20 de des. 2019
Daisy, casi un cuento de navidad para 2019
Daisy se vino para España embarazada de seis meses. Su barriga, demasiado enorme para un cuerpo tan pequeño como el suyo, le impidió abrocharse el cinturón de seguridad en el avión de Aerolineas Argentinas. Aunque Daisy es de Ecuador y no de la Argentina. Nació en Zacachun, un pueblo cercano a Guayaquil. Daisy no está muy segura de cual es el padre de ese feto que crece y crece y crece. Ninguno de los candidatos estaba dispuesto a hacerse cargo del asunto. Quizás por eso se fue para España.
Daisy se bajó del avión en Barcelona. Descubrió que el avión había aterrizado a algunos quilómetros de la ciudad, en un lugar llamado El Prat de Llobregat, en el delta de un río moribundo y maloliente. Era de madrugada, hacía frío en esa tierra ignota y extraña, con neblina y olor a carburantes quemados, a arena sucia, a mar cansado. Ese fue el primer calvario que vivieron ella y el feto que aumentaba de tamaño, el feto hambriento que crecía en su barrigota. Pensó que durante esos 10.000 kilómetros en el cielo el niño había duplicado su tamaño y su hambre, como por obra de un fenómeno inexplicable.
Daisy contactó con unos parientes lejanos que vivían en La Mina. Se alojó en un pisito de la calle Cristóbal de Moura. Jamás supo quién diablos fue ese tal Cristóbal de Moura. Vivió en un bloque enorme, ciclópeo, un bloque para pobres muy similar a los bloques para pobres que había visto en Guayaquil. Daisy pensó que debe haber un arquitecto omnisciente que ha dibujado los planos de todos los bloques, para ambos lados del Atlántico y para todas las partes del mundo en donde haya pobres que cobijar en nichos de hormigón barato.
Daisy parió a un niño. Un día después del parto la mandaron para su casa. Bautizó al bebé con el nombre de Ricardo. Quizás Ricardo era el nombre de un primer amor adolescente. Quizás Ricardo solo era una ensoñación, un nombre perdido y encontrado a la vez durante una siesta, o a lo largo de una noche de fiebre. Daisy trabajó en el Pryca, en el Carrefour, cuidó a ancianos, a hombres en sillas de ruedas, a un esquizofrénico intratable, a una prostituta retirada con sida que le había estafado 25.000 euros al Banco de Bilbao, a una pareja alcohólica de Hospitalet tutelada por los servicios sociales, a un profesor de antropología jubilado que se había pillado los dedos con la ayahuasca, a un majareta de 18 sin estudios. Algunas veces le pagaban en dinero blanco, otras en especies negras. Ricardo, mientrastanto, creció y aprendió algo en la escuela del barrio, entre gitanillos, moritos, negritos, chinitos, charneguitos y muchos latinos como él.
La primera vez que la policía le trajo a Ricardo a su casa, Ricardo tenía 12. Le habían detenido en un Hyundai Santa Fe robado, junto a otros tres chavalillos latinos, con 30 gramos de marihuana en el bolsillo de los tejanos. "Platiqué con él", dice Daisy, "pero el niño estaba lleno de rabia". Daisy tuvo algunos novios. Uno paquistaní, otro moro, dos negros. Y un catalán bastante mayor, de Olot, a quien conoció por internet. El catalán le duró dos semanas (dos fines de semana) y consiguió sacarle 200 euros. "Él me trataba como a una prostituta, así que le dije que serían 100 a la semana". Tuvo otras aventuras. Alguna vez pensó que daría con una buena pareja, buena y duradera, pero no fue así.
Ricardo apareció muerto en la playa a la que la llaman "Chernóbil" la madrugada de un domingo. No había cumplido los 22 por pocos días. La policía dijo que investigaría hasta las últimas consecuencias. Los Mossos de Escuadra le dijeron que quizás fue cosa de una reyerta entre bandas, de modo que aprovecharon para registrar la habitación de Ricardo y, de paso, el piso entero. Le preguntaron a Daisy por esos billetes de 50 que ella escondía en un bote de pintura para cubrir manchas de humedad en las paredes. Daisy echó cuentas, recapituló. Una vez sacrificado el niño en el altar de Cristóbal de Moura decidió volverse para Zacachun, cerca de Guayaquil.
Daisy no es un personaje de ficción. Existe y yo la conozco. Lo último que se de ella es que, una vez de vuelta en Zacachun, se ha echado un novio, un indio que caza tiburones para los turistas ricos, en Salinas. El indio le ha dicho, muy zalamero, en su primera encamada: "Daisy, tu chucha es como la de una virgen".
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Conocí a una "Daisy" peruana que su vida fue similiar. Acabó trabajando en un "Rosendo" (cadena de panaderías), volvió a su país de origen después de ocho años y los ahorros perdidos con las "preferentes.
ResponEliminaSeis mil euros era lo que había ahorrado, y fueron lo que le estafaron los aprendices de brujo de la Caixa del Narcís Serra, otro que debería estar entre rejas y del que nadie se acuerda, salvo los que son de su escoria para cuando felicitarse las fiestas.
Un abrazo
En realidad, la Caixa del Narcis Serra, como dice el anterior comentario, ha acabado devolviendo el dinero de las preferentes con bastantes intereses. Han sido otros bancos, como el de Valencia, en manos del PP, quienes han arruinado a mucha gente. Por mucho que algunos, tanto del lado independentista como de Vox, que tienen en común el racismo y el odio a los socialistas, equiparen a estos con el PP, se equivocan.
ResponEliminaPues te aseguro, ANÓNIM, que esta Deisy se fue sin un duro de vuelta a su país. Hay personas que saben engañar, sus lágrimas no eran de teatro.
ResponEliminaPor otra parte, la Caixa del Narcís Serra no devolvió nada, lo hizo el Estado, el Fondo de Garantías. El ingeniero financiero Narcís Serra quedó en libertad, jamás fue a juicio por malversación de recursos (12.000 millones de euros desaparecidos), estafa, prevaricación , enajenación de bienes ni engaño y se llevó buen dinero a buen recaudo de su autodespido. Por cierto, el sueldo que se impuso para la época no estaba mal, 100.000 € mensuales (2005/2010).
Salut