La ocurrencia de internacionalizar un conflicto es muy vieja. La historia anda repleta de internacionalizadores de conflictos: romanos, cartagineses, mogoles, griegos y troyanos. Y antes que ellos, sumerios, babilonios, etc. Antes de existir las naciones, ya habían quienes pretendían llevar los conflictos prenacionales hasta la esfera preinternacional. Los neandertales (los que abortaban después del parto) procedieron a algún tipo de internacionalización de un conflicto oscuro, del que sabemos muy poco. Eso sucedió en cuanto les atacamos nosotros, los cromañones, quienes les invadimos y les quitamos su lengua y su cultura. Les neandertales no se fueron ni a Estrasburgo ni a La Haya ni a Bruselas ni a Massachussets, pero intentaron contar su conflicto: la prueba está en que, a día hoy, lo conocemos. A los neandertales les juzgaron a todos.
Éric Vuillard, en su grandioso "El orden del día", cuenta otro conflicto internacionalizado: el que promovió el gobierno nazi alemán. Empezaron por una anexión incruenta (?), la de Austria, y luego la de los Sudetes, y luego la de Eslovaquia (los indepes eslovacos les apoyaron con gusto, solo por joder a los checos), y luego Polonia y etc. Al final, los nazis internacionalizaron de veras el conflicto, un conflicto nacionalista que se resolvió por el módico precio de más de 20 millones de muertos. El nacionalismo tiende a internacionalizar y luego, a matar. Y, al final, a morir. Entre el nacionalismo y la muerte no hay distancias ni vergüenzas.
A Alfred Bosch (consejero de "Exteriores" de una autonomía española en decadencia libre), un novelista inane y prescindible, le estamos pagando a escote para que internacionalice el conflicto que se han inventado los suyos. Su labor es más bien risible, y el resultado de sus carísimas acciones un fracaso evidente. Es por eso que yo, humildemente, le sugiero una estrategia.
Señor Alfred Bosch:
Busque usted amigos en Valencia que le monten un altercado de talante pancatalanista (ya sabe, el rollito de los "països catalanets") cuya finalidad sea provocar la represión policial. En cuanto esta represión se produzca, pídales a los represaliados que pidan ayuda a Cataluña, y entonces mándeles usted un par de divisiones de Panzermossos (esa nueva división que está creando el señor de Waterloo a través del mayordomo Quimet). Anexiónese usted la Comunidad Valenciana, sin miedo y sin rubor, y exhiba (por Tv3, of course) imágenes de valencianos felices agitando banderitas catalanas ante el desfile de la división Panzermossos que penetran en territorio levantino. No se olvide, querido ministro de la internacionalización, de haberle encargado previamente a Jordi Bilbeny un amplio informe sobre la voluntad pancatalana de Valencia, con especial énfasis en el deseo milenario de los súbditos valencianos por pasar a ser súbditos de la corona catalana. (Nota: si le resulta difícil dar con el señor Bilbeny en Cataluña, pruebe en el sanatorio de Mondragón que, por estar en territorio vasco, simpatiza con el asunto que nos ocupa).
Señor Alfred, ministro de la cosa internacional: ante su incapacidad tantas veces manifiesta por pergeñar una novela (de cuya incapacidad infiero su dificultad para organizar ninguna estrategia internacionalizadora de su delirio), hágame caso y proceda según le he sugerido. Lo que le he sugerido es novelesco, pero usted lo comprenderá.
Y no, no me de nada a cambio, ministro Alfred. No le pido nada. Lo hago por compasión hacia usted. Pero... ¡ah!, bueno, si: una cosa si le pido, y casi se me olvida: que me facilite los trámites para obtener el pasaporte y poder emigrar a España sin problemas ni inconvenientes ni molestias. Y que me facilite, a poder ser, el estatuto de exiliado político ya que yo, a diferencia del señorito de Waterloo, no dispongo de cargos ni de privilegios ni de hacienda ni de propiedades, por lo cual mi exilio sería indoloro para la patria que usted defiende. Que el Dios Francesc Macià y su hijo Guifredo el Peludo le guarden muchos años, amén, hermanos iros en paz.
Noooooooooooooooooooooooooo, LLUIS ¡¡¡¡¡¡ Nooooooooooooooooooooooo ¡¡¡ en el Sanatorio de Mondragón nooooooooooooooooo.
ResponEliminaAllí se internó a uno de los mejores poetas que ha dado esta península, Leopoldo María Panero, en donde dejó reflejada su paso por allí con un libro titulado Manicomio de Mondragón, en 1987, y en donde da fé Roberto Bolaño, en su 2666, Ed Anagrama, pg 213.
¿Qué quiero decir?, que aquello debería ser un santuario, no un simposium político.
Un abrazo
Comprendo tu malestar, Miquel, y debo disculparme. Lo escribí así como homenaje humorístico y salvaje al autor de Los detectives salvajes.
EliminaLeopoldo María Panero. Uno de mis poetas favoritos de este país. Sobre el articulo , no e entendido nada.
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