22 de gen. 2019
La guerra de Waterloo no es nuestra guerra, la nuestra es otra
El otro día acompañé a una familia inmigrante a hacer unas gestiones en el centro de la ciudad en donde vivo aunque no sea la ciudad en donde nací, y en una entidad cultural de esas "de toda la vida", en la que las palabras "centro" y "católico" se aparecen en su nombre. Hay que ser honesto: el catolicismo de la entidad es más nominal y antropológico que otra cosa, como un fósil insertado en su historia, fragmento de un retrato en sepia.
Les acompañé para actuar de intérprete (que no de traductor) y de mediador, y para ayudarles a superar barreras que están, aunque nos parezcan invisibles: no es nada fácil, para una familia magrebí, cruzar la puerta de una de esas entidades. No lo es porqué ellos se sienten inseguros: hablan poco y mal el español (y nada el catalán) y porque saben que todo les delata, des de su piel a su vestuario. Y nunca saben si van a ser bien recibidos tras la detección precoz de su origen, más alertada por ser pobres que por ser moros. Cuando se detecta al moro, se detecta al moro pobre. Motivos para la sospecha no les faltan. La mayoría cuentan anécdotas que más bien desmienten el talante acogedor de los catalanes. Conozco infinidad de relatos que lo corroboran.
Por poca empatía que sientas, enseguida descubres las dificultades del otro en un país extranjero, con una cultura ajena y con una historia rara por desconocida, de la cual conoces la antigua expulsión de los tuyos, el recelo y lo demás. Les diría que España, en realidad, es hostil con los pobres, y que es más clasista que racista. Pero no estoy muy seguro de ello.
Me encontré con la familia en el lugar acordado, nos saludamos e hicimos las gestiones previstas. La cosa salió bastante bien. La persona que nos atendió (en español, por cierto), les trató con educación y con simpatía, y no demostró ni una sola vez rechazo, ni tan solo sorpresa ante el descubrimiento de los moros. En favor del círculo católico del centro de mi ciudad hay que decir eso, porqué es justo: fueron tratados con naturalidad y con afecto. Y sin paternalismo, cosa que es de agradecer. Por fortuna, además, no había ni lazos amarillos ni decoración en favor de los políticos presos. Todo un alivio. Un alivio para mi, ya que ellos no se si saben del asunto y casi mejor que no sepan.
Me pregunto, sin embargo, si saben algo del nacionalismo populista catalán, de esa xenofobia encubierta a medias que profesa, y si saben algo de lo que se nos avecina, que podría ser un giro hacia una xenofobia más aguda, ya que el nacionalismo no tardará en incorporarla a su ideario republicano: tiempo al tiempo. A veces la ignorancia es buena. Rectifico: la ignorancia nunca es buena, pero puede ser balsámica.
El objetivo de la expedición que relato no era otro que matricular a una niña magrebí a un curso de dibujo y pintura, ya ven que cosa tan pequeña. La niña muestra un interés por aprender esa disciplina del arte y una predisposición innata para el dibujo que da gusto verlo, de veras lo digo. Así que hice lo que creí mejor: promover que se matricule a un curso (extraescolar) de dibujo. Lo hubiese hecho por cualquier alumno, pero reconozco que, tratándose de una niña mora, me sentí más obligado. Y también reconozco algo terrible: me temía una situación más difícil. Celebro desmentir mis temores. Pero a la vez, claro está, me pregunto el porqué de mis temores. Mis temores no eran una respuesta paranoica: mis temores obedecían a sospechas basadas en lo empírico.
En este relato mío no hay noticia, no hay nada. Solo alivio. Solo constatar que en Cataluña todavía pueden pasar cosas como si tal cosa, como si nada, a pesar de todo. Si este país funciona es porqué quedan cosas que funcionan, personas, entidades de barrio normales, receptivas. La convivencia la estamos salvando los de abajo a pesar de los esfuerzos de los de arriba por estropearlo todo en su estrategia del "cuanto peor, mejor". El señorito de Waterloo basa su supervivencia en esto. El señorito Abascal está en lo mismo. El uno con su pelambrera y el otro con su barba a lo Anguita pero a caballo: ambos trabajan para lo mismo, para joder lo que todavía funciona.
Sin embargo, España todavía funciona y nos tratamos bien y nos hablamos. El futuro no debe ser el que planean Puigdemont o Abascal des de sus altos y caros castillos almenados, con altas banderas al viento. El futuro debe ser el otro, el de las personas que nos ayudamos y colaboramos para construir un mundo para todas las personas, un mundo limpio y acogedor, sin castillos en Waterloo ni banderas, ni muros en parte ninguna. Esto no es buenismo. Esto es humanismo.
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Una entrada que da gozo. Me alegro por todos. Por los padres, por la niña y por ti.
ResponEliminaY ya que estamos, con tu permiso, te explico otro detalle, por aquello de los centros católicos.
hca dos semanas, la hermana Blanca, la superiora de Teresas de Calcuta en Barcelona, me comentó que muchos de los que vienen a comer al comedor social se dejan los segundos porque a veces hay cerdo, y que eso no podía ser. Me dió el teléfono del mayorista de carne y me hizo responsable de cambiar el menú de hamburguesas. Las de cerdo debían pasar a ser de cordero y las de pollo, igual. Debía de negociar el precio, dado que no se cuenta con subvención ninguna y que el Banco de Alimentos no proporciona productos perecederos (carne, pan, pollo, queso, jamóm dulce, embutidos...etc...). Hice la gestión, sale a 35ctms más la pieza, o sea unas 420 piezas por menú, que son los que solemos dar al día, pero se puede asumir.
También todos contentos.
Ahora no se dejan ni una.
Salut
Tu texto es escueto pero muy bello: dos veces bello.
EliminaBien hecho Lluís, habría que arreglar lo que es de primera necesidad. I no tantes falornies de banderes.
ResponElimina....que si yo tuviera que colgarme símbolos de todas las cosas que no me gustan o estoy a favor, no habría chaqueta suficientemente grande donde ponerlos todos.
ResponElimina