Hay que ir a Madrid. Y hay que estar en Madrid evitando la tentación de compararla con Barcelona, aunque a veces resulta divertido. ¿Banderas? Las justas. Solo las banderas oficiales en los sitios oficiales. Aunque alguna hay, claro, en algún balcón: nadie puede escapar por completo a la reacción.
En los barrios uno descubre que, sin estar preocupada por su identidad, Madrid tiene una identidad poderosa y nítida que la emparenta con París, con Lisboa, con Roma. No se destruyeron los escaparates para sustituirlos por la fiebre del diseño, y los interiores de las tiendas conservan incluso el olor suave y a madera, el olor del tiempo y del cuidado. Algo terrible, emparentado con el deseo de modernidad, arrasó las tiendas de mi ciudad. Había un deseo de modernidad estúpida, debida al complejo de inferioridad, al horror ante la evidencia: somos provincianos.
Y luego están los parques, que no me pierdo nunca en ningún lugar. En los parques está la ciudad. Y Madrid cuida de sus parques, y miles de personas se sientan en el césped y bajo la sombrita de los castaños en flor. Hay gente mayor, familias, grupos de jóvenes de ese estilo que jamás fallece: el grupo con guitarra, y hay turistas, niños y niñas, hippies talluditos, hombres con sus ordenadores portátiles, con su periódico, parejas de mujeres que hablan durante horas, parejas de todas las condiciones afectivas y, de vez en cuando, el coche de protección civil.
En mi ciudad prohibieron pisar el césped, aunque nadie lo cuida mucho. Vi pocos perros y todos atados. Y pocos patinetes. Había larguísimas colas para entrar en los museos, larguísimas, y la mayoría de esas personas no eran turistas de otros países. Ante la sala del Guernica, en el reina Sofía, se agolpan un montón de personas y el silencio es absoluto. Hay más risas y más charlas frente al Jardín de las Delicias, en el Prado. En ese mismo museo, observo los rostros de los reyes Felipes retratados por Velázquez, un pintor que también fue genial al retratarlos tal como fueron, aunque le agradezco a Goya el desparpajo que tuvo al presentarles tal como los veía: una panda de lerdos engreídos en una España atrasada y miserable.
En la sala dedicada a la obra de Richard Serra, en el Reina Sofía, no hay nadie. ¿A nadie le interesa Serra? Llevo en la mochila el libro de Juan Tallón (Obra maestra, Anagrama, 2022) que cuenta los azarosos sucesos que vivió esta obra de 38 toneladas de acero, por lo cual esperaba más afluencia de curiosos como yo. Quizás acabo de cometer provincianismo.
En Madrid no es fácil encontrar una mesa libre al mediodía y no digamos ya por la noche. Hay precios para todos. Gran Vía arriba, uno se da cuenta de que el teatro tiene una presencia asombrosa, aunque por las callejuelas y las placitas del centro abundan los teatros pequeños, que proponen Mihura y Jardiel Poncela pero también Ibsen. La Filmoteca no es un edificio emblemático pero es muy acogedora: no tiene que demostrar nada, ni debe simular que a la cultura se le destina mucho presupuesto. El Jardín Botánico es un lugar tranquilo, muy bien cuidado. Me paseo ante los bonsáis que les donó Felipe González, recién regados y en perfecto estado. Hay un montón de cuidadores de las plantas trabajando en silencio y en paz.
Por supuesto que todo tiene un lado oscuro, y esa sombra no la ve el turista de cuatro días. Pero en varias ocasiones pienso que a muchos de esos catalanes que se sienten superiores, mejores, más europeos o más cultos que el resto de España les vendrían muy bien un par de días en Madrid.
Escuché hace mucho, eso si, un comentario de Teresa Comas, la mujer de Josep Lluis Carod Rovira, en la cadena SER, que ella jamás pisaría Madrid. Eso fue para el 2003 ó 2004, supongo que estará arrepentida y que habrá ido a visitar la ciudad en alguna ocasión.
ResponEliminaPor lo demás, decir que en la última ocasión que estuvimos fuimos a ver una obra de teatro, de Arniches, y que no hay comparación entre lo que se propone allí y el teatro que se hace aquí.
Ahh, no te dejes el Museo Sorolla.
Salut
Al igual
No te equivoques, en Madrid hay muchísimos catalanes. El mundo de la televisión, teatro, cine... Y no es nada raro si vas por el centro (Gran Vía, Preciados y toda esa zona) eschchar hablar el catalán. Que eso de que los madrileños se enfadan cuanto oyen hablar catalán es otra leyenda urbana.
ResponEliminaY sí, haz caso a Tot Barcelona y no te pierdas el museo Sorolla. Está un poco escondido pero vale la pena la visita.
Se me van las ideas. Quise decir que el mundo de la TV, teatro, cine... está completamente invadido por actores, presentadores, politólogos, catalanes.
EliminaEn cuanto pisé Madrid en 1993, desaparecieron todos los prejuicios que llevaba conmigo.
ResponEliminapodi-.
Yo voy a Madrid asiduamente desde hace muchos años. Madrid se ha quitado ese aire de "poblachon manchego" que decía el escritor, se respira Vida por todos los sitios. Creo que solo en Madrid puedes escuchar un concierto que dice: "ES una mierda este Madrid" y ver que miles de madrileños lo cantan y hay una conexión en el ambiente, yo lo he vivido.
ResponEliminahttps://www.youtube.com/watch?v=-q7Rub9pVL0
Madrid ha ido a mejor, mucho mejor.
La primera vez que fui a Barcelona fue el 91, iba con cierta admiración y con cierto complejo de ser de provincias, me enamoro, me gusto la disposición de las calles tan racional, el ambiente, la Feria, la noche, salí enamorado de Barcelona. Luego he ido todos los años por lo menos una o dos veces, y ese amor se ha ido perdiendo, la veo más cateta, más imbécil, más payasa, si se me permite la expresión.
Este martes estaré en Madrid y el miércoles en Barcelona, lo mejor de Barcelona ahora mismo son los bares de los polígonos industriales y los de barrios populares donde uno se sigue sintiendo como en casa, aunque ya quedan pocos, la mayoría ha pasado a chinos, pero donde uno es bien recibido y donde la sombra de la estupidez no ha llegado.
Hay una distancia enorme, enorme, entre los que están en el Parlamento regional gracias a un sistema electoral injusto y arbitrario y la vida de la calle, en Barcelona esa distancia es mayor aún.
Lo peor es la Cataluña profunda, donde he tenido experiencias muy desagradables que por no alargarme no pongo aquí y porque pienso que no es lo que piensa la mayoría de catalanes, solo que pille al imbécil de guardia ese dia. Y ese esta en Barcelona, en Madrid, incluso en Burgos tenemos al nuestro.
Un saludo