Llegué a la existencia hace poco más de 50 años. Un azar (algo, alguien) imposible de comprender me llevó a existir. Y nací. Nací en un lugar que, tal como supe años más tarde, lo llaman "cataluña". El azar me hizo y existí, todavia existo (o eso creo). No satisfecho con hacerme, el azar me hizo catalán. Eso también lo supe más tarde.
Más tarde, también, supe que algunos de mis coetáneos le daban mucha importancia a eso, a haber nacido en un lugar y no en otro. Algunos no solo le daban mucha importancia a haber nacido catalanes, si no que pensaban que eso era crucial o, cuando no, lo único importante. Jamás pude comprender ni el azar que me hizo existir ni a esa gente que se fijaban tanto en el lugar en donde se produjo su existencia. Aprendí a convivir con ellos con cierta elegancia, cuando podía, o con estoicismo la mayor parte de las veces. No le dediqué mucho tiempo a eso, por dos razones: la primera es que ser, y comprender qué significa el término "realidad", ya me ocupaba demasiado. Y la segunda es que pronto me di cuenta de que, con esas personas, tenía muy poco en común. A veces casi nada. Son personas que suelen tener casita en las afueras, y jardín, y bellas preocupaciones, y amigos influyentes, y mucho tiempo libre bien empleado, y preferencia por los sitios caros, y carné de una ONG bonita, y antes de izquierdas, piano en el salón siempre.
Durante los años finales de mi infancia me puse a leer todo cuanto caía en mis manos. Muchos libros me eligieron como lector y yo les leí. Tanto es así que, mucho mejor que el paisaje de Cataluña, conocía los paisajes de la Nueva Inglaterra que describe Lovecraft, o los del Boston de Poe, o incluso los océanos helados donde vive Moby Dick. Cataluña se me hizo real empezando por los textos de Juan Marsé. Así que, cuando pisé por primera vez lugares como Olot o Vic, solo pensé que eran lugares lejanos, ajenos: jamás se me ocurrió pensar en patrias. Mi patria estaba por ahí, en la lejana Providence de Charles Dexter Ward. Jamás colgué una bandera nacional en mi balcón. Cuánto más crecía (más envejecía mi cuerpo) más raro me resultaba comprender a esa gente de las patrias, algunos de los cuales manifestaban, sin pudor alguno, sentirse orgullosos de haber nacido en un rinconcito en vez de en otro de ese grano de arena que da vueltas a una bola de lava, ese tiovivo en el que estamos montados durante unas setenta vueltas, más o menos, a ojo de buen cubero.
A veces, ya muy entrada la noche, me despierto y descubro que estoy flotando a un metro y pico por encima de la cama, casi más cerca del techo que del colchón. La primera vez pensé que era cosa del vecino de abajo, ese rumano un poco raro que llegó hace poco, y que debe hacer experimentos de electromagnetismo. Un día, en el ascensor, me dijo algo sobre Tesla.
Pero poco después ¡por fin! comprendí: lo que sucede es que me estoy despegando de Cataluña.
Y he ido comprendiendo que se puede vivir aquí pero como si la cosa de Cataluña no fuese conmigo, o mejor dicho aún: como si a esa cosa yo no le fuese consigo. Al fin y al cabo, uno puede ocuparse de un montón de cosas que si van con uno: esos niños de la escuela del suburbio, las cosas que escribo, las que leo. La memoria de mis muertos, que ya son muchos, y las tribulaciones diarias, y las injusticias infinitas derivadas de que unos pocos tengan mucho y unos muchos, nada. Algunos incluso tienen una patria ¡con una bandera! mientras otros solo tienen hambre, o pena, o sombras.
A veces tengo la sensación de ser un ratoncito en un laberinto de plexiglás, un ratoncito que todavía no sabe que la salida es perpendicular a los caminos del laberinto, un ratoncito que olvidó la tercera dimensión. No me voy a dejar engañar por esa gente de las patrias y los laberintos de plexiglás.
