Lo escribía el otro día mi amigo Pere, en un artículo sobre Edgar Morin y su libro "La mente bien ordenada". Y ese texto breve pero intenso me hizo pensar. No se le puede pedir nada más que eso a un texto: que te obligue a sentarte y a recapacitar. Gracias pues, Pere.
Vivimos en España, país que más allá de sus paellas, toros, siesta y guerras fratricidas, se conoce por sus cambios constantes en materia legislativa referida a la educación. Cada gobierno hace su propia ley educativa, que será reformada o derogada en el siguiente gobierno. Uno ha perdido la cuenta de las leyes, ordenanzas y normativas por las que ha transitado a lo largo de su vida como profesional de la docencia. Si les digo la verdad, me encuentro sumido en la perplejidad y el desconcierto y no soy capaz de aseverar si debo evaluar por competencias o por capacidades clave, si es más relevante el conocimiento que la competencia, si prevalece el esfuerzo o la resiliencia.
En medio del vendaval, doy con un libro de Marina Garcés, autora que siempre he leído y admirado en casi todo -que no es todo. Se trata de "Escuela de aprendices", libro publicado por Galaxia Gutenberg en 2020 y que tiene el aspecto de libro de madurez. Este es un libro honesto y pensado, al que se le agradece que sepa incluir una poesía a modo de epílogo: encontré algo mágico, bellamente antiguo y delicado en ese cierre en forma de poesía para un libro de filosofía. Más que poesía, Garcés regala una colección de aforismos que me remiten a algunos textos de Nietszche, autor que también usaba la poesía aforística. Recuerdo el caballo de Torino que abrazó el filósofo alemán mientras leo a Garcés.
Los debates sobre educación, a día de hoy, están dirigidos por periodistas, columnistas o políticos que jamás han puesto un pie en las aulas tras superar la educación obligatoria, o cuyo conocimiento de la educación pública es más bien escaso. Fíjense ustedes en un dato curioso: la mayoría de los políticos que legislan sobre la educación surgen de la educación privada, la misma a la que matriculan a sus hijos. Hay pocos pedagogos en el debate público de la educación. Dicho de otro modo: a mi me da igual si todo el mundo se siente entrenador de fútbol, pero me molesta que todo el mundo opine sobre educación.
Del mismo modo que ningún tertuliano osa opinar sobre física cuántica o sobre bioquímica ¿por qué razones cualquier tertuliano opina sobre como, cuando y porque se debe enseñar en las aulas?
Se lo cuento del revés: este año, de nuevo, unos 30.000 alumnos de Formación profesional se han quedado sin plaza en los centros públicos catalanes. Sin embargo, el debate que nos transmiten los medios -y que por consiguiente está en boca de todos- trata del 25% de las clases en castellano, cuando eso es un tema menor, tergiversado y manipulado hasta el hartazgo.
Lo que nos cuenta Garcés es lo esencial y lo profundo, lo que de veras debería importar. El asunto del premio al esfuerzo del alumnado, por ejemplo (uno de los puntos fuertes del libro, a mi modo de ver), es un tema crucial sobre el que meditar a fondo.
Les dejo un verso del epílogo de "Escuela de aprendices", por si se les antoja meditar durante una tarde de domingo de otoño con nubes ociosas cruzando el cielo:
Cuando estudiar ha pasado a significar "sacarse un título", está claro que tenemos un verbo expropiado que reconquistar.
Yo piso el final del sendero, pero como mi curiosidad no tiene límites y se positivamente que uno se hace viejo cuando deja de estudiar, me aferraré al libro recomendado.
ResponEliminaPD: He leído el artículo de Pere. Muy bueno.
Gracias
Cuídate¡