Los antiguos legionarios avanzaban al grito de ¡Viva la muerte! y los demás nos reíamos a gusto con tanta insensatez, tanto instinto de muerte rebozado con ese caduco grito de irracionalidad fascistoide. Eran buenos tiempos porqué sabíamos a qué atenernos, cuales eran los signos del mapa, sus escalas y sus cotas. Todo el mundo sabía donde estaba y cual era el lado bueno, el malo, el propio y el del otro.
Ahora lo vemos menos claro, más confuso. Como dijo San Pablo después de caerse del caballo, lo vemos todo como en un enigma. Cuando muchos intelectuales gritan "Viva la ignorancia" y los políticos "Muera la política" uno se pierde y ya no distingue cual es el lado correcto. Hoy, a propósito del aniversario del accidente nuclear de Chernóbil (¡y qué manía con las efemérides!), los periodistas gritan "Viva el Apocalipsis".
Los visionarios de lo oscuro, del símbolo en la cripta y de los programas muy nocturnos llevan tiempo regodeándose con el asunto de Chernobil por culpa de lo que parece ser otra mala traducción de los textos antiguos. Se lee en el Apocalipsis de san Juan (8:10-11) que cuando el tercer ángel sopló su trompeta, cayó del cielo un cometa cuyo nombre era Ajenjo, y que una tercera parte del agua del mundo se convirtió en ajenjo.
El ajenjo (artemisia absinthium) es la planta de la absenta, y en inglés también se las trae: lo llaman Wormwood en el idioma de Churchill. Uso al viejo Churchill porqué me he enterado de que está de moda citarlo. Lo citan Rajoy, Sánchez e incluso Puigdemont, lo cual ya es mucho teniendo en cuenta que Churchill ni era catalán ni lo parecía.
El asunto es este: que la palabra "ajenjo" es "chernóbil" en ruso. Vaya tela. Ya lo tienen ustedes servido en bandeja. El desastre nuclear de Chernóbil estaba anunciado en el Apocalipsis de san Juan, que es el menos testosterónico de los discípulos del buen Jesusito -según la iconografía canónica. Un buen tema para tertulias de cafetería, desayuno de funcionarios y programa de Iker Jiménez.
Uno se pregunta por qué nos atrae tanto el Apocalipsis con sus bellas promesas. Aunque eso no es nada nuevo (el Apocalipsis es uno de los libros que más tirón tiene de todos los que forman la Biblia, y el éxito comercial del Libro se debe mucho más a él que al cualquier otro episodio -y eso desde siempre, des del principio), es indudable que vivimos en un tiempo que parece ansiar el fin de los tiempos, el fin de todo.
Leí a alguien que se lo preguntaba hace poco: ¿como es que hay tan poca ciencia-ficción positiva? ¿cómo es que los textos y las cintas de cine futuristas sólo se refieren al desastre final? Creo que la pregunta correcta es: ¿preferimos el fin del mundo antes que la mejora del mundo? ¿Ya no confiamos en que sea posible la mejora?
Quizás sea eso. Y por este motivo nos encanta el desastre de Chernóbil en este plan de espectáculo para la tele, porqué lo de Chernóbil es como un bendito apocalipsis en pequeño pero real del todo, peligroso, tremebundo. Palpable. Absolutamente real, sin tapujos ni trampas. Y casi aquí al lado, cerquita, comprobable. Nada de ficción ni de virtual. Y además es fácil encontrar a un policía sobornable (vaya redundancia) en Ucrania que te deje acceder a la zona restringida y pegarte un tour de turista extremo por poco dinero. Para experimentar esta muestra de apocalipsis en primera persona. Fantástico, ¿no?
También en la política española hay un anhelo secreto de apocalipsis, formulado crípticamente (o psicoanalíticamente) bajo el anuncio de nuevas elecciones para disimular la imposibilidad de acordar el futuro. Y en Cataluña... ¡lo de Cataluña es un apocalipsis a lo medieval! El gobierno se ha planteado autoliquidarse en 15 meses, disolverse como en un ácido y proclamar un mundo nuevo pero de fantasía, al estilo de la Civitas Dei de San Agustín, aquel santurrón escritor retorcido y torturado. Un apocalipsisi de medidas diminutas, a la catalana, pero con elementos de mito fundacional a la inversa, un cuento complejo y mediocre a la vez, destinado a entretener a la ciudadanía con desastres anunciados, cuentas atrás y repique de campanas tremendas.
Lo de Cataluña también forma parte de la renuncia a crear un mundo mejor, aunque lo quieran disimular: como no es posible reformar la realidad, huyamos a un mundo de fantasía. Un suicidio a lo islámico, con la promesa de un cielo, paraíso para después de la muerte. Cinturón de bombas programado para dentro de 15 segundos (¿o son 15 meses?) y luego un paraíso de la hostia. Tic-tac, tic-tac. Se acerca el fin. Qué bien que el fin se parezca a un parque temático.
La revolución quizás no será televisada, pero el apocalipsis sí lo va a ser.
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Stalker: la premonición de Chernóbil según el genio de Andrei Trakovsky
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