Antes de llegar al pueblo uno percibe indicios y presiente algo malo agazapado en los márgenes de la carretera, incluso a la luz dulce y melancólica que baña la tarde con un oro ajado. Quizás hay demasiada basura en las cunetas y la carretera, que transcurre paralela al río, se estrecha a medida que se aproxima a la población. La silueta de Dunwich se distingue al fondo. El campanario y las fachadas dispuestas en lo alto de la roca formando una muralla están encendidas por un naranja que quiere ser ígneo pero es mortecino.
En el lado del río se distingue un viejo embarcadero, marchito, lleno de herrumbre. Las emociones que acuden a mi mente son el miedo y la tristeza, pero sin duda prevalece la tristeza por encima del miedo. Me digo a mi mismo que no pasa nada, que es cosa mía, que se debe al estado de ánimo al que induce esa hora de la tarde, cuando el sol se hunde y se levanta el aire que traerá la oscuridad, que no es nada más que eso, la melancolía que nos invade a los mamíferos en este momento, al final del día.
Sin embargo, y una vez paseando por las calles, las primeras personas que me cruzo parece que deambulan más que andan hacia algún lugar. Silencio y sombras. Me doy cuenta de que en este pueblo el número de banderas patrias en los balcones es muy escaso, y eso me sorprende. Descubro muchas casas abandonadas. Conforme uno se acerca hacia el centro del pueblo, que debe datar de los siglos XVII y XVIII, se da cuenta de que de allí emana una caducidad pesada, enfermiza. Los edificios de las callejuelas céntricas están tomados por una lepra de la piedra que los está arruinando.
-Cuidado, hijo, no pases por aquí -me dice una señora mayor que acarrea dos bolsas de la compra. Me señala la calle por la que iba a discurrir. Los cascotes cubren el suelo. Todas las casas de esta travesía están abandonadas y la piedra se desmorona como la arena de los castillos infantiles en la playa. Ningún vecino vive aquí. ¿Se marcharon por la amenaza de la ruina o la ruina es la consecuencia del abandono? No lo puedo decidir. La soledad y la pena ocuparon la calleja y la habitan con una mueca gélida, visible por una décima de segundo tras los visillos podridos de las ventanas ciegas.
Serán las siete de la tarde. El aire que asciende del río es frío y arrastra sombras tras de si, y las sombras van posándose sobre los adoquines y pegándose a las fachadas, como una plaga de líquenes violáceos. Algunas casas tienen los portales y los alféizares pintados de azul celeste, que es el color del manto de la Virgen, tal como se hacía antaño para proteger el interior de las casas de la visita del mal. Pero sin embargo el mal acudió y penetró en los hogares, y el conjuro del azul virginal no pudo detenerle. El mal ocupó las casas y heló los corazones de sus habitantes.
Este pueblo se cae a pedazos. En la terraza de uno de los pocos bares que he visto se juntan pocas personas, y parecen entregadas a ingerir el mayor número de cervezas posible en el menor tiempo. Como si tuviesen prisa por emborracharse y caerse rendidos lejos de la realidad tan penosa. Muchas tiendas cerraron años atrás, y las que quedan se despreocuparon. Cuando yo era un niño, las tiendas tenían el aspecto triste y desvencijado que la memoria me cuenta y que ahora veo aquí, como si saliese de un sueño infantil espeso y turbio. Y lúgubre.
Nací en el 64, cuando la dictadura entraba en su fase terminal, y las calles del barrio barcelonés de la Ribera tenían ese aspecto fatigado, gris, apesadumbrado. Faltaban pocos años para el estallido de los colores y de la esperanza, pero aquellos años eran de veras muy tristes. Me horroriza pensar que hemos vuelto a aquel instante del cansancio y la aflicción. Me pregunto que nos ha llevado hasta aquí, que diablos ha sucedido.
Había dejado el coche en las afueras y con tanto dar tumbos me desorienté. Por unos instantes, mientras andaba errático por las arterias de Dunwich, me asusté de veras, temiendo haber caído en una trampa de quebranto y de desdicha, y se me ocurrió que quizás no sería capaz de dar con mi vehículo para huir de Dunwich. Incluso se me ocurrió, en un instante de tribulación, que aunque encontrase mi coche no iba a ser capaz de salir del pueblo. Pero finalmente pude salir y retomar la carretera, no sin antes haber cometido varios intentos fallidos que me ensombrecieron el ánimo de un modo nefasto. Recuerdo el sudor frío resbalando por mi frente y empañando mi espalda. Una vez huído, pensé que en cuanto llegase a mi casa iba a buscar información sobre el extraño caso de decadencia de este pueblo, porqué uno cree que la información le puede liberar del horror. Pero cuando pude hacerlo no busqué información si no que procuré olvidar para siempre las horas vividas en Dunwich y el hundimiento del ánimo que experimenté allí.
