Se avecina otro 11 de septiembre y hay cierto revuelo en la sede de la ANC. Aunque mucho menos que en los septiembres precedentes. Este año la camiseta oficial del evento es negra. No parece el negro el color más indicado para desfilar bajo el sol, o quizás el independentismo, inconscientemente, se ha puesto de luto. Será un desfile fúnebre, de camisas negras.
Yo, como buen catalán, de nuevo me replanteo mi relación con Cataluña en las vísperas de la fecha. Y me descubro cada vez más lejos. Si hace unos años el "procés" me tenía de los nervios, a día de hoy ya solo me produce hastío y algo así como una mirada irónica, distante.
Me doy cuenta de que jamás me sentí muy apegado a esa patria que, por más ilusoria que sea, sí lo es de mucha gente a mi alrededor. Aunque de pequeño intentaron inculcarme unos valores, virtudes y bendiciones de ser catalán, jamás me lo creí mucho. Recuerdo que ya en la primera adolescencia me preguntaba si era muy relevante haber nacido aquí o un poco más allá del mapa, y si acaso lo importante de veras no era haber nacido más arriba o más abajo en la escalera social. Jamás creí que Montserrat fuese la montaña más especial del mundo, ni la sardana la danza más bella. A día de hoy, por cierto, Montserrat me produce el escalofrío de las cosas que al final se revelan siniestras y estoy seguro de que, de haberla visto el señor Lovecraft, le hubiese inspirado un cuento de horror cósmico.
Cada día, pues, un poco más lejos de Cataluña... y eso sin moverme de aquí. Tras el procés, que terminó en desastre, lucha fratricida entre sus facciones y desolación, mi sentimiento empeoró: a veces me avergüenza saber que vivo entre personas que, sin dejar de ser vecinos normales, no titubearon en posicionarse el lado de la secesión de los ricos, la insolidaridad y el desprecio hacia las demás formas de ser catalán. Vergüenza de convivir entre vecinos que odian a otros vecinos y que escogieron la sumisión voluntaria a unos líderes egoistas y tramposos, arrebatados por un sueño supremacista.
Tras el procés, el balance personal: más de diez años sin ver Tv3, sin sintonizar Catalunya Ràdio. A día de hoy, soy incapaz de nombrar a dos grupos musicales catalanes de ahora. Practico el turismo siempre fuera de Cataluña: Maestrazgo, Huesca, Francia, Portugal, Galicia, Madrid. Incluso he optado por pequeñas elecciones personales bastante inocentes, como comprar la traducción al castellano de los libros que me interesan. Sobre este punto me gusta aclarar algo: comprar un libro (en cualquier versión) solo es un acto comercial, pero las cosas se torcieron cuando a alguien se le ocurrió decir que comprar la versión catalana era un acto patriótico. Fue esta afirmación la que me alejó. No quiero cometer ningún acto patriótico: el nacionalismo es el hijo y el argumento de la barbarie, el totalitarismo y la sinrazón.
Mi balance y mi opción son esas: que se puede vivir en Cataluña sin ejercer de catalán. Incluso sin indignarse ante los lacitos amarillos o las banderas estrelladas o las absurdas solemnidades de los políticos nacionalistas, tal como (mal)viví durante los años duros del procés. En aquellos años más difíciles, cada 11 de septiembre ponía quilómetros de distancia con Cataluña y me marchaba, por lo menos, a Aragón. Este año me quedo, indiferente y como ausente pero mucho más lejos, leyendo a Bolaño o a Vuillard.Bueno, ya les dejo por ahora. Me voy a poner el CD del Tangana: "El Madrileño" es un disco buenísimo.
De camisa negra a camisa parda sólo hay un pequeño matiz...
ResponEliminaintentaré no llevar ese día ninguna de mis camisetas negras, que tengo varias. Ya hicieron que dejara de ponerme una bufanda amarilla que tenía. Espero tomar con indiferencia el negro actual (de hecho yo había pensado alguna vez que todos los no independentistas también deberíamos llevar un lazo amarillo pero ante la más mínima insinuación en una conversación, decir "no, no lo soy yo". Bueno, tonterías.
ResponEliminapodi-.