En el examen que he corregido hoy le planteé al alumnado que contara lo que sabe sobre una serie de conceptos sociológicos, pero que lo contara a partir de su experiencia y de sus ideas propias. No es que no crea en el aprendizaje memorístico (de hecho, otras preguntas sí iban por ahí), pero también quiero ver el nivel de reflexión personal y, sobre todo, como redactan algo vivencial.
Pues bien, uno de los conceptos, referidos a la sociedad presente, era "Paro y precariedad laboral".
He ahí la respuesta de uno de los alumnos más brillantes de todo el grupo, un chico que tiene un amplio bagaje cultural, un buen nivel de lengua escrita, una sensibilidad educada y empática y una fabulosa expresión oral:
(...) No encuentro trabajo en ninguna parte. Estamos estudiando casi sin expectativas de encontrar trabajo en lo que nos gusta. Un título universitario ya no nos garantiza nada (...). En mi grupo de amigos, nadie se plantea tener hijos en el futuro (...).
El hombre que escribe eso tiene algo más de 20 años y proviene de un entorno (social y familiar) pobre, casi de supervivencia. Es decir: se ha cultivado en un escenario poco amable, de suburbio triste. Lo poco que se de su historia me presenta a un tipo resiliente de verdad, por usar el vocablo de moda. Suele llevar entre cero y dos euros en el bolsillo. Es rápido y ágil en sus preguntas al profesor, siempre acertadas y mordientes. A veces veo una mirada cansada, aunque perviva el brillo de la curiosidad y de la duda.
Le vi a la llegada al centro, un día, caminando a lo lejos. Llevaba una gorrita de béisbol sobre la cabeza gacha, cuya sombra no ocultaba un rostro apesadumbrado que contempla, inquieto, la tierra bajo los pies más que los pies pisando la tierra. No es una buena sociedad la que ensombrece a sus mejores hombres en el estallido de la juventud. Quizás haya, en él, la simiente de un futuro luminoso, pero no es luz lo que ve cuando levanta esos ojos negros bajo el mechón mohicano. Esos ojos ven una mancha oscura al final del túnel.
Me entristece su tristeza, y más aún cuando veo la sonrisa de algunos políticos que rellenan sus cuerpos trajeados con patriotismo (España o Cataluña, qué más da), sus aspavientos, su gesticulación, esas indignaciones solemnes de Pablo Casado o de Laura Borràs, personas que jamás conocieron lo que conoce este chico, al que doblan en edad pero dividen por dos en experiencia, elegancia y mesura. Este chico sufrirá para encontrar trabajo, mientras Borrás o Casado jamás supieron el significado de la pobreza, de la dificultad: cuando hablan de resiliencia hablan de algo que conocen tan bien como el tercer principio de la termodinámica porque saben muy poquito de la vida y limitan su pensamiento a la repetición de frases que en realidad son anuncios publicitarios, simulaciones del pensamiento. Personas que juegan a vivir les cuentan la vida a las personas que viven.
Dicen que la profesión de la educación es una bella profesión (quizás no lo dicen tanto en tiempos de virus, confinamientos y Classroom), y quizás es bella porque duele, como todo lo bello.
Creo que tu última frase da en el clavo.
ResponEliminaUn abrazo
Me gustaría que Casado o la Borrás tratasen de pasar un mes con cuatrocientos setenta Euros, que es la cifra que cobra un parado mayor de cincuenta años tras agotar el subsidio de desempleo.
ResponEliminaY hacer las "colas del hambre", seria una ducha escocesa de realidad para una élite que habita en una burbuja de confort despegada de la realidad.
Vivir sin la mas mínima esperanza es la más cruel de las condenas,