Aprendí a escribir Kyiv en vez de Kiev para no cometer el pecado de la rusofilia, que es uno de los nuevos pecados: es muy triste cumplir años para ver como aumenta el número de causas para la perdición, sobre todo en tiempos de tolerancia y comprensión y aceptación de la diferencia. Paradojas del siglo XXI. Hoy no está bien visto escuchar a Tchaikovsky ni leer a Chéjov.
Y mientras aprendía lo malos que son los rusos, me encontré con un reportaje sobre una madre ucrania que escapa de la guerra con sus hijos, rumbo a la frontera polaca. En algún momento, en la tertulia televisiva tras el reportaje, alguien habla de la "madre coraje", expresión que he escuchado varias veces para referirse a madres valientes y que me ha llevado a pensar, invariablemente, en que nadie de entre los vivos debe de haber leído la Madre Coraje de Brecht. Si hubiesen leído la obra de Bertoldo, no la nombrarían en estas circunstancias.
La Madre Coraje de Brecht es una mujer que corre con un carromato y sus tres hijos, tras las huellas de una guerra, para negociar con los desgraciados y sacar buena tajada de ellos, y negocia con ambos bandos, poseída por una codicia infinita que le cuesta la vida a los tres retoños: la madre coraje es la madre que sacrifica a sus hijos en nombre del beneficio económico, en nombre de una falta de escrúpulos que te deja helado.
A día de hoy, la ruta de la guerra está repleta de hombres y mujeres en busca de notoriedad solidaria, de periodistas a la caza del relato lacrimógeno, de la foto conmovedora, del reportaje angustiante. Mientrastanto, la UE impone sanciones a Rusia, y a la vez le sigue comprando el gas por valor de 700 millones de euros al día. No vaya a ser que con tanta contundencia moral nos pillemos un resfriado por falta de calefacción en la Europa de los altos valores y los pies fríos.
Por lo que parece (y así lo cuenta el inefable Gabriel Rufián), el señorito Puigdemont y su tenebroso abogado Boye también jugaron a la Madre Coraje en versión disminuida y catalana, pactando con los buenos y negociando con los malos: todo vale para conseguir el máximo beneficio. El siglo XXI no resulta nada agradable por el momento y, a diferencia del anterior, no dispone de unos felices años veinte como aquél. Nuestros años veinte son bastante penosos, y en ellos vuelve a asomarse el sálvese quien pueda que podría dejar en la ruina al estado del bienestar que tanto tiempo nos costó edificar.
El mundo de la democracia y la ilustración se desmorona lentamente y con seguridad mientras nos miramos, perplejos, la factura del gas entre aspavientos.
No voy a poner lo que pienso de esta guerra, pero creo que es, a grandes rasgos, una pelea familiar. Evidentemente gana quien tiene más fuerza, quien emplea más argucias, quien miente más, en una palabra, pero todo se ha de hablar con profundidad, y más donde hay muertos por medio.
ResponEliminaUn abrazo
No está demás leer a Gregorio Morán sobre el tema:
ResponEliminahttps://www.vozpopuli.com/opinion/los-pequenos-detalles.html
Da la sensación que, al menos para mi generación y en España, los años felices fueron de la segunda mitad de los 80 a los primeros 2000, con sus altos y bajos, claro.
ResponEliminapodi-.