1 d’ag. 2012

Páginas últimas


Las imágenes han sido tomadas en Cubillos (Soria), Esco (Alto Aragón) y San Antolín de Bedón (Asturies), en verano de 2012.



Escribir a partir de imágenes claras, de ideas sencillas. Escribir para un lector inteligente. Escribir como en un sueño reluciente con olores y colores.

La historia que se narra transcurre en el décimo año de los veinte que Domingo Zárate dedicó a recorrer Chile predicando la palabra de Dios. La importancia de este momento en su vida -nos lo encontramos en el desierto de Atacama- deberá pensarla el lector: puede ser intrascendente, decisivo, anecdótico, marginal, crucial. Todos esos adjetivos son posibles, que cada lector escoja el suyo. Y escribir con esa prosa rica, ágil, que evoluciona y cambia. Escribir cambiando de tono, volviendo atrás, señalando hechos futuros, fluyendo. Con un humor capaz de explicar la tragedia, o narrar dramáticamente un hecho cómico.

Quién pudiera escribir. Escribir así. Hacia el final de la novela el texto se vuelve reflexivo, cambia de tono y abandona las ironías y la distancia, se vuelve hacia sí mismo y hacia el lector. En teatro, a eso se le llamaría hacer un aparte, cuando el actor se sale del personaje y se dirige al público para confesar algo, revelar un secreto, anticipar. Luego, el actor vuelve a meterse en el personaje y hace como que aquí no ha pasado nada.

Es algo así en esas últimas páginas, cuando ya está todo dicho. O casi todo. Es como si de repente dijese: eso es literatura pero también es la vida. Y la vida va en serio.

Ya no llegaban enfermos de todas layas pidiéndole a gritos el milagro de recuperar la salud de su cuerpo -ni siquiera niños le traían para que les quitara el mal de ojo o los asustara con el cuco para que se comieran la sopa-. Ahora apenas llegaba por ahí algún sigiloso sifilítico sin remedio, o un trasnochado ojeroso cuyo mal se podía curar con una simple agüita perra o un ajiaco bien caliente; ya casi no conseguía apóstoles ni quedaban ancianas creyentes que lo invitaran a tomar el té, y eran contados con los dedos los devotos que se arrodillaban ante su presencia y le besaban la mano. La gente ya no creía en él. Ya no le llamaban desde los sindicatos, sociedades de socorros mútuos  compañías de bomberos para dictar sus conferencias; ya no le entrevistaban en las radios con la frecuencia de antes, ni aparecía su figura barbada en las fotos de los diarios. La estrafalaria estampa de un vagabundo llamado Carlitos Chaplin conquistaba más adeptos que su figura evangélica; la enrevesada perorata de un patán apodado Cantinflas, con menos gracia que un pan sin sal, atraía más oyentes que sus prédicas inspiradas en las mismísimas Sagradas Escrituras, cualquier simple cantor de boleros era más popular que él entre los pobres de espíritu. Lo humano triunfaba sobre lo divino. [...] Estábamos deslumbrados por los nuevos inventos, ellos ocupaban el puesto de lo divino, suyos eran los milagros que nos suspendían de asombro y ante los cuales nos posternábamos con unción. Como él mismo lo había profetizado muchas veces, los inventos modernos se estaban convirtiendo en el Anticristo anunciado en la Santa Biblia, de tal modo que, embelesados de embobamiento, preferíamos sentarnos a oír esos tontos avisos comerciales en las radioemisoras o bailar al compás lascivo de un disco de acetato, repetido una y mil veces, antes de escuchar sus vivificantes prédicas [... ]. La radio, el disco, el cinematógrafo eran ahora nuestros becerros de oro, y los locutores y los cantantes y los actores eran nuestras deidades, nuestros tótems, nuestros pequeños dioses a los que adorábamos y rendíamos pleitesía y caíamos desmayados ante su presencia como ante la fúlgida aparición de la Virgen Purísima. Tanta era nuestra tontera que hasta tratábamos de imitar su modo de vestir, de hablar, de levantar el dedo meñique; y en esos menesteres nos volvimos fatuos, la "vanidad de vanidades" del Eclesiastés comenzó a permearnos completamente. Cada uno actuaba como "ese gallo que creía que el sol salía en las mañanas sólo para oírlo cantar a él", tal cual solía decirnos en sus prédicas y sermones, con palabras que en su momento nos parecieron pedestres, olvidando que en su primera venida había llegado hablando en parábolas, en sencillas historias que contaban de hijos pródigos, de obreros de viñas, de podres viudas sufrientes, narraciones que hasta los mismos niños entendían. Y tal vez por eso lo miramos en menos y lo menospreciamos como a un pordiosero -quizás hasta el mismo Dios lo abandonó a su arbitrio, y se quedó en la Tierra como un astronauta olvidado en un planeta hostil-, tanto así que al final, ya convertido en un Cristo malandante, al que nadie seguía ni oía, tuvo que colgar su túnica, tirar sus sandalias peregrinas y asentarse a vivir como un gentil cualquiera.

