22 de des. 2019
Navidad en la escuela aconfesional de Zaïd
Llega la navidad a la escuela y Zaïd, con esa mirada limpia de los diez años, contempla los preparativos, la ilusión con la que su maestra decora el aula y les invita a preparar una bonita manualidad navideña, con purpurina dorada, estrellas doradas y guirnaldas doradas. Zaïd lo contempla y le gusta. Hay que ver como les gusta el dorado a los niños. ¿Qué diablos tendrá el oro, aunque el oro sea de plástico? Esa manualidad os la llevareis a casa, para felicitar la navidad a la familia. Y así, este niño nacido en el Atlas, cuyos padres emigraron cuando era un bebé, introducirá la natividad de Cristo en un hogar musulmán aunque, en su caso, sea solo levemente musulmán. El padre de Zaïd, a quien conozco bien, es tan musulmán como yo católico. Al padre de Zaïd, Alá le importa lo mismo que a mi me importa Yahvé: nada. Ambos creemos en la igualdad, en la democracia, en los derechos humanos. Presupongo que ambos creemos en la belleza y en la ciencia, y en la bondad, esa creencia metafísica que nos hace hermanos encima de un planeta hermoso, triste, cruel. Hermanos en el desastre colectivo.
Entre las razones que empujaron al padre de Zaïd a emigrar con su familia estaba el hartazgo de un país religioso, en donde la religión se mete en la casa, husmea en la alcoba, se encarama a los fogones, fiscaliza el armario de la ropa y la nevera, cercena las palabras, investiga los deseos, atormenta los sueños. No le pregunté nunca, al padre de Zaïd, si conocía el artículo 16 de la Constitución española, en donde reza: "Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones". La idea que tiene el padre de Zaïd de los países democráticos de Europa es la misma que tienen la mayoría de las personas: se presupone que la democracia es laica. Tuve que contarle el concepto de "aconfesionalidad", que poco o nada tiene que ver con el laicismo. Lo comprendió a medias. Es decir, lo comprendió a regañadientes.
En la escuela de Zaïd el 90% de los alumnos son de origen familiar marroquí, la mayoría de Larache, aunque también hay familias bereberes, de lengua amazig. Luego están algunos cristianos, pero no católicos si no protestantes, de la Iglesia de Filadelfia. Bueno, miento: hay dos familias católicas, pero católicas por costumbre y no por fe, como yo. Esas dos familias llevan allí a sus hijos por una cuestión de medios. Es decir, de falta de medios. Hay que contar las cosas por su nombre.
Un día, la directora les dijo a los docentes que debían trabajar por la calidad de la educación en su escuela con esa idea en la mente: debemos hacer que esta escuela sea la escuela a donde llevaríamos a nuestros hijos. Yo fui preguntando, poco a poco y con discreción. La casi totalidad de las maestras llevan a sus hijos a las escuelas concertadas del centro. Algunas, la mayoría, religiosas, las otras, laicas. Eso es un dato conmovedor, sin duda. Los docentes de la escuela pública llevan a sus retoños a las concertadas del centro. Hay auténticos bofetones para conseguir una plaza allí. Bofetones y fraudes, el más común de los fraudes es empadronarse en la casa de la abuela, que vive en el centro, para ganar puntos en la baremación. Las maestras que matriculan en los centros concertados a sus hijos no lo hacen porque crean que la educación es mejor: no lo creen, y la razón no es nunca la calidad de la enseñanza, y eso me lo reconocen sin pudor alguno. La razón es sociológica: no quiero que mis hijos vayan con esos.
Cuando le preguntas a una maestra de la escuela pública por el concepto de la "diversidad" todo son elogios, pero elogios que solo son eslóganes, frases aprendidas sin ningún atisbo de fe. Ellas creen en el valor de la diversidad como yo en los valores cristianos o del deporte: sin fe. Ellas quieren que sus hijos crezcan al lado de Pol, de Laia, de Marc, de Roger. No al lado de Estefany, de Mamadou, de Mohamed, de Najib, de Yahya, de Alexandru. Y luego está lo otro: ellas quieren codearse con los padres y las madres de Laia y de Pol cuando llegue un cumple, una cenita del Ampa. El padre de Pol trabaja en el Ayuntamiento, la madre de Laia en la Nestlé, y su abuela fue una poetisa local, vicepresidenta del Esbart Dansaire, Potestad de la Sardana, mantenedora del Pessebre Vivent, cantaire en la coral Virolai. Las razones son esas y no otras. La calidad de la educación y la religión, la laicidad y la aconfesionalidad les importan un pimiento. Del mismo modo que les importa un pimiento (y una berenjena) lo que diga el artículo 16 de la Constitución española.
Al padre de Zaïd, como a todo padre, lo que le importa es que su hijo crezca sano, que aprenda, que llegue lo más lejos posible en esa carrera loca de humanos contra humanos, locos por prosperar. Hoy verá como llega Zaïd a casa con esa manualidad dorada que celebra el nacimiento de un Dios lejano, tan dudoso y tan cruel y tan metomentodo como los demás dioses, tan desquiciante como los demás. Para el padre de Zaïd, Jesucristo es un profeta menor pero la tradición más que la fe le obliga a respetarle. No dirá nada. Sonreirá, le dará un achuchón a su hijo. Por la tarde, cuando salga a tomar el aire, se inventará alguna excusa con los vecinos del barrio para justificar que este viernes, una vez más, no irá a la mezquita. Cuando mi padre era joven se inventaba excusas muy peregrinas para justificar su ausencia en la Missa del Gall, y en las bodas a las que le invitaban -yo diría que fueron pocas- salía a fumar a la calle para ahorrarse la dichosa hostia consagrada. Este lío entre religión y tradiciones es un fastidio enorme.
Solo puedo decir, un artículo muy acertado.
ResponEliminaSalut
Refleja el estado actual del sistema, y lo que podemos esperar de él.
ResponEliminaUn abrazo
Buen año
Uf que largo se me hace el tiempo, nunca acaba de llegar el día 8 .....paciencia.paciencia.
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