Mi amigo Federico es un hombre ya mayor, algo cansado, taciturno y huraño. A veces hostil con sus propios amigos, aunque él afirma no tener ni amigos ni mal humor ni Covid. Ahora dice que busca editorial, o editor, o un buen agente literario. Por lo visto, empezó escribiendo en catalán y luego, hace ya muchos años, se pasó al castellano por venganza, aunque esa venganza tan solo él la comprende. A la vejez, viruelas, le digo, pero él erre que erre con publicar sus cuentos.
Años atrás no le daba la menor importancia a sus textos, que leía a veces en voz alta a las visitas y se moría de la risa él solito. Cuando alguien le espetaba "Pues oye, Fede, eso no está nada mal", él respondía -de repente antipático, con un mohín de asco-: "Pues mira, lo escribí sentado en el wáter, así que deberías preguntarte por tu criterio literario".
Yo, malgré tout, no renuncio a ayudarle y por eso les copio uno de sus cuentos, a ver qué les parece.
Angelita Guasch, licenciada en neohistoria y romántica
Federico Capote - Vidas ejemplares
Angelita Guasch llegó a la Isla de Vancouver en 1995, con cincuenta años recién cumplidos y un atisbo de algo maligno alojado en un rinconcito de su cuerpo. Sin embargo, lo que la empujó al viaje ultramarino no fue el temor a una muerte próxima sino todo lo contrario: llevaba toda la vida enamorada de un espectro al que deseaba ponerle rostro, piel, color de ojos y todo lo demás. Como reza el título, Angelita era una romántica. El espectro no era otro que el de Pere d’Alberni, nacido en Tortosa en 1747 y muerto de hidropesía en California.
Nacida en la villa de San Ferriol d’Entremont, Angelita se marchó de jovencita a Barcelona para estudiar bachillerato e historia, luego a Salamanca y por fin a Santander, en donde pasó las oposiciones a Gobernanta del Archivo Histórico de la ciudad cántabra. Allí se casó con un marinero de la marina mercante más bien oscuro, Humberto Catalán, que no era catalán sino de Don Benito, Badajoz. Hombre turbio y huraño, Humberto no le dio la buena vida, pero ella, disciplinada, se refugió en el estudio de los antiguos legajos que se guardaban en el archivo. Fue así como una noche dio con el expediente de Pere d’Alberni, conquistador de las Américas nacido en un pueblo del Pirineo.Angelita se sorprendió: siempre le habían contado que los catalanes tuvieron prohibida la participación en la conquista de las Indias y sin embargo los documentos contaban lo contrario. Escribió un tratado sobre el asunto: América es catalana, la crónica oculta (Juan Bilbenis, editor, Arenys de Munt 1989). En su mente, Angelita fue componiendo la figura de Pere d’Alberni, el almirante catalán que participó en varios hechos militares y de fortuna y que le dio nombre a una población de la Columbia británica, Port Alberni, con cerca de veinte mil almas en la actualidad. Soñó en noches infinitas con el militar catalán, le imaginó con centenares de aspectos distintos, de manos, de narices, de ojos, de penes. Le intuyó un carácter fuerte pero dulce, una determinación sin par, una voluntad inquebrantable y una predisposición al amor que la estremecían en cada sueño.Cuando Angelita enviudó (Humberto había fallecido en circunstancias lúgubres –y lascivas– en Puerto Princesa, Isla de Palawan, Filipinas) pactó una prejubilación en el Archivo y se marchó con lo puesto a Port Alberni. Alquiló una habitación en Wallace Street y se entregó por completo a la búsqueda de su hombre. En Port Alberni encontró algunos datos nuevos de su amor: Pere d’Alberni había inventado una cerveza contra el escorbuto hecha a base de coníferas, escribió un diccionario Español / Nuu-chah-nulth con 630 vocablos y fue muy amigo del jefe indio local, un tal Macuina, a quien le dedicó una canción que se cantaba con la melodía de Mambrú. Cuando llegó a este extremo, algo ensombreció el ánimo de Angelita y se preguntó, con un temor funesto: ¿acaso Pere d’Alberni también fue un hombre turbio? ¿Acaso su destino era tropezarse una y otra vez con el mismo tipo de hombre?Pasaron los meses y Angelita dio, por fin, y mediante una médium de ascendencia indígena, con la descendiente de Pere d’Alberni que el conquistador tuvo con una india de Nootka. Las dos mujeres, de edades similares, congeniaron enseguida. Angelita dedicó muchas horas a contarle a Gertrude Morgan (ese era el nombre de la mestiza) dónde está Cataluña, cual es su verdadera relevancia en la historia de la humanidad y otras cuestiones similares, a lo que Gertrude asentía con gusto y con emoción sincera. Las horas de conversación incluyeron por fin largas noches de insomnio, duermevela, pasión y licores. Rendidamente enamoradas, Angelita y Gertrude escribieron varios poemarios, algunos premiados en certámenes literarios de la Isla de Vancouver y otros (traducidos al catalán) en el Premi de Poesia Eròtico-Patriòtica Vila de Manlleu (1997 y 1999).El día 11 de marzo de 2002, Angelita apareció muerta (degollada y con 37 puñaladas) en su apartamento de Port Alberni. Gertrude Morgan fue detenida pocas horas más tarde por el inspector Roger Burke, curiosamente otro descendiente mestizo de Alberni. Confesó el crimen, pasional por supuesto. Se da la circunstancia, casi tan mágica como maravillosa, de que Pere d’Alberni falleció otro 11 de marzo —el de 1802— en la villa de Monterrey, California.
Nota: si el texto les ha gustado, pueden encontrar otros cuentos suyos aquí: https://lacharcaliteraria.com/author/federicoca/
Es que no es un cuento, es una historia que puede ser real.
ResponEliminaYo me la he creído.
Un abrazote
No está nada mal.
ResponEliminaDestila un cierto humor negro e irreverente.
Un abrazo.