22 de jul. 2018

El orden del día


El panel, un sencillo rectángulo de corcho, está en el distribuidor de una de las plantas del edificio. Uno se lo encuentra cuando sale del ascensor y se dirige a una oficina de la Generalitat de Cataluña para llevar a cabo unas gestiones. Todo el edificio, en el centro de Barcelona, está ocupado por dependencias de la cosa pública catalana.

En la parte superior del panel, con dos humildes chinchetas, hay un cartelito: "Informació Generalitat". Y tiene algo de cierto: escorado a la derecha hay un folio plastificado que trata sobre prevención de riesgos laborales. Todo lo demás no es lo que uno espera encontrar bajo el título que promete "información de la Generalitat". No me voy a entretener en describir cada uno de los demás documentos que se exponen en este espacio de información pública. Basta con mirarse la fotografía, pero quizás se puede resumir así: la efigie de Puigdemont aparece tres veces; hay un lazo amarillo (elaborado con papel y que representa la mitad de una cinta de Moebius, muy simbólico), y luego están tres folios, con cifras negras sobre fondo amarillo. Esas cifras hablan en un lenguaje críptico, solo para iniciados. Lo pregunto y me lo cuentan con un susurro, después de mirar con discreción hacia ambos lados. Ahora ya lo se: cada una de las cifras es el recuento de los días que llevan presos los políticos secesionistas en prisión preventiva, ya que no todos llevan presos el mismo tiempo. Era casi previsible: tal como sucede siempre con los misterios divinos y esotéricos, ahí está el tres, la oscura trinidad.

El número 112, el de abajo (es significativo que esté debajo, casualmente), no es el número de las emergencias sino que, ese día de mi visita, la señora Carmen Forcadell llevaba esa cantidad de días en prisión. Quizás sea demasiado atrevido inferir que el número correspondiente a Forcadell ocupa la posición más baja por ser mujer. Quizás lo podré comprobar si me dan un nada improbable "vuelva usted mañana", como en los chistes sobre funcionarios franquistas. A lo mejor, mañana, el 113 estará arriba, quien lo sabe.

Me cuentan -en voz baja- que una persona de estas dependencias cambia cada día los folios, puesto que hay que añadir una unidad diaria: el paso de los días obliga a imprimir de nuevo cada día, en un ejercicio que reedita el desastre de Sísifo día tras día. Jesucristo es crucificado cada día. Pregunto si esos folios se imprimen en una impresora de las oficinas, si el toner y los folios proceden del material fungible sufragado con los bienes públicos. Mi interlocutor encoge los hombros: no lo sabe o no lo quiere saber. O prefiere no contarlo. En este instante he topado con el muro del silencio, tan sólido e impenetrable como la tapia de la iglesia, amigo Sancho.

El edificio es enorme, tiene un montón de pisos. Por aquí pasan centenares de trabajadores públicos a diario, y luego estamos los ciudadanos de a pie, como yo, que acudimos por nuestras gestiones. ¿Nadie ha protestado? Y me responden con un nuevo encogimiento de hombros. Ya no pregunto más. Solo me responde mi miedo, que le cede el paso a otra emoción: una mezcla de tristeza y de hastío, una vaga impresión de cansancio ya desesperado, ya vencido. Penoso y  resignado.

*

Por estos días estoy leyendo "El orden del día", el trabajo de Éric Vuillard que ganó el Goncourt en 2017. Le he plagiado el título en mi artículo. El libro de Vuillard trata de la pasmosa facilidad con la que el nazismo alemán prosperó, de la pasividad mojigata de Europa ante sus desmanes, de la calamitosa "política de apaciguamiento" que propusieron los británicos ante las provocaciones de Hitler. Pero no, no voy a caer en el error facilón y barato (e inútil) de acusar a los funcionarios independentistas de nazis. No lo son. Del mismo modo que, si yo mañana me hago vegetariano, no me he hecho seguidor de Hitler el vegetariano. No son nazis, lo repito, pero sin embargo hay coincidencias formales, actitudes compartidas, la misma soberbia desafiante -¿tal vez inconsciente?. Y el desprecio por lo público -quizás solo es malversación, aunque hablemos de tres folios diarios y la apropiación (¿indebida?) de un panel de información institucional de menos de 2 metros cuadrados de corcho-, eso quizás es muy poca cosa. Pero ahí está la idea de que la "voluntad del pueblo" está por encima de magistrados, leyes, tribunales. Por encima de la Constitución. (La Constitución que, huelga decirlo, ampara y protege la existencia de la Generalitat de Cataluña y la de su parlamento).

Y también está ahí el uso retorcido de la "libertad de expresión", que se esgrime en ese corcho minúsculo. Si a mi se me hubiese ocurrido arrancar los cartelitos en nombre de mi libertad de expresión ¿lo habrían respetado en tanto que acto legítimo de mi libertad de expresión? ¿Sería leído como un ejercicio de represión contra la libertad de expresión?

Colgar esos cartelitos, de apariencia casi naíf, bajo el epígrafe de "Información Generalitat" delata una de las estrategias del independentismo institucional: disfrazar de democrático y legal lo que no pretende si no destruir lo democrático y lo legal para sustituirlo por un orden nuevo, surgido de la "voluntad del pueblo" y que juega a simular democracia y legalidad solo para humillar esos conceptos.

