Poco antes de enmudecer por el desfiladero del silencio, a la abuelita le entró un capricho: ver correr sangre joven por las aceras. Las guerras, lo sabe todo el mundo, son aquellos lugares en los que jóvenes que no se conocen acuden a matarse para beneficio (y goce) de unos viejos ambiciosos. Eso es lo que nos cuenta la abuelita, acercándose a la lumbre para recalentar sus huesos dolidos, buscando entre las llamas un fulgor mágico que la reviva.
La abuelita se acerca al hogar y remueve los rescoldos mientras murmura:
-Lo nuestro exige el sacrificio, y me gustaría ver quien de vosotros está dispuesto a derramar su sangre joven por lo nuestro.
Nos quedamos perplejos: a la abuelita no se le conocían gestas ni heroicidades, y siempre sospechamos que uno de sus trucos para llegar a tan elevada edad fue una estudiada cobardía: el miedo es la inteligencia del superviviente. A mi, los valientes y los héroes guerreros siempre me parecieron gentes de poca enjundia, suicidas disfrazados de arrogancia o simples mentecatos cegados por el discurso encendido de un orate. Un orate que suele llevar una bandera en la mano (y una calculadora oculta en el bolsillo). Por sus actos, siempre pensé que la abuelita veía a los valientes como yo, puesto que, en cierta ocasión, la abuela se largó del país ante la posibilidad de un juicio.
Ahora, sin embargo, me froto los ojos para observar de nuevo a esa abuelita casi tierna pero macabra que exige el sacrificio máximo. No pide dinero, ni asistencia a actos, ni el incendio de las calles: ahora nos pide nuestra sangre.
Lo pide porqué ya no está del todo en sus cabales, me murmura un amigo. Pide sangre y no sabe lo que pide, suelta otro. Quizás esté viendo la tele y esos chicos de Ucrania le han traído fantasías heroicas, esos hombres defendiendo la tierra frente a un ejército incontable. Quien lo sabe: quizás vio demasiadas veces El señor de los anillos o cualquier otra superchería por el estilo y se le afectó el espíritu, o rememoró antiguos sueños patrióticos vistos en tebeos clandestinos en su infancia. Ya saben: Serrallonga, los carlistas, el generalísimo Moragas y demás leyendas románticas escritas por señoritos emperifollados en sus salones forrados de terciopelo rojo y criada filipina.
La abuelita reclama la sangre de los jóvenes y para ello les miente y les dice que lo nuestro es lo primero, y lo nuestro es lo mío, una cosa vieja y ajada, el cortijo soñado.
Y dijo mi madre "¿y qué quiere esta ahora?" y le respondí yo "quiere que las calles de Barcelona sean como Ucrania" y mi hermano me corrigió "no ha dicho eso" y yo "ya..."
ResponEliminapodi-.
Recuerda a grandes rasgos lo que la Anna Simó dijo en su día: "Declarem la república, pero tindrem que patir dos o tres meses. Al final amb la república serém més feliçes"
ResponEliminaEste personaje, Clara Ponsati, no ha pensado por un momento mandar a sus nietos al frente, porque lo bello es dejar frases para la historia desde la retaguardia. Admitiría sus declaraciones si diera la cara y estuviera aquí, a la espera de juicio o enjuiciada, pero está "mising", que es lo que saben hacer.
Nuestro problema es que somos esclavos de los malos políticos que inventan superioridades (esta es una de ellos), para establecer un poder del que luego se apropian.
Es una pena que una persona con su edad diga lo que dice. La descalifica.
Salut
Y sin embargo, en su momento, la "abuelita" no dudó en poner pies en polvorosa en dirección a Escocia para evitar la cárcel y el banquillo en un tribunal.
ResponElimina¿ Alguien en su sano juicio puede hacer caso a esta señora, con el ejemplo que ha dado ?.
Saludos.
Pero ¿no fue ella la que dijo que "iban de farol"?
ResponElimina¿No estará ya teniendo síntomas de demencia senil?
Este es el tipo de escritos que hay que oponer a los reaccionarios. Esa abuelita, ¿está en un sótano escuchando cómo caen las bombas? ¡Vergüenza de pseudo e hipócritas idealistas facinerosos!
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