la especie humana, por supuesto. En esta Ayuntamiento mandan las fuerzas de la "izquierda" patriótica.
EliminaUn de esos raros lugares donde la calma y la cerveza pueden ser el refugio ideal en una tarde de tórrido verano.
ResponEliminaLos sitios así, van desapareciendo, desgraciadamente.
Un abrazo.
Exacto; este es un texto nostálgico.
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