Lo que intento escribir me resulta complejo, porque es asunto delicado y material muy sensible.
Un político acaba de publicar en las redes la enfermedad muy grave de un hijo suyo, de corta edad, y en el mismo tuit en el que comunica a sus seguidores la triste noticia les anuncia que esa circunstancia afectará a su dedicación pública, y que deberá hacer remodelaciones en el equipo de gobierno municipal.
Le he dado vueltas varias horas al asunto y no doy con la reflexión más oportuna.
El tuit contiene algo que podríamos denominar un sofisma: para argumentar los cambios políticos que se avecinan exhibe la enfermedad (penosa y lamentable) del hijo. Yo hubiese preferido que contara los dos hechos en tuits distintos.
A mi este político no me ha gustado jamás, y una de las causas por las que me disgusta es, justamente, el uso abusivo y algo narcisista que ha hecho siempre de las redes, y muchas veces con trampas muy evidentes y recurriendo al victimismo (me han insultado, me han ofendido).
Pero ante la situación que plantea ahora ¿cómo sería posible construir una crítica razonable sin caer en la encerrona? ¿Se trata de una jugada maestra para ganar popularidad a través de la pena y neutralizar cualquier crítica? A ver: si alguien le afea el uso de la lástima o el supuesto truco de acometer cambios políticos justificándose en una enfermedad grave de un hijo, puede darse por muerto. Quine ose criticarle, increparle o pedirle explicaciones recibirá una avalancha de comentarios en las redes similares a una lapidación en la Plaza Mayor, y no sería de extrañar que esta vez la lapidación trascendiese los límites de las redes.
Intento tomar una perspectiva racional, ecuánime: quizás debamos aceptar que el tuit con el sofisma es sencillamente un acto espontáneo, que todo es cierto y que quizás solo se le deba reprochar el factor exhibicionista, prescindible. Quizás solo se le podría responder: muchísimas personas pasan por problemas similares o peores y son embargo intentan seguir adelante con sus vidas, o no, y lo único cuestionable -repito- es el acto poco consciente y poco razonado de exhibir el desastre con intenciones poco claras: ¿generar adhesión, compasión o... mantener los votos a buen recaudo? Algunos elementos me llevan a sospechar lo peor, pero me siento incapaz de argumentarlo sin exponerme, estúpidamente, al linchamiento por insensible, cruel o malnacido. Solo diré que, en mitad de la legislatura anterior, el mismo político dimitió con un argumento más bien pueril. ¿Y si fuese que nuestro político se cansa a mitad de las legislaturas por cuestiones de índole personal que no hace falta argumentar -y mucho menos mediante subterfugios?
Hace unos pocos años, una persona conocida publicó un par de libritos y lanzó una campaña de difusión de sus títulos en las redes. Las ventas deberían de ser discretas, aunque quizás fueron medio buenas. Sin embargo, esa persona empezó a exhibir su condición de viudedad reciente, sus lamentos, sus lágrimas en fotografías acompañadas de textos que mezclaban, en unas pocas frases, la pena por la muerte del ser amado con la venta de sus libros. Hablé del asunto con un amigo común, y el amigo común me lo resumió en pocas palabras: eso es obsceno. Y es cierto: la exhibición del desastre para promover la pena y en consecuencia aumentar las ventas parece una falta de pudor extraordinaria y apabullante. Quizás consecuencia de una evaluación de riesgos en la que el factor ético se ha dejado fuera de la ecuación, fríamente y con todas sus consecuencias. Se dio cuenta de que la estrategia invalidaba cualquier respuesta crítica.
Salvo una: es obsceno mostrar las desgracias con el fin de obtener beneficios o de justificar errores.
Quizás uno se confunde a sí mismo con los más vulnerables del mundo por estar pasando una circunstancia penosa -que todos lamentamos- pero se olvida de otra circunstancia: que es un funcionario muy bien pagado, una persona que vive con comodidades más que evidentes. Una persona, que en definitiva, también podría hacer la reflexión siguiente: en estos malos momentos, pienso en las personas que lo están pasando tan mal como yo y que, además, sobreviven con penurias.
Les digo la verdad: me resulta imposible argumentar más allá de eso que he escrito. Lamento no saber hacerlo y lamento, al mismo tiempo, que haya políticos tan hábiles en el uso de las redes como para practicar esas tácticas que, aún pudiendo no ser espurias, lo parecen mucho. No dudaré de que la información sea veraz, y no solo eso: le deseo al político y a su hijo enfermo que las cosas le vayan lo mejor posible, ya que nadie desearía lo contrario en ningún caso: incluso a nuestro peor enemigo le desearíamos lo mejor. Y que conste: para mi, el político en cuestión no es, ni de lejos, mi peor enemigo: solo es un adversario en el campo democrático. Nadie quiere la muerte, nadie la desgracia, nadie la oscuridad. Para todos vida, gracia y luz.
A veces la gente también banaliza consigo mismo sin saberlo, creyendo más bien que trasciende en vez de desvalorizarse.
ResponEliminapodi-.
La verdad es que me es complejo el escribir algo.
ResponEliminaNo se me ocurriría chantajear emocionalmente con la enfermedad de nadie, que es, al fin y al cabo, la apariencia que el tuit en cuestión.
Tampoco se me ocurriría comunicarlo por tuit, es una cosa tan sería que incluso me atrevo a decir que no habría habido comunicado y menos por las "redes sociales".
Hay cosas que se sufren con dignidad y que no deben ser comentadas.
Un abrazo.
PD: Voy por la segunda lectura del libro de Cirlot que me regalaste, una delicia ¡¡¡