Mi madre murió cuatro años después de que muriese mi padre. Se apagó. La causa de la muerte de mi madre fue incierta: diríase que fue la suma muy grande de muchos factores pequeños. No digo que mi madre desease morir, pero era evidente que había perdido el interés por vivir. Tal como yo lo veo, mi madre, simplemente, dejó de desear vivir. Hasta que la vida la dejó a ella, una tarde domingo, en un invierno de hace...
Mi madre aborrecía los toros, y se molestaría conmigo si le contase que, hace poco, la comparé al matador de toros sevillano Juan Belmonte. Belmonte quiso morir en la arena y, cuando se dio cuenta de que eso ya no sería posible, llamó a la muerte por otros caminos y se citó con ella en otra plaza. La historia dice que Juan Belmonte se suicidó, y la historia va bastante acertada: Juan se descerrajó un tiro en la cabeza un 8 de abril del año...
En España se habla de eutanasia y algunos se ponen malos cuando sale el tema. La muerte no es tema fácil ni plato de buen gusto, claro. Es curioso que se crispen tanto ante la eutanasia, derecho que no obliga a nadie a morir ni permite el asesinato. Y es curioso que, entre los que más se crispan con la eutanasia, estén los que desearían reincorporar la pena de muerte en el código penal. ¿La muerte de los demás es cosa pública?. Por cierto: a Juan Belmonte le permitieron ser enterrado en un cementerio católico, algo que muchas veces se niega a los suicidas.
Por todo eso comparo a mi madre con Juan Belmonte. Mi madre pasó los últimos diez años de su vida cuidando al gran dependiente en que se convirtió su marido (mi padre), mayor que ella, víctima de una enfermedad lenta pero inexorable, terrible. Mi madre lidió en esa arena sin espectadores ni aplausos y, cuando la función terminó, no supo qué más podía hacer con su vida. Las luces se habían apagado, la banda de músicos se había ido a otra parte. Tras la misa de difuntos solo había la nada.
Fue en vano contarle, con sonrisa boba y confianza inútil, que la vida le ofrecería otros placeres a partir de la viudez recién inaugurada, otros estímulos, que la vida le depararía sorpresas bellas e inesperadas. Mi madre no se creía nada. Mi madre no era el diablo, simplemente era vieja. Y sabía que tras la función no hay nada. Salvo el silencio de la alcoba solitaria, la radio repitiendo sandeces, el calendario de la cocina con quince citas mensuales para acudir a ambulatorios, a hospitales y a especialistas de la artrosis, más la mañanita en La Caixa para ver como hacemos la declaración de la renta o donde ponemos sus ahorrillos, ya lo sabes, ahora hay grandes oportunidades para invertir tus veinte mil euritos en los mercados emergentes.
Cuando tuve que vaciar el piso de mi madre encontré sus últimos cuadernos. Ella, que antaño había escrito largas frases sobre pintura, libros y recuerdos antiguos, se limitó a anotar la hora y el minuto en que salía el sol, la hora y el minuto en que el sol se ocultaba en sus últimas semanas. La última anotación solo reporta el alba. Con una letra temblorosa, aunque quizás es temblorosa solo porqué le importaba un pimiento incluso eso, lo más pequeño y a la vez lo más grande.
Mi madre también tuvo que cuidar a mi padre durante muchos años y en ese sentido la identifico un poco con lo que tú dices en tu texto. Capacidad de abnegación, sufrimiento y darse a nuestros padres por amor. Y luego "ellos" marcharon y ahí quedaron "ellas". Unas santas; hoy en día no todo el mundo lidia con toros no previstos.
ResponEliminaUn bonito texto.
PODI-.
La alcoba, la radio y el calendario son un buen resumen de lo que es la vejez. Y ese tirar adelante sin más o porque otros te necesitan. Que triste lo que has escrito hoy
ResponEliminaCon CARLOS, y con ANGELS. Comparto lo que dicen, y si está bien dicho no es necesario poner nada más.
ResponEliminaDesde aquí un recuerdo a Pepita, "la anarquista", mi madre.
salut
Me sumo a los trea anteriores. Un buen texto, que me ha emocionado.
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