Hernán Rivera Letelier, El arte de la resurrección, Alfaguara, Madrid, 2010. Capítulo penúltimo.

8 comentaris:

  1. Té molta raó, avui en dia la gent admira més a Messi o CR7 que a Jesucrist.
    Les fotos molt bones

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    1. Diu molt de nosaltres i de la nostra època la mena de referents i d'ídols en qui ens mirem. Cadascú pot ser seguidor del què millor l'ajudi, però no tot ens porta a cap bon port.

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  2. Els evangelis continuen més enllà de la Bíblia. Se n'escriuen cada dia; sovint sense paraules. I tots tenen el mateix aire de derrota. Potser l'error està en què hi ha algun regne a conquerir.

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    1. El llibre que comento vindria a ser un Evangeli posterior, escrit al desert d'Atacama, i fa un joc estrany entre la paròdia i el mirall amb els evangelis cristians. Si mai el llegeixes crec que li trobaràs infinitat de detalls i de laberints.

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  3. Las iglesias continúan infundiendo respeto, a pesar de ser solo unas ruinas. Al lado de Oña hay un pueblo abandonado, he ido muchas veces y la Iglesia cuando oscurece impone mucho... ¿ serán lugares mágicos tomados al asalto por los de las sotanas?

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    1. Me encanta (no es obsesión pero casi) entrar en esos edificios en ruinas y pueblos abandonados. Sientes cantidad de emociones de todo tipo, más allá de la tristeza y la melancolía que desprenden.
      Es posible que muchas iglesias se hayan levantado en lugares mágicos, y que efectivamente los de la sotana los hayan embrutecido con sus idolillos. Pero siguen conservando algo. La iglesia del Cañón del Río Lobos (por decir una compartida) sirve de ejemplo: la plantaron allí para apropiarse de la magia del lugar.

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  4. Hay alguna imagen de una belleza turbadora, impactante. Eres un romántico, eso no es nuevo: tu afición a todo detalle decadente, a toda ruina, habla noblemente de ti (los Alma Tadema son cargantes como un dolor de muelas... un poco bien, pero cuando se pasan...).

    La novela, que no la conozco, refleja pues casi lo mismo que tú: ese mundo vacío, o mejor, habitado por hombres huecos, que siguen solamente el dictado de la estupidez. Ese "nos volvimos fatuos" describe toda una época.

    Gracias por el fragmento y por la referencia: no sé la novela entera, pero el fragmento resume una época de una forma tan contundente, y tan sencilla, por tanto, como hacía mucho que no leía.

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    1. Los Alma Tadema... bueno, yo con uno tengo bastante!
      Esta novela es un caso flagrante de cuando la novela encuentra al lector y no al revés, y ha sido un auténtico flechazo. Ahora estoy con la lectura de "El escritor de epitafios" que también me está encantando, pero es muy distinta. Y en cualquier caso, ese turbador "nos volvimos fatuos" debe ser de las cosas que me ha tocado la fibra.

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