a Juan Marsé
Alguien va a contar mi vida
El Cristo del Monte Carmelo se sentó en el portal de un caserón con pretensiones modernistas. Las florituras y líneas curvas del edificio eran mareantes, de ensoñamiento turbio, y quizás el adjetivo modernista le venía grande a un chalecito del Monte Carmelo, pero a fin de cuentas la mayor parte de las obras modernistas no son más que eso, sólo que engrandecido por funcionarios aduladores a sueldo de guías turísticos. Miró sin interés alguno la ciudad que aparecía bajo sus pies. La silueta ridícula de la torre Agbar con esas lucecitas marianas, como el mantito de una virgen de Lurdes fabricada en Corea para ser vendida en los bazares españoles a un euro (con pilas, dos). Las hipodérmicas agujas de la Sagrada Familia, el colmillo de tiburón del hotel Vela, la bruma de marrón mierda que cubre el horizonte, impasible.
Apoyó la espalda contra la madera vieja, donde la podredumbre había añadido más modernismo catalán a los relieves de un artesano casi seguro que muerto, merecidamente, muchos años atrás. La casa estaba abandonada, de eso sí estaba seguro. Olía a gato carcomido y a agua cenagal, a cucaracha católica, a chusco de pan enmohecido. Bueno, es el olor de Barcelona, se dijo, quizás sólo es que se me ha abierto la segunda nariz igual como a algunos se les abre el tercer ojo.
Pero pasaba algo más malo que eso, algo iba mal de veras.
Sentía un dolor pétreo en el bazo, la vista no se le aclaraba y tenía la cabeza comprimida por algo impreciso pero asfixiante, como un bochorno de agua turbia con bolsas de plástico flotando en torbellino espiral. A lo mejor se había pasado con el trago, y las cuatro botellas de vino rojo se mostraban descaradamente infranqueables para una sola tarde de verano. Cuatro botellas rojas, murmuró para adentro, como la banderita oval que lucía el señor archiobispo en la solapa cuando le regañaba, tiempo atrás. Me la impuso el President -dijo entonces el monseñor, para responder a la mirada circunspecta del Cristo del Monte Carmelo.
Se levantó cuando sintió que algo andaba realmente del revés y que aquéllo llevaba muy mala pinta. En ese paisaje desconocido del dolor visceral aullaba un bebé terrorífico. La respiración inició un jadeo de perro asmático que no fue capaz de detener con la voluntad. Pronto llegó a la conclusión de que la vida quería abandonarle, y en un intento desesperado quiso abandonarla él primero, por orgullo y por despecho. Pero cuando se acercaba al borde del terraplén que tenía a veinte pasos -para saltar cuánto antes al párking de quince metros más abajo en línea vertical, encima de un cochambroso Seat Supermirafiori agitanado-, las piernas se le doblaron y quedó tendido en la calle. Lo último que escuchó con nitidez fué el frenazo del Bús del Barrio, el 119.
Quizás no sea completamente la muerte, acertó a pensar todavía, tendido bajo los faros. Recordó fugazmente su antiguo diagnóstico de catalepsia, aunque no podía precisar si eso de la catalepsia era otro más de sus inventos y fantasías para ganar audiencia o si era exacto, real, dictado por algún matasanos de verdad. Por suerte, se dijo, había explicado a sus discípulos que si un mal día lo encontraban con apariencia de muerto no dieran crédito a sus ojos y le pincharan con algo. Quizás no esté completamente muerto, les había explicado en una prédica, quizás sólo lo parezca: ya sabéis que tanto el Señor de los Cielos como el Señor de las Moscas disfrutan de lo lindo jugando a las apariencias, los espejos y los enigmas. Si me veis como muerto (y levantó el tono de voz y la ceja derecha al pronunciar la palabra como), comprobadlo por medios infalibles. No os olvidéis del método científico en ese lance, puesto que si ese método existe es porqué Nuestro Señor Jesucristo quiere que exista, como las flores o los dolores del parto.
Sin embargo, el Cristo del Monte Carmelo murió de verdad y definitivamente esa noche, la noche del veintisiete de septiembre de dos mil ocho. Una discípula le cortó con un cutter de la papelería Las Delicias en las venas de la muñeca izquierda y comprobó que la sangre se caía, pero no manaba a borbotones. Era el indudable goteo del líquido estanco, como el de los pollos sacrificados a la navidad.
Murió a escasos cien metros del sitio en donde veinte años atrás se le apareció la Virgen. Donde la Madre de Dios le había cegado con luz azulada para ordenarle formar una congregación de penitentes, levantar un templo y dedicarle su vida en cuerpo y alma. Cosa que el Cristo del Monte Carmelo hizo sin remilgos ni reparos durante años hasta que un buen día se hartó de la Virgen sin avisar, se lanzó a la embriaguez y se cambió de sexo para encarnarse en Karole Romanoff, linda y virgen, descendiente del zar de todas las rusias.
