En estos días en que tanto se habla de la "integración" social de personas con origen extranjero, o de personas de culturas que no son la "autóctona", me he acordado de Jordi Arbonès, un viejo amigo de mi familia materna. Arbonès nació en Barcelona en 1929 y murió en Buenos Aires en 2001.
Arbonès emigró a Argentina en 1956. Estamos en los años más oscuros de España. Para un hombre que ha tenido la suerte de estudiar en Inglaterra, con inquietudes intelectuales y que piensa dedicarse a la literatura como traductor y ensayista, principalmente, y ansioso por conocer mejor la cultura anglosajona, Argentina le ofrece un paisaje más sugerente que el español y además está la casualidad de un giro en su familia, que facilita ese cambio.
Una vez instalado en Argentina, Arbonès se convierte en el primer traductor al catalán de la prosa norteamericana e inglesa contemporáneas. Todo lo que he leído de Henry Miller, de Burgess, de Chandler, de Faulkner y de Henry James en catalán ha sido gracias a su traducción. Y debo decir que son buenas traducciones, que su catalán es vivo, fluido y rico. Quizás algo pretérito, si, pero mucho más interesante que el de algunos autores de hoy, que usan una lengua ñoña e impotente, huérfana de referencias. La literatura catalana en catalán le debe mucho más a los traductores que a los autores.
Mi traducción preferida de Arbonès es "El temps dels assassins", (Time of the assassins) un texto de Miller que es una fabulosa biografía de Arthur Rimbaud que el autor de Nueva York escribió cuando sentía que estaba en su propia temporada en el infierno. En la edición de Aymà editora, de 1966, que es la que tengo, el prólogo es del propio Jordi Arbonès y empieza con esa frase: "Tot allò que ens ensenyen és fals" (Todo lo que nos enseñan es falso).
Mi tío materno, que era amigo de Arbonès des de la primera juventud, mantuvo siempre el contacto y a menudo hablaba de lo que Arbonès le contaba en sus epístolas argentinas. Durante mi infancia, Jordi Arbonès fue para mi alguien próximo, de quien sabía muchas cosas. En la juventud, leer a Faulkner traducido por él era algo que me emocionaba y me sentía orgulloso de saber que ese traductor era un amigo de la familia. Muchas veces pensé en Arbonès y en su valentía. Emigrar al otro lado del Océano Atlántico, instalarse en Buenos Aires y llevar a cabo la profesión que deseaba, todas esas cosas me lo presentaban casi como un mito. Sin embargo, cuando mi tío hablaba de Arbonès siempre mencionaba la melancolía, la añoranza, la morriña. "Arbonès dice que, si el próximo año tiene dinero, vendrá a Barcelona". Y eso sucedía año tras año, pero Arbonès no venía. Pasaban los años y Arbonès no venía nunca.
Cuando por fin pudo venirse, Jordi Arbonès era un hombre muy mayor, cansado, probablemente enfermo. Recuerdo una reunión en especial, una comida en la que Arbonès, después de ingerir buenas cantidades de vino, contó eso: "Des del primer momento en que puse los pies en la Argentina, siempre he tenido una idea fija en la mente: no perder mi identidad". Arbonès intentó vivir como un catalán en Buenos Aires toda su vida y, en cierto modo, lo consiguió. Sin embargo, yo recuerdo al hombre perplejo en Barcelona, a la que casi no reconocía, en donde ya no se sentía cómodo. Habían pasado más de 40 años y ni Barcelona ni España eran las que dejó en 1956. Sus hijos se sentían argentinos y para ellos España apenas significaba nada. Cuando Arbonès pronunció eso de "no perder mi identidad", se produjo un aplauso en la reunión: todos los contertulios lo celebraron. A todo el mundo le gustó la idea que expresaba el emigrante, eso que sonaba a imperativo ético: no integrarse jamás en el país de destino, no diluir la identidad, preservarla pase lo que pase. Yo conocía bien a la mayoría de los comensales que aplaudían la opción ética de Arbonès, y había algo que me chocaba, ya que muchos de ellos les exigían a los andaluces de Barcelona que se arrodillasen ante la lengua, la bandera y las tradiciones catalanas, que renunciasen a su cultura para abrazar a la catalana.
Poco antes de morir, Arbonès le contó a mi tío (que también está muerto) que llevaba años trabajando en una novela muy importante. Pero cuado murió nadie encontró nunca un solo folio, ni una sola cuartilla con un fragmento de la novela importante. Cuando supe eso empecé a pensar en Arbonès de otro modo, se me desmoronó el mito del emigrante exitoso y me di cuenta del drama que había detrás del relato. Fue entonces cuando alguien me contó que Arbonès había subsistido precariamente, que siempre fué pobre, que muchas veces los amigos tuvieron que socorrerle de sus penurias económicas. Entonces me pregunté por el lío de la identidad, de la integración. Y de la acogida. ¿Le acogieron, los argentinos? ¿Cual fue la parte de responsabilidad de Arbonès en su desarraigo, y cual era responsabilidad de los argentinos de su entorno?
Ahora vuelvo a pensar en la historia del traductor migrante, en su obsesión por mantener la identidad del país de origen. Me pregunto a qué se le llama "integración" cuando leo lo que se publica de esos chavales marroquíes de Ripoll, la ligereza en el uso del término "integración". Se nos cuenta que esos chicos de Ripoll estaban integrados porqué fueron a la escuela y hablaban catalán, y además tenían trabajo. ¿Alguien les preguntó por su identidad? ¿Qué conflictos debe haber en ese asunto? ¿Qué hay del conflicto generacional con sus padres?
