El derecho a ser feliz es un derecho desconocido en el derecho romano, el derecho civil, el penal y el constitucional. Como el derecho a decidir, es un derecho de apariencia pueril, delicadamente infantil. Uno puede querer ser feliz incluso sin poder definir qué narices es la felicidad, tal como uno puede decidir que quiere vivir 300 años. Pero... ¿ese deseo genera un derecho? Si uno reivindica el derecho a vivir 300 años ¿debe ser reconocido en una ley su derecho?
Algo así reivindican ahora una parte de los españoles que viven en el territorio denominado "Cataluña", que es una comunidad autónoma tratada con generosidad, paciencia y tolerancia extremas por parte del gobierno español. Hay una parte de los españoles de Cataluña que reclaman el derecho a decidir, que se presenta como una antesala de su felicidad. A menudo escuchamos cosas sobre la felicidad, que es un estado ilusorio, soñado, un estado límbico: la infancia es una etapa feliz, el día más feliz de mi vida (el día de la primera comunión o el de la primera boda, ambos con traje de luces blancas).
¿Nadie habla de la infelicidad?
Hace un tiempo leí que Albert Boadella dijo de que "la lengua catalana produce infelicidad" y en el primer instante me sentí perplejo e incluso apesadumbrado, ya que yo soy catalanohablante por vía materna, que es la única vía a tener en cuenta. Pero pasado el primer instante de perplejidad empecé a pensar que Boadella había dado en el clavo: la lengua catalana produce infelicidad tanto en los que la sufren por imposición de una oligarquía decadente, corrupta y crepuscular -hoy liderada por el extravagante señorito Carles Puigdemont- como en los que la hemos heredado, ya que nos obliga (so pena de ser tildados de traidores y botiflers y mals catalans) a defenderla más allá del sentido común.
La lengua catalana es la lengua de mi madre. Y por esa razón lo que publico en papel lo hago en esa lengua, y por esa razón la hablo y la quiero mantener viva. En mi trabajo como maestro de primaria me esfuerzo en enseñar esa lengua. Pero hasta aquí hemos llegado. No creo que existan "lenguas propias". No creo que los territorios tengan una lengua propia, porqué los territorios no hablan y la lengua catalana no tiene más derechos que cualquier otra lengua, y si la catalana ya no es la lengua con la que se relaciona la mayoría de las personas de esta región.... ¿con qué argumento se argumenta que la lengua catalana es "propia" de un territorio?
Y, llevado por mi espírito crítico, también digo, con Boadella, que la lengua catalana no genera felicidad. Y es por algo parecido a eso que los hombres y mujeres que llegan a esta parte de España procedentes de otras partes del mundo no incorporan el catalán, una lengua latina que, por más latina que sea, no consigue desembarazarse del estigma de ser una lengua de señoritos, de señoritos de mierda que se imponen.
Hablo en catalán, intento enseñar el catalán a mis alumnos, publico novelitas en catalán. Pero hasta ahí. Creo que el idioma catalán tiene los días contados gracias a todos los furibundos estúpidos que quisieron imponerlo, gracias a todos los que han contribuído en hacer del idioma de mi madre una imposición antipática y odiosa, impuesta por una ley paradójicamente española. Aquí hay algo que no funciona pero que casi todo el mundo se calla, como sucedía con el imposible vestido del emperador.
Soy catalanohablante pero doy gracias al universo por ser bilingüe, y creo que poder leer a García Márquez, a Juan Rulfo, a Vargas Llosa, a Cervantes, a Quevedo y a Bolaño en versión original es un regalo de la vida. Más que nada porqué Salvador Espriu, Jaume Cabré y Martí i Pol me parecen muy mediocres. Aunque Juli Vallmitjana y Casasses y Salvat Papasseit son genios indiscutibles, quienes mejor me explican Cataluña en clave literaria todavía son Marsé, Casavella, Vila-Matas, Ledesma, Antonio Soler y Cercas.
Este artículo levantarà botellas
ResponEliminaLevantará botellas o ferrusolas, que vienen a ser lo mismo dependiendo de si uno o es más aznarista o pujoliano, que es lo mismo también.
EliminaNo entenc res del que dius, jo parlo igual català o castellà com he fet sempre, abans de Puigdemont, de Montilla, de Maragall, Pujol o Tarradellas. I això no em fa feliç ni infeliç. encara que almenys no sóc un botifler amb la síndrome de Xenius com Boadella, AIXÓ SI QUE ÉS SER INFELIÇ.
ResponEliminaQUINA CARALLOTADA¡¡¡....
ResponEliminaExcelente.
ResponEliminaExcelente.
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