El folklore en general, y por lo tanto el nacionalismo en particular, nunca me han gustado. No me emociono ante una comparsa de gigantes y cabezudos, ni me tocan el alma las banderas, los estandartes o las "colles castelleres". Aborrezco el sonido de la gralla. Siempre me ha resultado tedioso y primitivo el colorido identitario, es decir, pretérito y tribal.
Sin embargo, sí pasé unos años de mi vida convencido de que la lengua y la cultura catalana debían preservarse a toda costa, y por eso mismo compraba libros extranjeros en la traducción catalana, celebraba la aparición de novelas en mi lengua materna, acudía al teatro catalán y defendía, enérgicamente, que se debe escribir en catalán con la máxima corrección, y pronunciarlo según los cánones establecidos.
Eso pasó cuando era joven.
Luego, algún día imposible de situar en el calendario, abandoné mi actitud. No fue una iluminación espontánea, ningún rayo me derribó de los lomos de un burro: a mi cambio contribuyeron los innombrables exégetas de la cosa catalana, sus profetas, sus gurús, sus lamentables líderes. Me ayudaron también las lecturas de los pensadores, las charlas con personas más inteligentes que yo, los libros de historia. Pero debo insistir: el descubrimiento de la estupidez de los líderes patrióticos es esencial en ese giro vital.
Algún día comprendí que mi actitud poco tenía que ver con la cultura, a la que sigo amando -igual que amo a la cultura portuguesa, francesa, japonesa o americana- y en cambio tenía demasiado que ver con el catalanismo y, por extensión con el aborrecible nacionalismo que tanto dolor le ha traído al mundo.
De algún modo, me di cuenta de que había colaborado con lo que más detesto: el estrambótico supremacismo, ese que asegura tener unos "hechos diferenciales" que son, por definición, más importantes, elevados y sagrados que los "hechos diferenciales" del pueblo de al lado.
Ahora pues, si me encontrase sentado delante de mi al que fui con veinte años, solo podría decirle: fuiste un imbécil.
No me avergüenzo: la juventud es el tiempo de las torpezas, la dura etapa del aprendizaje vital, el tiempo de los errores, del ensayo fracasado: en el amor, en el arte, en los ideales, en los principios. Quien diga que desea volver a ser joven nos revela su desmemoria trágica. La naturaleza no comete errores y por eso nos libra de la juventud, con la ayuda del tiempo, en un acto de piedad poco celebrado.
Si hubiese sabido que mi militancia cultural de juventud era usada de la forma más espuria y más vil por esos líderes que hoy nos siguen hablando de esencias patrias, de historia falsificada burdamente y de barbaridades que anteponen una ficción territorial a su ciudadanía real, me hubiese dedicado al flamenco (arte del que sigo enamorado, por cierto) o a la contemplación de los grabados de Durero.
Me sorprende que mi historia de arrepentimiento y entrada en lo racional sea poco común, y me aterra ver a personas de mi edad (o de edad mucho más avanzada incluso) que siguen aferradas a la ficción y al delirio, y dispuestas a dejarse llevar por unos supuestos líderes, penosos y grotescos, capaces de repetir la palabra "Cataluña" en cada frase, como si la repetición fuese un ritual mágico, chamánico y primitivo, y sin darse cuenta de que emulan al fascismo más lúgubre, de que caen en el oscurantismo medievalista de las fantasías nacionalistas que asolaron Europa.
Y eso sucede porque nos cuesta pensar. Nos cuesta admitir el error, y peor aún, nos agrada creer que pertenecemos a segmentos superiores, donde hay diferencias de hecho que sugieren cierta superioridad enfrente otros congéneres. En definitiva, nos gusta eso de sentirnos diferentes, cuando en realidad somos gotas de agua y nuestra diferencia y nuestros intereses son mínimos.
ResponEliminaUn abrazo
Pues en este sentido, un poco paralelos somos. Yo creo que al ser hijo de padres castellanos, las ideas nacionalistas calaron en mí no por otra cosa que por ser vehículo de integración, una especie de "jo sóc com vosaltres, eh? no us confoneu" pero después, y mucho antes de que los políticos se lanzaran al vacío, fui teniendo amistades que trataban el tema de una manera totalmente fuera de lugar, casi rayando el racismo, diría.
ResponEliminapodi-.