Hasta ayer, justo hasta ayer, había vivido en un mundo de certezas apacibles. La dehesa, las hembras, las crías. La comida es abundante y el cobijo, digno. Los días se suceden plácidamente. Primavera, verano, otoño. Invierno y vuelta a empezar. De vez en cuando una tormenta imprevista, o una helada demasiado intensa. Pero eso es todo. Es fuerte, está bien pertrechado para afrontar las inclemencias del clima y, al fin y al cabo, en esas latitudes el clima es benigno.
Sabe que una vez al año aparece el señor y se lleva a unos cuantos adultos, siempre machos. Lo sabe pero no le preocupa, porqué a él no le han llevado nunca y eso le permite suponer que es algo que les sucede a los demás, jamás a él. La experiencia le ha enseñado que las cosas malas solo les pasan a los demás. Los que se llevaron quizás habían hecho algo malo, quién sabe, quizás habían cometido alguna falta, un desliz, quizás eran desobedientes con las normas, o díscolos.
No tiene sentido preocuparse por eso. A él no se lo han llevado jamás y además obedecer es fácil. Y luego hay otra cosa: el que se llevó a los machos es el mismo señor que provee de comida, de bebida y de techo. El señor se preocupa por su salud, vela para que no caigan enfermos, celebra con alegría el nacimiento de cada nuevo retoño, lamenta la muerte de los viejos y les llora. Y les llora con un sentimiento real, nada fingido. ¿Cómo podrías dudar de la bondad del señor?
Sin embargo, hoy, todo se ha roto. Las certezas se han evaporado con las primeras luces del alba. Se lo llevaron en un camión junto a otros de su quinta. Les dejaron en un patio estrecho. Los muros son altísimos. Algunos se han puesto nerviosos y le han contagiado la duda. Algo va mal. En una de las paredes hay un ventanuco por el que todo el día asoman rostros que miran. Hay algo inquietante en esas mirada. No hay duda: algo feo flota en el aire, pero ¿qué?. Un atisbo de muerte, se va dando cuenta de que debe ser eso. Eso es la antesala de la muerte, una antesala de hormigón y acero. Eso es lo que cuentan esos ojos que miran tras el cristal. Esos ojos contemplan al que va a morir, miran la muerte inminente del otro, como si le preguntasen algo grave. Quien te mira así debe estar interrogándose sobre su muerte, intenta descifrar algo oscuro, es una mirada de ida y vuelta. Cuando uno mira al que va a morir lo hace con una mirada única que solo sirve para mirar al reo condenado a muerte. ¿Cuándo me tocará a mi? ¿Como será?
Ahora ya es tarde para rebelarse contra el señor. El mundo se derrumba, solo queda la incerteza de saber cuando, como. Hoy o mañana, a espada o de un tiro en cabeza. El día en que vinieron a por él ya era tarde. Mañana liturgia y luego nada.
Por lo que parece, la lotería y la muerte siempre les tocan a los demás.
ResponEliminaSalut
Miquel
Qué bueno. Te felicito.
ResponEliminaTan tremendo como cierto. Y es "también" aplicable a los toros...
ResponEliminaSalut!
Fantàstic!
ResponEliminaFANTASTIC¡¡¡,MOLT BEN DIT LOAM,"SE NOTA SE SIENTE..."
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