"En tiempos de tribulación no hacer mudanza" es una frase atribuida, erróneamente, a San Ignacio de Loyola. Pero es mano de santo. Parece de lo más sensato obedecer a una muestra tan inteligente del sentido común: cuando las cosas van mal, espérate a que amaine el temporal. Sin embargo, algo hay en la naturaleza humana que empuja a ciertos individuos a la audacia y la bravuconada y, por lo tanto, al desastre.
Algo así le ha sucedido al Consejero regional de Educación en Cataluña, quien se ha puesto a perpetrar reformas vía decreto: ¡empezaremos el curso una semana antes! ¡cambiaremos las competencias de los alumnos! Y, sottovoce: no acataremos las sentencias judiciales relativas a la lengua castellana.
El señor Consejero, en su alta torre y con su cetro en la mano, anuncia a bombo y platillo grandes cambios para dentro de nada. Uno diría, asombrado, que el señor Consejero no se ha enterado mucho de como han ido esos dos últimos cursos en la educación, del daño quizás irreparable de la COVID en los aprendizajes del alumnado, del fantasma cada vez más tangible de una "generación Covid" que arrastrará sus pies por la tierra durante décadas.
Un estudio de la Fundación Jaume Bofill cuantifica el desastre en la pérdida de entre uno y dos cursos, es decir, tras el vendaval del virus, el alumnado parece estar dos cursos por detrás. Teniendo en cuanta que ya no andábamos muy bien ¿dónde nos ha dejado la pandemia, sus normativas y sus consecuencias?
La misma Fundación Bofill distingue la afectación por clases (sí, las clases existen), y descubre que entre el alumnado de clase más baja las consecuencias son peores y más dramáticas: a la pérdida y la desmotivación se suman los problemas económicos, que se han cebado en esos barrios que iban cojeando por la historia y ahora se han quedado mancos, aturdidos, entristecidos.
Si el señor Consejero se prestase a pasar unos días en el aula (le brindo gustosamente la mía, en donde le reservo un pupitre para que se siente a valorar las cosas), descubriría la realidad y caería en la cuenta de que en tiempos de tribulación no hacer mudanza. No tan solo el alumnado muestra déficit evidente de aprendizaje: está cansado, desmotivado, sin horizonte. La factura del virus nos deja en números rojos por todas partes, pero mientras a los empresarios del "ocio y la restauración" les ofrecen parches, nadie cae en el desastre en la educación.
No parece el mejor momento para plantear reformas, y mucho menos al estilo unilateral de la Generalitat de los últimos años, ensimismada y presa de urgencias históricas y programáticas de difícil comprensión o fruto de un delirio nacionalista.
Recuerden que a maestras y profesoras nadie salió a aplaudirles en los balcones, pero se les exigió la reconversión tecnológica de un día para el siguiente, y se les obligó a ejercer de autoridad sanitaria para confinar alumnas, para mandar a hacerse test de antígenos, para atender simultáneamente en el aula y vía telemática: sistema híbrido, semihíbrido, clase sincrónica, Classroom, videoclase.
Sin base legal alguna, y en el desamparo jurídico más absoluto, tuvimos que obligar a las alumnas no-vacunadas a que se confinasen, obteniendo por respuesta la amenaza del alumnado organizado y a la vez el silencio de las autoridades, el silencio ensordecedor del señor Consejero.
El paisaje tras la pandemia abre interrogantes, dudas muy serias y pone en jaque a toda la institución educativa. El señor Consejero debe saberlo, pero por toda respuesta, comparece al lado del Presidente regional para anunciar cambios en el calendario y el el currículum. En nombre de la patria, del feminismo, del empoderamiento, del sentido crítico y de la democracia.
Dicen que al virus se le vence con vacunas. La pena es que no exista un laboratorio que nos vacune contra el patriotismo y la falta de empatía
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ResponEliminaEl Conseller ha fet un McGuffin, s'ha de desviar l'atenció de l'acatament del 25% de les clases en castellà. De totes maneres el fracàs escolar ve de vell, i no és culpa dels alumnes, sino de pares i ensenyants.
ResponEliminaCreo que todo cambia y nosotros con ello.
ResponEliminaPoco puedo hablar de un problema que si se de oídas, porque tengo dos nietos de edad escolar, tres y ocho años, pero que aún no les toca de pleno.
Lo que veo poco efectivo es que cada gobierno cambie de plan escolar cada dos por tres, y que no se ponga coto a tanto desaguisado.
Mientras no se tomen en serio un verdadero plan para al menos quince años con cara y ojos, esto no funcionará, y aquí no caben patriotismos, ni banderas, sólo sentido común, que es de lo que carecen estos aprendices patrios con nómina del erario y A8 con chofer incluido.
Salut