Sant Josep Oriol obrando el milagro más admirado en Cataluña: convierte las rodajas de un rábano en monedas de oro.
Los catalanes, gente trabajadora y sumisa, estamos habituados (adiestrados incluso) a obedecer al señor de turno. Cuando el señor de turno era el señorito Pujol, aceptamos con resignación callada la conversión de la democracia autonómica en dinastía, y nos hicimos a la idea, estoicos los unos y agradecidos como mascotas los otros, que su hijo Oriol heredaría la presidencia regional. Oriol no es el más listo de los siete hermanos pero es el pequeño (hay algo de cuento de Grimm en el detalle). La gente (o el pueblo catalán, si es usted soberanista) se resignó, más o menos perpleja, al destino. Aunque costaba creer quién era el elegido para suplir al Padre de la Patria por lo inverosímil del personaje, yo empecé a pensar que solo había una forma de que Oriol Pujol no fuera mi presidente: exiliándome. O muriéndome, que es otro estilo de exilio. Pensaba así porqué la presidencia de Oriol parecía inexorable por completo. Cúmplase la voluntad del señor Pujol, dice el pueblo de Cataluña cuando es llamado a la urnas (tanto si lo son como si son tupperwares chinos).
A veces rezaba, de noche y en la soledad de mi cuarto, elevando mis súplicas para que algún fenómeno sobrenatural nos librara de Oriol Pujol: tal era mi desazón.
Casi no me lo pude creer cuando, en un día feliz (la felicidad se cuenta por instantes), descubrí que no era ningún ente transmundano quién me había liberado de Oriol: era un juez, sencillamente un juez, un ser humano como yo. Resulta que Oriol, buen discípulo de su padre, había empezado a hacer sus pinitos en el arte de trincar de la cosa pública y le pillaron. Se terminó la maldición.
Pero una vez detenido Oriol Pujol algo se estropeó en Cataluña y empezaron los problemas gordos. He ahí la venganza del padre. Ahora vais a sufrir de veras, nos dijo. Repetid todos conmigo: in-inde-independènci-a. Enmedio del barullo y ante mi pavor, en ese mal lance surgió otro futuro presidente que también se llama... ¡Oriol!. Busqué, presa de escalofríos horribles y empapado por sudores fríos, entre las páginas de Nostradamus por si el viejo brujo había dejado escrito algo al respecto. Temía encontrar una cuarteta oscura y perversa en que se reuniesen las palabra Catalonia, Oriolus, independentiae, pentitenciagite. No la hallé, pero atribuí el fracaso a mi estupidez.
De repente, todo el mundo repetía la nueva consigna: el futuro presidente se llama Oriol. Oriol Junqueras. Lo decían en voz baja, con respeto temeroso, como quién nombra a Lucifer o a Chtulhu. Algunos lo proclamaban como una victoria diabólica, como un triunfo de la famosa astucia catalana. Hasta que los periodistas, portavoces de la vieja resignación, empezaron a escribirlo: Oriol Junqueras, cada vez más cerca de la presidencia de Cataluña. Yo no salía de mi asombro. Por aquel tiempo me abandoné al esoterismo, la depresión y la televisión basura.
Sin embargo, el transcurrir de la historia me deparaba una nueva sorpresa. Porqué, de repente, la gente empezó a repetir que Oriol Junqueras ha pasado de futuro presidente a ex-futuro presidente, pero sin recalar en el lugar intermedio, en el puesto que es un sillón. Ya nadie cree que el segundo Oriol pueda ser presidente, tampoco: demasiado frágil y demasiado mentiroso, una mezcla muy mala. Leo en los periódicos comentarios cada vez más jocosos que no voy a repetir aquí, observaciones de mal gusto sobre el crecimiento de su perímetro des de que es vice-presidente, análisis malintencionados sobre la asimetría, especulaciones sobre la facilidad de su lágrima o su extraño misticismo cristiano, medio hereje, como albigés.
Es rara, Cataluña. Rara y mala. Adoran a un héroe que fué, en realidad, medio traidor y medio cobarde, ese Rafael que tiene estátua en una calle de Barcelona. Aplauden a un delincuente que se llevó miles de millones a Andorra, liquida a sus futuros presidentes y les transita de futuros a ex-futuros como en un extraño ritual polinésico y antiguo de los que relata J.G. Frazer en "La rama dorada" tras engordar al uno y silenciar al otro.
Vivo en un lugar muy raro que no me deja vivir tranquilo, de susto en susto, de enigma en enigma, de Oriol en Oriol, de insomnio en taquicardia. Las calles se han llenado de banderines como en una fiesta mayor de pesadilla provinciana, hay gente de mirada iluminada que abraza a los policías que les sacudieron un tiempo atrás... Y ahora, la última: ¡hay dos Jordis! Superados los Orioles, aparecen dos Jordis en el horizonte (o, lo que es lo mismo, en la pantalla de Tv3). Eso es un sinvivir de veras. A esos Jordis nadie les ha votado, y solo presiden dos organizaciones pequeñas, rancias y apolilladas. Pero ahí están cada día, en la tv que no miro jamás, exigiendo más y más, como si quisieran decir: ahora, una vez vencidos y cautivos los Orioles, nos toca a nosotros ser futuros...
Creo que debería volver a las páginas herrumbrosas de Nostradamus, pero esta vez con más paciencia y mayor detenimiento. Es imposible que el nigromante francés no haya dejado nada escrito sobre la maldición catalana.
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ResponEliminaHe escrito un comentario hace un rato, quería retocarlo porque a las 22 he escuchado campanadas, y supongo que deben de ser que hay apps del conjunto de las dos organizaciones ...En fin, se multiplica lo dicho anteriormente y la verdad, ahora empiezo a estar ya hastiado.
ResponEliminaUn abrazo
salut
Por lo menos te has desahogado.
ResponEliminaUn saludo.