Algo inclina al observador a pensar en que, sin embargo, Miguel Ángel Poblete (que era su nombre de bautizo) nunca debió de aborrecer por completo a la virgen que se le apareció en 1980. Porqué cuando se presentó de nuevo en sociedad bajo apariencia femenina y rusa, dijo que no era obra de bisturíes ni de hormonas, sino el simple deseo divino, el aliento de la madre del Dios, la solemne y caprichosa voluntad de Nuestro Señor.
Alguien va a contar mi vida, había dicho muchos años atrás, en una noche de euforia con vino y mujeres, cola de esnifar, estrellas fugaces y guitarras. Y acto seguido, un jilipollas medio oculto por las sombras de la taberna y soñoliento, disipado en brumas -aunque yo le vi muy bien-, se burló de él con grosería, con arrogancia y con imbecilidad. Y el Cristo del Monte Carmelo le lanzó una maldición. Vete tu a saber si con la borrachera no fuese que lanzó el mal de ojo con puntería muy torpe, porqué el imbécil sigue vivo y jodiendo, y arreándole a su mujer cuando llega morao a la casa. Pero el Cristo y Karole están muertos. Y yo estoy contando su vida.
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La literatura está ahí. Sólo tienes que agacharte a recogerla.
Una romeria pel monte Carmelo ja seria massa...i amb un sant Crist molt gran
ResponEliminaHauríem de convèncer Fellini o Berlanga perquè filmin alguna cosa interessant sobre Barcelona... Ui! Ara que me'n recordo, estan morts!
Eliminai Garci? li va la cosa religiosa.
ResponEliminaMolt bona la història, dona per a més i tot, gairebé per una novel·la
Això de la novel·la no estaria gens malament, la idea del profeta barceloní se'm va acudir als trenta anyets i ara l'he repescada... Sobre el Garci em reservo l'opnió, el trobo molt sòmines i avorrit.
EliminaLLuis, te aplaudo como acostumbro a hacer, sobre todo cuando te pones literario neto. Sí, este texto podría perfectamente haberlo firmado papá Marsé, sin dudarlo.
ResponEliminaCuando yo digo que me gusta Barcelona me refiero naturalmente a esto, a la Barcelona mixtura (y fritura supongo que también), a la Barcelona de la "barrecha", donde todas las piezas se mueven sin topar casi nunca unas con otras. Marsé, además de sus indiscutibles logros literarios, me gusta porque ha sabido captar muy bien esta Barcelona, que él sitúa mayoritariamente en los años de la posguerra, pero no únicamente. No he leído su Lolita's Club pero sí ese divertido alegato que es El amante bilingüe: además tiene una cosa que tienen los grandes narradores... Tú sabes que él ha tomado partido, te gustará más o te gustará menos el partido que ha tomado, percibes que su toma de posición se manifiesta en sus textos, pero nunca los contamina, porque sabe que la literatura va más allá. Que la literatura, la buena, es autónoma, y que una cosa son las buenas (o malas) intenciones, y otra la literatura.
Te decía que la Barcelona es esta: la de la mezcla, la de la muntanya pelada, del Carmelo, del barrio chino... y también la otra, la del Eixample o la del Ensanche (como se pronunciaba en catalán, Ansanche), incluso la de la parte alta. Por todas ellas se paseaba el Pijoaparte, y también por todas ellas se acostumbró a pasear Teresa. Me gustan todas, pero todas cuando van juntas, no una tapando la otra, como se ha hecho muchas veces y como se hace con el turismo.
¿Fellini y Berlanga muertos? Au va, no diguis bestieses...
Naturalmente Berlanga y Fellini están vivos. No sólo vivos, sinó más vivos que nunca.
EliminaSobre Marsé comparto tu punto de vista y le valoro ese difícil valor que es tomar una posición y no dejar que su prosa se contamine, y sin embargo que esté ahí. Eso es muy difícil.
Aquí he imitado algo de su estilo dentro de mis limitaciones, porqué es bueno aprender copiando. Igual comos e aprende cppiando dibujos de grandes dibujantes, tenemos que copiar también a los que saben escribir.
Potser Almodovar filmaria bé aquesta romeria. Molt bo aquest post d´en Marsé que ens recorda aquella Barcelona canalla que no era al Raval. La meva relació amb el Carmel va esser quan a la guerra civil el meu tiet va estar a les bateries d´allà. Salut. Borgo.
ResponEliminaLes bateries del Carmel van ser ocupades posteriorment, i convertides en barraques. És simptom`tic que l'ajuntament hagi volgut esborrar precisament el capítol de la història referit a les barraques.
EliminaLa virgen nunca se aparece a Fisicos, Matematicos, Biologos o gente con cierta cultura, ella los prefiere ignorantes...
ResponEliminaBueno, ya sabes que la virgen prefiere a sus hermanitos humildes de corazón, por una debilidad congénita de la divinidad.
EliminaHe quedat fascinat amb la historia de Miguel Ángel Poblete! No la coneixia i m'ha recordat una mica la del nostre Papa Clemente del Palmar de Troya. Temps de franquisme i pinochetisme i temes per desviar l'atenció...
ResponEliminaÉs fascinant, i té molts punt de contacte amb el Palmar de Troya. Caldria un equip de sociòlegs i de psicòlegs per a comprendre-ho... o una bona novel·la.
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