"Pomells de Joventut" fue la antesala del movimiento Scout catalán, y ya por aquellos años fue una organización oscura,
en donde la pederastia y la violación encontraron una vía.
Cuando tenía unos 15 años militaba (el verbo "militar" es incorrecto pero se aproxima) en una de las muchas organizaciones excursionistas catalanas, de aquellas que desfilaban con un fular y con un uniforme. Pertenecíamos a los Minyons Escoltes i Guies de Sant Jordi. A mi no me gustaban mucho ni los fulares ni los uniformes, pero ahí estaba, con la terquedad del adolescente que desea ser integrado. Por mi edad, aquella organización me ascendió a un cierto grado, algo así como a cabo, por decir un cargo: ese tipo de organizaciones jugaban a una imitación catalana y folclórica de la cosa militar. Estábamos muy jerarquizados, se llevaban galones, insignias, una parafernalia paramilitar muy común en aquellos tiempos. Recuerdo que muchos de mis compañeros esperaban, deseosos, el momento en que el ejército les llamaría a filas. Eran los tiempos de la mili obligatoria. Yo ignoraba que iba a ser objetor y luego insumiso, y quizás lo fui gracias a mi desagradable tránsito por los Minyons Escoltes y por razón de los sucesos que voy a relatar ahora, 40 años más tarde.
El caso es que un oficial superior a mi (soy incapaz de nombrar rangos), un chico de unos 18 años, tipo ególatra, parlanchín, presuntuoso y provisto de un catalanismo de "piedra picada" nos invitaba a menudo a merendar en su casa. Ya por aquellos tiempos antiguos, el chico solía hablar de la nación catalana con desparpajo. Él estaba a punto de ser llamado a la mili, y aseguraba de que se formaría en el manejo de las armas y la estrategia para, en un futuro, construir un ejército guerrillero catalán. También hablaba de Esquerra Republicana, que por entonces estaba liderada por un tipo llamado Heribert Barrera. El comedor de su casa estaba presidido por un cuadro enorme, enmarcado en oro, en donde se perfilaba la silueta siniestra de la montaña de Montserrat. En cada esquina del cuadro había un figurón, a saber: el rostro impenetrable de la Virgen negra, el rostro pálido del president Macià, el rostro serio y acojonante de Mossèn Cinto Verdaguer con barretina y por fin, en el ángulo inferior derecho, en donde termina la mirada, la efigie hierática del obispo Jaime Balmes, el que escribió la frase "Cataluña será cristiana o no será" en el corazón de miles de catalanes. Esa imagen tremebunda presidía aquellas meriendas, que sucedían bajo la supervisión atenta pero disimulada del padre (presidente honorífico de la asociación de Minyons Escoltes) y la madre del joven oficial excursionista, mujer discreta y sigilosa, monjil y beata, que solo intervenía para recriminarnos las palabras soeces. Aunque recuerdo aquellas escenas como se recuerda el sueño de una siesta demasiado larga, las recuerdo con más nitidez de lo que preferiría. A día de hoy, los dos progenitores del alto oficial deben estar muertos, así como lo están los míos.
Al final del verano (quizás el de 1979) nuestro joven oficial se vio envuelto en un asunto turbio. Al regreso de una acampada de fin de semana en la falda del Cadí, lado sur, cerca del pueblecito de Josa, una niña del grupo, de 13 años, denunció que había sido forzada en una de las tiendas de campaña por el comandantín. La denuncia de la niña se consiguió mantener en silencio durante algunos días, pero al final el rumor se extendió demasiado, y la oficialidad del Club de Minyons Escoltes no tuvo más remedio que afrontar el asunto. A los oficiales inferiores como yo se nos convocó a un Consejo sumarísimo, una noche, en el local social, en la bonita Vila de Gràcia. Hubo una larga exposición de los hechos, pormenorizada y prolija. Hablaron el presidente honorífico (el padre del acusado), el presidente ejecutivo (un empleado gris del Banco Popular) y los demás altos cargos. Expusieron que el joven acusado, llamado a ser el futuro líder, era víctima de una conspiración maligna. Pero la exposición del caso derivó enseguida hacia otro terreno: la niña denunciante era una mala persona, demasiado guapa y, por consiguiente, perversa. La niña, de la que no diré el nombre, era una chica monísima, rubia, grácil, muy coqueta. He conocido a decenas de niñas de las mismas características durante mis años como docente y varias veces he pensado: ojalá no se encuentren con un desgraciado incapaz de interpretar los datos que les brinda su mente retorcida de machito español o de machito catalán, que es lo mismo, o de machito a secas.