Creo que sé como se puede sobrevivir en Cataluña y a pesar de Cataluña: la supervivencia está en la lectura de la gran literatura y en recordar las cosas que importan de veras, y afanarse en ellas, y si se quiere luchar por algo hacerlo por lo que vale la pena, como hace don Quijote mientras cabalga por los paisajes de La Mancha, mucho más reales que el Paseo de Gracia lleno de banderitas.
LA BALADA DE LAS PERSONAS QUE NACEN EN ALGUNA PARTE - Georges Brassens
ResponEliminaEs cierto que son bonitos todos esos pequeños pueblos,
todas esas villas, esas regiones, esos países, esas ciudades.
Con sus castillos, sus iglesias, sus playas...
Sólo tienen un punto flaco: Estar habitados.
Estar habitados por gentes que miran con desprecio a los demás,
desde lo alto de sus murallas.
La raza de los patriotas, de portadores de banderas.
Los imbéciles orgullosos de haber nacido en alguna parte.
Malditos sean estos hijos de su madre patria,
empalados de una vez por todas en su propia estrechez,
que os enseñan sus torres, sus museos, su ayuntamiento,
os enseñan su país natal hasta dejaros bizcos.
Que salgan de París, o de Roma, o de Sète,
o del quinto pino, o hasta de Zanzíbar,
o incluso de mi culo, ellos se jactan... ¡caramba!
Los imbéciles orgullosos de haber nacido en alguna parte.
La arena en la que cómodamente sus avestruces
hunden la cabeza, es siempre la más fina.
En cuanto al aire que emplean para llenar sus pulmones,
o sus pompas de jabón, es un soplo divino.
Y poco a poco se van convenciendo
de que hasta el estiércol que producen sus caballos,
aunque sean de madera, causa envidia a todo el mundo.
Los imbéciles orgullosos de haber nacido en alguna parte.
No es un lugar común el de su nacimiento,
compadecen de todo corazón a los pobres desgraciados,
los desafortunados que no tuvieron la suerte,
la presencia de espíritu de nacer donde ellos.
Cuando suena la alarma sobre su felicidad precaria,
contra los otros, extranjeros (todos más o menos bárbaros),
salen de su agujero para morir en la guerra.
Los imbéciles orgullosos de haber nacido en alguna parte.
¡Dios mío qué feliz sería la tierra
si en ella no habitase esta raza incongruente,
esta raza inoportuna y que abunda por todas partes!
La raza de la gente de su tierra y su tradición.
¡Qué hermosa sería la vida, Señor
si no hubieses creado de la nada a estos bobos!
Es la prueba, quizás definitiva, de tu inexistencia:
Los imbéciles orgullosos de haber nacido en alguna parte.
https://youtu.be/WscVYSu-O2w
Genial como siempre, Brassens. Gracias por ponerlo aquí, Loam. Un abrazo hermoso y sincero. Es muy terapéutico eso, constatar que no estamos solos en el universo.
EliminaUn placer, Lluis. No hay nada como un abrazo para derribar fronteras y abrir caminos.
EliminaTambién me sienta bien eso de ser apátrida, y no tener necesidad alguna de sentirme de aquí o de allá.
ResponEliminaSalut
PD: Gracias a LOAM por Brassens.
Malos tiempos para los apátridas, como puedes ver. Pero persistiremos.
EliminaNo hi ha de què, amic Tot Barcelona. Salut!
EliminaIntentarem no defallir devant de tanta ceguesa. A mí m'agrada poder ser de tot arreu. Brassens genial. Gracias Loam i Lluís. Salut
ResponEliminaGràcies a tu, Olga. Una abraçada i Salut!
EliminaA mi una cosa que me sorprendió de leer, es como uno de Burgos como yo, ciudad costera de siempre, se puede sentir marinero leyendo Moby Dick...
ResponEliminaCuidate
No es un lugar común el de su nacimiento,
ResponEliminacompadecen de todo corazón a los pobres desgraciados,
los desafortunados que no tuvieron la suerte,
la presencia de espíritu de nacer donde ellos.
Cuando suena la alarma sobre su felicidad precaria, Acquista la patente di guida italiana 2023
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