Y también: ¿en qué consiste sentirse integrado? ¿No será que hablamos de aculturación cuando hablamos de integración?. Y además: ¿qué significa acoger al que llega de fuera, o al hijo del que llegó de fuera? ¿Tenían amigos catalanes? ¿Iban con ellos al cine? ¿Salían con chicas catalanas? ¿Tenían sexo con chicas catalanas?
Dicho de otro modo: a Jordi Arbonès nadie le recriminó, en aquella comida con sus viejos amigos catalanes, que no hubiera hecho nada por integrarse en Argentina. Todo el mundo aplaudió que quisiera conservar su identidad de origen. Y lo entiendo: al emigrante no se le puede exigir que se "integre", porqué las únicas obligaciones del ciudadano de cualquier país son cumplir las leyes del país en donde vive y pagar sus impuestos correctamente. Quizás es una broma extemporánea o un exabrupto, pero no está de más decir que ambas obligaciones no las cumplió jamás la familia de Jordi Pujol.
Para que alguien se sienta integrado tiene que existir la participación de los autóctonos. Es muy posible que el caso de los chicos de Ripoll nos diga que somos nosotros quienes debemos cambiar, aunque esa frase suene mal a los oídos de Xavier García Albiol y a los de la mayor parte del nacionalismo catalán, tan dramático y tan henchido de patriotismo, y que lleva décadas gritándoles a los murcianos, a los andaluces y a los gallegos: "Que s'integrin!" (y ahora: "Que votin al nostre referèndum!") como si el integrarse fuese su problema pero sin osar definir qué significa integrarse ni porqué. Habla catalán, pero a nuestras mujeres no las toques, baila sardanas, pero no oses quitarnos nuestros puestos de trabajo.
Hoy lamento que Jordi Arbonès muriera en 2001, porqué me encantaría poder hablar con él de todo eso. Y puestos a imaginar, me imagino llevarle a hablar con esos chavales de Ripoll que, oh dios mío, también están muertos. Qué fantástica conversación hubieran tenido, qué pena que eso ya no sea posible. Me siento como aquellos pesimistas medievales que pensaban que solo la muerte nos reúne a todos, nos globaliza y nos integra.
Lo único que veo es que hablamos por referencias. Me lo contó este, me lo dijo aquel. Ya he puesto un comentario, duro, muy dura, y que me hace poca o ninguna gracia. Versa sobre mi madre, y sólo yo puedo explicarlo, y en todo caso juzgarlo. Si lo hace otro, que se atenga a las consecuencias.
ResponEliminaSupongo que la conciencia debe de ser una jugadora paciente, y que su peredne compañera, la edad, siempre está dispuesta a señalarle las cartas de su oponente, siempre que el oponente sea el espejo.
Así, y en los últimos meses de su vida, en Terrassa, y a sabiendas de que así eran por parte de los médicos que le llevaban, me fue desgranando la parte desconocida de su vida para que yo apuntara. Sin miedo ni vergüenza. Lugares con más significado. Parejas, hechos, nombres, apodos, y detalles. Unos con poca gracia, los más con ninguna.
Yo me sabía, por estudios, el nombre de las checas importantes, La Tamarita, Zaragoza, San Elias, el "Uruguay", Via Layetana...pero no de las pequeñas, como la de la plaça Berenguer I...ella se las sabía todas, o casi.
Siempre me habló de los fusilados tras los paredones por parte del cabo. Y me consta de que estuvo en once (11) cárceles. Que la trataron bien en Córdoba, pero que en Burgos la trillaron con una correa en sus espaldas (doy fe). Pero también me habló de los allanamientos de morada porque a los empresarios (un dueño de imprenta con dos empleados) representaban la burguesía.
En ese allanamiento se confiscaba todo, incluso la vida de los propietarios. ¿ Se ha de decir más ?
Me guardo muchas cosas, sobre todo nombres. Ahora no toca, como diría el exhonorable, y además hay palabra dada, pero es cierto que la herida no se ha cerrado, pero por ninguna de las dos bandas. Aquí no hay vencedores, aquí sólo hay muertos y torturados, y el dia que se haga de verdad Memoría Histórica, habrá de hacerse para todos, incluso para los que no eran del bando de mi madre.
He dicho lo que quería decir.
NO VOLER PERDRE LA IDENTITAT,ES MOLT RESPECTABLE,PERO IMPOSAR LA TEVA MANERA DE VIURE A LA COMUNITAT QUE T'ACULL,NO¡¡¡.
ResponEliminaEL VESTIT DE PUBILLA,SERA LO QUE TU VULGUIS PERO,NINGU ET MANA POSARTEL.
"Todo lo que nos han enseñado es falso" Podría ser una frase de Montaigne, tan buen conocedor de la naturaleza humana.La mayor conquista es la libertad de criterio, la libertad de pensamiento, todo lo demás es puro folclore.
ResponEliminaArbonés se refugiaba en la nostalgia, las costumbres que vivió aquí y que se confunden con identidad. La conducta aceptada en una determinada sociedad para que te identifiquen como lugareño, es calificada como "identidad" que se lleva en el ADN. Esta es la gran falsedad que ha inspirado todas las xenofobias posibles.
Es una pena que Arbonés viviera, como tantos intelectuales valiosos, en la pobreza, fantaseando con una tierra que, como todas, cambia sus signos de identidad conforme cambia la sociedad.
No existe más identidad que la de pertenecer a la especie humana, que unos levanten Castellers y otros celebren el día de la marmota, no son más que anécdotas que un día, también desaparecerán.