En aquel consejo nocturno, los altos oficiales propusieron que la solución al conflicto generado por una menor "calientabraguetas", en sus propias palabras, debía ser la expulsión inmediata y sin posibilidad de recurso por parte de la niña. Votaron. Es decir, votamos. Recuerdo mi estómago revuelto, mi asco. De repente, todas aquellas personas que estaban a mi alrededor y en quienes yo había confiado ciegamente se me aparecieron como seres abyectos y despreciables, tipos asquerosos. Yo me abstuve en la votación. Una votación en la que la niña fue expulsada con deshonor por todos los votos a favor de la expulsión menos una abstención. Pocos días después fui invitado a dimitir y a largarme, cosa que hice. Pero siempre me quedó el resquemor, la desazón. Me odié durante tiempo y creo que ahora, 40 años más tarde, todavía me duele mi cobardía. Aquella noche descubrí que podía ser muy cobarde y pocos días después, cuando fui invitado a largarme, descubrí lo más horrible: que mi cobardía no solo no había servido para nada, si no que me condenaba al ostracismo de los demás y de mi mismo.
Recuerdo también mi último día en la organización excursionista paramilitar: el presidente ejecutivo me obligó a entregar las llaves del local, muy serio. (Los cargos intermedios y bajos gozábamos del privilegio de las llaves del reino). Estuvo seco y antipático, como una esfinge. Me fui cabizbajo y me sentí enormemente desgraciado. No era capaz de procesar la cadena de los sucesos. Antes de llegar a la primera esquina, camino de mi casa, herido y vencido, me crucé con el padre de la niña acusada. Le vi más perplejo y consternado que indignado. Él estaba tan derrotado como yo. Creo que iba al local de la organización a recoger algunas pertenencias de su hija. La mirada de aquel hombre no la he podido borrar jamás de mi memoria. Es más: creo que me vio y apartó su mirada de mi, ya que no le quedaban energías para comunicarme lo que pensaba de mi: que yo, igual que los demás, estuve despreciable en aquella votación. En mi abstención había una asquerosa cobardía, una fea mediocridad moral.
He tardado exactamente 40 años en escribir sobre aquel suceso. Creo que lo reescribiré más adelante, con más calma. Pero reconozco cual ha sido el hecho me ha llevado a recordarlo, como en una maldición eficaz. Me ha llevado a recordarlo la lectura de algunas reacciones al caso de la niña violada por unos futbolistas de Aranda de Duero. Ha sucedido de nuevo. Esta vez no me voy a callar, no me voy a abstener.
Si algún día me decido a escribir el libro negro de la Cataluña actual que planeo a veces, en el duermevela, voy a empezar por allí, por el instante en que fui un cobarde y no supe enfrentarme a unos machitos de mierda.
1.979. Nunca hay que sacar los hechos de su contexto temporal.
ResponEliminaLos que tenemos una cierta edad ( yo tenia diecinueve aquél año ), aún recordamos bastante bien la actitud de la sociedad de entonces para con las mujeres.
Frases como : "si es que se visten como putas", "hay algunas que lo andan buscando", y algunas otras, eran habituales para referirse a las pobres victimas de la violencia sexual de entonces.
Y por entonces, las violaciones apenas se denunciaban en los juzgados, ya que el proceso aún era casi mas humillante para las victimas que la violación en si misma. Tampoco las penas que se imponían eran gran cosa, así que las victimas preferían callar y olvidar en lo posible.
No, no fuiste tan cobarde, al menos no votaste a favor de aquella canallada. Y un voto negativo no habría tampoco sido nada en medio de semejante bandada de descerebrados.
Afortunadamente, hemos cambiado a mejor.
Un abrazo.
Gracias, Rodericus. Comparto en gran parte tu valoración. Lo que me duele es ver que, a día de hoy, hay hombres y mujeres que siguen en los valores de entonces, sin haber evolucionado, y que consideran que mi actitud ante el suceso de Aranda es el de un "ofendidito".
EliminaNo fue covardia, no podías hacer nada. Tengo una história en la que yo fui el responsable que contaré si algún día se aviene el tema. Se trata de un compañero de trabajo marroquí y una copia del fictício Necronomicón.
ResponElimina¡Vaya! El suceso parece muy prometedor. Espero que lo escribas y lo compartas.
EliminaEs bueno que las canalladas que alguien haga no sean protegidas por la sociedad próxima, la educación es muy importante y que las víctimas se sientan respaldadas.
ResponEliminaPero también te digo que tengo hija y hijo y no me gustaría que ninguno de lo dos se encontrará en una situación parecida.
Creo firmemente en las palabras de Ortega: "Uno es uno y sus circunstancias". Lo que te rodeaba era, no te quepa duda, el poder. Y no se puede ir contra él, porque te engulle.
ResponEliminaNo fuiste cobarde, te engulleron las circunstancias.
Algún día explicaré como despedí a una persona al que el gerente de la empresa y máximo accionista le tendió una trampa, una persona que era la mujer de la limpieza, no creas, no hay puesto más bajo en una empresa, porque él quería poner a la hija de una conocida en su lugar. Y era el puesto de la desdichada...o el mío.
Salut
Te felicito por la sinceridad moral que muestras al relatar esta experiencia vivida.
ResponEliminaEn efecto, en todas las asociaciones o agrupaciones en los que se movían chicos y jóvenes -promovidas y alentadas por adultos, algunos con oscuras intenciones- había en décadas pasadas toda clase de abusos, que quedaban encubiertos. No solo la Santa Madre sabe mucho de eso, sino otras organizaciones patrióticas pagadas o toleradas.
Salut y verdad (suponiendo que esta exista)