A veces, cuando me acuesto, una de aquellas sombras como líquenes azulados me visita en el duermevela y doy un respingo en la cama, temeroso de que la pesadumbre leprosa de Dunwich no se esté expandiendo e invada Cataluña entera y de que, en cuanto me levante, me encuentre en una habitación ruinosa y desolada de aquel pueblo para descubrir que mi huída fue un sueño y estoy atrapado en la desgracia hasta el fin de mis días, que pronto llegarán.
No se como acabará todo esto, sólo se que está durando demasiado. No pensé ni por asomo que se llegaría a esta fractura que pocos quieren reconocer.
ResponEliminaAyer, sin ir más lejos, una escena en la panadería que casi se llega a las manos. Una abuela con lazo amarillo que hacía cola delante mío. Otra mujer, un poco más joven que quería preguntar si tenían no se que tipo de pan (creo que sin gluten). La señora del lazo dijo que se esperara en la cola, y la otra que solo por preguntar no se pasaba de la tanda.
De ahí a decirse de todo, en catalán, si, pero de todo.
Eso llevado a todos los aspectos posibles. Me dicen que no hay tal fractura. Les digo que si la hay, e incluso en mi escalera. Los del pendón colgando y los del no pendón no colgando.
Esto no acaba bien.
Pronto será como el pueblo del que nos hablas. Al tiempo.
Salut
Això Miquel, ja passaba abans del procés. No hi ha fractura, m'en vaig adonar de dotze a una de la matinada esperant entre setmana a la meva filla a l'aeroport del Prat, no hi ha fractura, el país com Italia va fent la mar de bé sense Govern, creixem un 3'1%, el Prat augmenta un 10% els passatgers, i segueixen venint turistes i creuers. Se n'han anat moltes menys seus i empreses de les que s'ha dir i n'han vingut o se n'aqhncreat moltes de noves de les bones (tecnològiques), potser per què aqui estem al segle XXI mal que alguns els hi pesi. Piove, porco governo, non piove porco governo.
ResponEliminaMuy bueno el paralelismo con el Dunwich de Lovecraft.
ResponEliminaLeí con fruición casi todo lo que escribió en relatos de terror durante mi adolescencia, y aún conservo algunos tomos en papel de recopilaciones de sus relatos. En formato EPUB tengo todo lo publicado. Mi favorito es "El Monticulo".
Aunque aquí, lo que nos ha invadido no es el mal propiamente dicho, sino sencillamente la estupidéz, que es la madre de todos los males.
Ayer contemplaba "ojiplático" una fotografía de una de las "marchas lentas" de los CDR que han colapsado las carreteras estos dias : la encabezaba con una estelada un Mercedes todo-terreno de lujo, seguido por un Audi de la misma gama.
Cuando los ricos hacen las revoluciones, significa que quieren aún mas dinero. Parece que las componendas del "tres por ciento" les han sabido a poco, y ahora quieren todo el pastel.
Y poco importa si el resto del país se va al garete.
Lo que me fascina, es como gente humilde les sigue el juego con tanto entusiasmo.
Un abrazo.
"...la encabezaba con una estelada un Mercedes todo-terreno de lujo, seguido por un Audi de la misma gama...." y lo curioso, o así me lo ha parecido a mi, todos de color negro, los que usan los nanos de casa bien. Ahora, a estos del CDR los llaman los "COCO CHANEL".
ResponEliminaSalut
Cierto, de color negro.
ResponEliminaEsta es la primera revolución de "pijos" de la historia.
Un abrazo.
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EliminaCon u permiso, RODERICUS, y con el de LLuis. No deseo desviar el tema. Pero diría que es la segunda revolución de pijos. La primera fue la de la Gauche Divine de la calle Muntaner, la del Boccacio. Allí se fundaron peperos, sociolistos y Convenientes de Unció para apoltronarse nacida la democracia en los mejores lugares de la administración, los bancos y las cajas.
ResponEliminaAquellos fueron pijos de MG y Triunf, de BMW y Mercedes, y hoy son carcamales aposentados junto a las gráficas del IBEX. (joder, me ha salido un panfleto tipo CUP...)
Un abrazo y déjame que sonría, que esto se ha puesto serio y mal, ahora si lo veo mal.
Salut
Miquel, no se si a los de la Gauche Divine se les puede considerar revolucionarios, porque la verdad, lo suyo no pasó de un cierto liberalismo en artes plásticas, y en el campo sexuál.
ResponEliminaPorque eso de hacer la revolución a golpe de "Gin-Tonic" y con música de fondo de los Stones... no queda muy bolchevique que digamos.
Salut.