Cuando por fin regreso a la calle, una vez terminada mi gestión en las dependencias públicas, el sol de julio me abate con un ímpetu atronador. Me siento triste y desorientado. Ando sin rumbo durante un buen rato. Luego, unos nubarrones gris de Payne cubren el cielo y se desata un aire fresco, húmedo, inesperada premonición del otoño. Tendremos otro otoño malo, me digo, ya van unos cuantos.

10 comentaris:

  1. Como todo lo que voy leyendo escrito por ti genial. Tienes el don de no perder un detalle de "sus sutilezas". Gracias por estar ahí con personas como tu me siento menos sola.

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    1. Gracias a ti por seguir el blog. Es importante sentirse acompañado en el viaje, y rodearse de personas (o de escritos) que nos acompañen.

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  2. Y más...
    Se va a tomar por saco un columbiario en Montjuïc. 145 nichos con más de un cádaver dentro. Pongamos un promedio de ...tres. 206 huesos per cápita por tres...435 cadáveres por 206 huesos si son varones...casi 100.000 huesos rondando por la montaña.

    Se crea una plataforma de "Afectados por el derrumbe del cementerio de Montjuïc". Se elige portavoz, portavoza y no se me pongan chulos, que es mujer, por lo tanto portavoza y se acabó, y esta sale a parlamentar en nombre de todas las familias afectadas.

    Bien. Hasta aquí bien. Pero hete que, cuando sale a dar la cara en nombre de todos y a refregar por las narices que no se sabe si esta tibia me pertenece o este peroné no es de mi familia, y el metarcarpio es de dudosa procedencia hereditaria, lo hace con un enorme lazo amarillo.

    Y aquí la conclusión. Una persona que en teoría habla de una desgracia en nombre de un grupo, no puede anteponer su militancia política a un problema colectivo, que vaya ud a saber, estará formado por peperos, ateos, testigos de Jehová, monárquicos o indiferentes.

    Se ha perdido el norte y la brújula con la que lo buscamos está imantada.

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    1. He leído algo sobre el caso. A mi, el asunto de la "memoria histórica" me genera muchas dudas, muchísimas. Creo que, detrás de ese nombre, se oculta otra patraña, la que pretende vincular el franquismo con la transición y la democracia, para ofrecerle la memoria a los del lazo amarillo (aunque la mayoría de ellos descienden de familias franquistas fervientes). Aunque eso es un asunto delicado que mejor no comentar por aquí.

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  3. Has mencionado el concepto "Naïf". Y también es naïf la mentalidad y la ideología del club del lazo amarillo.

    Ya he dicho algúna vez que el separatismo es la nueva religión de algunos. Y ahí tienes la liturgia : el cambiar cada dia el fólio de fondo amarillo con la cifra es substituir las oraciones matutinas por otra rutina que reafirma la fe, otra fe diferente, pero fe al fin y al cabo.

    Porque para ser separatista en la Cataluña de hoy, y sobre todo, liderados por quién está al mando, ¡¡ hay que tener mucha fe !!.

    Y como sucede en todas la religiones, mientras los acólitos miran al cielo, los gurúes aprovechan para vaciar sus bolsillos.

    Un abrazo.

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    1. Creo que en todas las ideologías hay un fondo religioso, o por lo menos en las ideologías que usan la fe y los sentimientos en detrimento de la racionalidad, como es el caso.
      Parafraseando a Habermas, hay dos pretensiones: la de validez y la de poder. En este caso solo se persigue el poder.

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  4. Trabajé durante tres años en una empresa en la que convivíamos contrados con funcionarios de carrera. Enfrente de mi puesto de trabajo, mataba las horas una joven funcionaria de cuyo nombre no puedo dejar de acordarme pues había etiquetado todos aquellos objetos que consideraba suyos con una máquina Dimo.
    La mesa, la silla, el ordenador al completo, el
    posa lápices... todo era de su propiedad, no en balde había aprobado una oposición. Con el tiempo comprobé que el sentimiento de pertenencia era común en muchos de los funcionarios de cierta edad. Así como la lealtad al superior. La cadena de mando era inviolable. Cumplían con notable el trabajo encomendado y eran hábiles a la hora de discernir si alguna petición extra, entraba o no dentro de sus estrictas competencias. Grises, conformistas, metódicos y extremadamente puntillosos y, por encima de todo, manada.
    Este tablón de anuncios es suyo. No hay más que hablar. El ADN transmitido a través de los tiempos así se lo hace pensar. Y aunque nos desgañitáramos reivindicando que lo público es de todos, ellos seguirían defendiendo que con lo suyo, uno hace lo que le pasa por el arco de triunfo. Se mantendrán fieles y vigilantes hasta que la edad los releve de su cargo. Y mientras, a mandar MHP!

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    1. Casi todos conocemos casos com el que cuentas. Cuando de muy jovencito leía a Gógol y a Chéjov pensaba que esta clase de funcionario era una cosa rusa y antigua. Me equivocaba, como siempre: esta clase de funcionario es catalán y contemporáneo.

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  5. Buen artículo el tuyo sobre esa fotografía que supongo que has tomado tú del panel de unas oficinas de la Generalitat. Por cierto: ¿es en ese macroedificio de la Vía Augusta, donde está Ensenyament?

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    1. El edificio está muy en centro de Barcelona, pero me temo mucho que hay paneles muy parecidos (o idénticos) en muchos otros. No intuyo el final de ese drama y por eso me refugio en dramas novelescos, porqué los novelescos terminan en alguna página.

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