Este texto está dedicado a mi amigo Miquel Cartisano, él conoce las razones
Mientras estaba trabajando en la cocina del comedor apareció la Hermana que dirige el cotarro y me preguntó si quería su bendición. Por supuesto que sí, le respondí. Se lo dije con vergüenza: temí que la monja viese en mis ojos que creo, pero que creo sin fe. Que solo pienso. Ella hurgó en su bolsillo, sacó una botellita de aceite, se puso una gota en el dedo pulgar y me dibujó una cruz en la frente. Que Dios te bendiga, me dijo, clavando sus pupilas azul pálido en las mías. Me sentí muy pequeño, minúsculo, casi niño.
Un rato más tarde me mandaron arriba, al comedor, a servir los platos del primer turno. El comedor es una sala adintelada enorme, sin columnas, de techo altísimo, todo está algo desvencijado, limpio pero desvencijado, con unas grandes vidrieras al fondo por donde entran chorros de luz blanca. Los comensales acuden ordenadamente y se van sentando en unas mesas larguísimas. Aquí hay más de 120 personas sentadas, me digo. ¿Cual es el perfil del que acude a un comedor de la beneficencia? El perfil es que no hay perfil: hombres y mujeres, jóvenes y mayores, blancos, negros, moros, latinos, catalanes, nórdicos. La sociedad no es eso pero también es eso. Aunque algunos hablan entre ellos, el ambiente es de silencio. La mayoría de las miradas se agachan. Muchos se miran los pies, absortos en ellos o en las baldosas ocres, o contemplan esa superficie de fórmica azulada de la mesa, infinita y azul y gris como un cielo uniforme, un azul grisáceo que me recuerda el color de los ojos de la monja que me bendijo un rato antes.
Algunos han acudido con amigos, pero la mayoría están solos. Algunos, pocos, desafían con su mirada, orgullosa y terca, pero casi todos sienten vergüenza. O una humildad obligada. Hay uno que viene con la mochila muy vistosa de una empresa de reparto, una empresa que cotiza en bolsa. Me pongo en manos de una monja que dirige su sector con tranquilidad y con sabiduría. Es una mujer joven, ugandesa, alta, guapa, con unos ojos grandes y limpios como un manantial generoso de la montaña. En este comedor no se resuelve la vida de las personas que acuden a él, solo se palía su hambre. Y solo por un rato se les resuelve el hambre. Aquí hay más de cien historias que contar, más de cien historias del hombre y del hambre, la historia de la humanidad. Aquí está la historia del que protesta por la comida, la del que la agradece, la del que nunca jamás levanta su mirada y come como un gato, deprisa y sigiloso. Es cierto: ¿cuál es el sentido de darles comida a los que no se la puede comprar? ¿No estaremos cronificando la miseria? ¿Es eso hacer el bien? ¿Se debería hacer algo más? ¿Solo se limpian conciencias de personas opulentas con malestar por la suerte que les ha tocado?
Entre los voluntarios como yo hay mujeres jóvenes que han venido con sus hijas adolescentes. Uno adivina enseguida que esta gente viven confortablemente bien. Es posible que vivan incluso muy bien. Uno distingue ciertos rasgos, con el paso de los años, y no hay que ser muy listo para descifrar. Es muy posible que esas mujeres vengan aquí con sus hijas para darles una lección, pero ¿una lección de qué? Quizás de misericordia o de piedad, de caridad. ¿De realismo? ¿De humildad?. Uno de los chavales, uno muy joven, hace un mohín de desagrado ante una determinada interacción, pero se contiene admirablemente y prosigue con su labor de servir platos de potaje de judías con carne y verduras (la verdad sea dicha: el potaje huele bien y me resulta francamente apetecible). En la mayoría de los voluntarios descubro (quizás solo intuyo) la intención cristiana, el impulso de la fe. El mensaje de Cristo plantea un extraño mundo al revés: el cielo no es para los ricos ni para los listos. Los ricos acuden a servir comida a los pobres, a los sucios, a los indigentes. Se dejan maltratar por ellos si se tercia, y aceptan con una sonrisa sus posibles desmanes. Hay algo terriblemente incomprensible en esa escena, algo muy misterioso. Siempre me ha fascinado ese misterio, este espejo invertido del mundo. Quizás era eso la frase de San Pablo: "ahora vemos como en un espejo, como en un enigma".
En uno de los pasillos he visto el cartel con unos versículos del evangelista Mateo, que recuerdo vagamente de mi juventud: "cada vez que me visteis enfermo, cada vez que me visteis hambriento, desnudo, cada vez que vinisteis en ayuda de mis humildes hermanos, en mi ayuda vinisteis".
Se termina el primer turno. Los voluntarios nos apresuramos en limpiar porque en nada llegará el segundo turno. Para el segundo, la monja de Uganda ha previsto dos tercios de las mesas, pero a la hora de la verdad se llenan todas de nuevo. Habrán pasado unas 250 personas en poco menos de 2 horas. Cuando el segundo turno empieza a marcharse, uno de los comensales se me acerca y me suelta: "Mañana es festivo ¿no? Habrá paella, digo yo". Le sonrío. Le sonrío y me maravilla que este hombre, que se ha excluído o ha sido excluído, tenga en cuenta los días festivos de una sociedad que es, para él, como el planeta Marte para mi. Después, una chica bastante guapa que no tendrá los 30 pero aparenta 45 y lleva unas mechas californianas también me sonríe y murmura un "gracias" muy liviano y esquivo, pero completamente sincero.
