No podré morir joven. Ya no puedo dejar un bello cadáver. Pero me acuerdo de los momentos difíciles de la adolescencia, y del instante de fulgor en el que se me ocurre la pregunta: ¿para qué vivir lo que me espera, viendo lo que veo en la vida de los adultos?. La adolescencia es eso, un destello lúcido de vida que atenta contra la vida. Escribí un cuento sobre eso y me llevaron al psicólogo. El psicólogo me contó otro cuento, distinto al mío y bienintencionado, pero debió de bastar: a día de hoy me acerco a los sesenta.
Justo en el día anterior a la muerte de la anciana reina, se publicaron los datos sobre suicidio juvenil en España. Se preveía un debate sobre la cuestión del suicidio adolescente, pero fue interrumpida la previsión cuando falleció Elisabeth, a sus noventa y tantos años. Hubo quien elogió ese reinado tan largo, cuando el único mérito de la señora es estrictamente biológico.
Las sociedades siempre han aceptado el sacrifico de su juventud como algo necesario: Francia y Alemania (entre otros países) quedaron diezmadas de jóvenes durante la primera guerra mundial. En la segunda, de nuevo Alemania y Rusia. Por no hablar de la sangría civil española: si ustedes leen los reportes de las agencias públicas para el recuento de fosas comunes en cunetas y cementerios, verán que -más allá del bando- son cuerpos que murieron en su primera juventud. No hay mejor documento que demuestre la estupidez de la guerra que visitar un cementerio europeo.
¿La patria exige parir mártires de una ilusión nacional o ideológica? Dicho de otro modo: esos niños que ahora juegan en el parque, y cuyo griterío alegre me llega por el balcón: ¿pueden ser ofrendados mañana en el altar de una obsesión de ancianos nacionalistas?
A día de hoy, en la Europa democrática no hay guerras y los jóvenes no se ven impelidos a verter su sangre en los campos yermos, como en un antiguo ritual griego de fertilidad. Pero los jóvenes mueren en sus casas, en las vías del tren de cercanías, en la soledad aulladora de un polígono industrial.
La sociedad prefiere conmemorar la muerte de una ancianita con una vida regalada antes que hablar de esos chicos y esas chicas que se quitan la vida cada día en nuestros barrios. Des de 2020 hasta hoy, el número de chicos suicidados se ha duplicado. El número de las chicas suicidas se ha triplicado: debe ser más difícil imaginar un futuro en femenino, aunque este sea un debate muy complejo.
En el curso pasado conocí dos intentos de suicidio en el centro educativo. Quizás tres. Todas eran mujeres muy jóvenes, de menos de 20 años. Estuve sentado en unos peldaños fríos y feos esperando a la ambulancia con una de ellas. Viví allí uno de los instantes que no se olvidan.
Cada vez que piso aquellos peldaños se me erizan los pelos del alma.
Te pido permiso para ponerlo en Tot.
ResponEliminaDe esto no habla nadie. No interesa al sistema.
Gracias
Ahhh , y buen gusto en el oleo, los pre-rafaelistas, Rosetti y compañía, siempre han sido de mi agrado.
ResponEliminaDespués de un mes sin televisión, al encenderla me dio la sensación de que, no solo no nos habían independizado del resto de España sino que habíamos sido anexionados al Reino Unido.
ResponEliminapodi-.
Sensible artículo, sí. Mas recuerda que de las vidas de los jóvenes ofrendadas a la patria ya se contaba en la Ilíada.
ResponEliminaPor otra parte siempre me pregunto qué parte de homicidio social hay sobre nuestros jóvenes cuando tantos de ellos se suicidan. No es tema para hacer demagogia ni populismo, simplemente me pregunto. Es decir: modelos de vida actuales, si todos vivimos más o menos al día ellos viven al minuto (al menos muchos mayores tenemos las espaldas relativamente cubiertas por sueldo o pensión), futuro incierto, quiebra del sentido de las cosas (otros le llaman a esto valores, yo no me atrevo), excesivas concesiones de consumo a quien no tiene nada, redes mediáticas que aportan y también envenenan, y las mentes no son todas iguales...Etcétera.
Y, no obstante, no olvidemos nunca esto de los cerebros. Y más en quienes aún los tienen deficientemente amueblados. Pero ahí sí que ya es difícil tener opinión, incide otro tipo de razones muy particulares, de dependencias, de fragilidad individual, neuronales, no sé.
(He comentado esto también en el blog de Miquel)