Tras ayudar a barrer y a fregar el comedor, me voy para donde he guardado mis cosas. Me cambio y me dispongo a salir. El local es algo laberíntico, así que tardo un poco en encontrar la salida. Cuando enfilo el pasillo largo que lleva hacia la puerta de la calle aparece de nuevo la Hermana que me bendijo con aceite, aparece como si saliese de la nada, misteriosamente. Me sonríe, me agarra por el codo. Y me pregunta: "¿Crees que eso es una casa de locos?". Creo que le respondí algo que sin duda no era ni ingenioso ni ocurrente, pero no lo recuerdo. Acaban de fregar el suelo de la entrada. Por lo que la Hermana me susurra: "Cuidado, no te vayas a resbalar".
¿La hermana es francesa? conozco a unos cuantos que deberían ver y pasar esta experiència. De eso no hablan los periódicos ni radios ni la televisión.
ResponEliminaNo le pregunté a la Hermana por su nacionalidad, porque las nacionalidades me importan un pimiento. De eso no habla nadie. Y como no habla nadie no existe o si existe en invisible, como los fantasmas. Al turismo le gustan el silencio y los fantasmas.
EliminaEs que n'hi havia una que era com un ángel y era francesa, és per aixó que t'ho he preguntat. Encara que no en parlin existeix, sort n'hi ha per a tanta gent que existeixi.
ResponEliminaLa francesa se llamaba Maria Agnes, y era licenciada en filología románica por La Sorbona. Sabe cinco idiomas perfectos y otros tantos hablados, FRANCESC PUIGCARBó.
ResponEliminaSalut
Amigo LLUIS. Las gracias a ti por ejercer voluntariado, por conocer lo que es, y quienes son las personas que lo llevan, y porque la única manera de saber como funciona es estando una mañana allí.
de todo se aprende, y de esas personas cada más. El 1 de febrero hará catorce años que estoy allí, es mi segunda familia. Ellas, las hermanas van cambiando cada dos años, pero te llevan en el recuerdo y no hay nada que haya estado conmigo que me abandone ( la frase es de J E Cirlot), las llevo siempre presente.
La hermana M José, ugandesa, es un compendio de sabiduría, a veces, por la mañana a primera hora, sobre las 7´30, nos ponemos a hablar de que los pobres de aquí van con móvil, y que sus problemas son otros, pero son igual de acuciantes que en el resto de lugares donde ha estado, Londres, París, Madrid...
Gracias por citarme, y gracias por dejarme estar a tu lado, uno siempre aprende de los que saben más.
Un abrazote muy, muy grande.
Tuyo
Miquel
Me apunto la frase de Cirlot, a quien leo a menudo, pero esa no la sabía: todos aprendemos de todo.
EliminaPD: La superiora, la hermana Blanca, es palentina, tiene ese retrueque de castellano viejo y recio que hace gracia. Ha estado en Suiza, si Suiza, Londres, París, Berlin, Camerún, Uganda, Sudáfrica y tres lugares de España (Barcelona, Madrid y Murcia)
ResponEliminaSabe inglés, frances, alemán, español, algo de ruso y un montón de dialectos africanos.
Si hay antítesis de lo que es la soberbia, ella es la demostración.
Salut
Bendita casa de locos. Emocionante tu crónica, mientras la leía pensaba que, gracias a gente como vosotros, no está todo perdido.
ResponEliminaLa verdad es que esta experiencia me ha sucedido mientras estoy leyendo "El Reino", de Carrère, una lectura turbadora. De modo que recomiendo la lectura y la experiencia.
EliminaHe reflexionado muchas veces sobre la pobreza y sus formas aquí, en España, no en otros países como África , la India o China donde uno va de turista y solo se asoma a la pobreza desde la terraza de los hoteles o los cristales de los autobuses. ¿Hay personas que han nacido para ser pobres?, ¿es la pobreza una elección para algunos de ellos?, ¿en que piensan?, ¿donde están sus familias?, ¿tuvieron oportunidades y no las aprovecharon?. No se, pero si loa asesinos y violadores tienen techo pagado por todos digo yo que estas personas, por lo menos, tienen los mismos derechos.
ResponEliminaYo no creo en dios, pero hay dos personas que rezan por mi casi todos los dias, y pienso que sin creer en dios, su oración de algo servirá...
Un saludo.
P.D. Excelente retrato el que nos has dejado
No creo que nadie nazca para ser algo en concreto, pero sin duda el azar pesa mucho. La suerte nos hace nacer en un país, en una familia. Y muchas veces nuestras decisiones están condicionadas por el entorno, también sujeto al azar.
EliminaOrtega siempre ha tenido razón en su aseveración: "yo soy yo, y mis circunstancias".
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