Esa gallina, que hoy da sus últimos aleteos en un rincón del corral, esa gallina, ahí donde la ven, hubo un tiempo en el que se sintió águila imperial. Quizás águila republicana, pero yo diría que imperial. En sus mejores momentos, cuando ella se veía a sí misma como un águila yo, que pasé por unos momentos terribles, la confundí con un buitre que exigía mis vísceras y pedía el sacrificio de mi nacionalidad en el altar de su imaginario medieval.
Sin embargo, ahí la tienen: nada queda de sus aspavientos, de sus alaridos de madrugada, de aquellos días en los que incendiaba la tarde, ebria de ratafía y banderas, paseándose por la tierra queriendo ser Godzilla y creyendo que todo el mundo la miraba. Da sus últimos aleteos y, a veces, uno diría que da sus últimas bocanadas. Su graznido se pierde en la voz aflautada y aguerrida de un oscuro orate vendedor de gasolina; su plumaje, antes de oro amarillo, ahora es pardo y vulgar, como las camisas pardas.
Esa gallina, que hoy sucumbe y se arrulla en el rincón del corral, sin embargo, puede ser muy dañina todavía: no se le acerquen mucho, no se fíen de ella. A veces, en sus últimos momentos, cualquier bicho puede ser muy peligroso. Está en el corral pero no acorralada: ese corral es su feudo, no lo olviden. Lleno de estiércol, de plumas viejas y a la sombra de la antigua masía medieval, ese corral es su país. Su refugio, su feudo, su castillo.
Esa gallina, de apariencia frágil y quebradiza, nos salió muy cara. Se llevó el dinero con el fin de crear un paraíso en la tierra, fruto de sus visiones y de sus ilusiones. Engañó a medio pueblo y se quedó su dinero. Con ese dinero puso huevos por medio mundo. Huevos carísimos: los hay en Nueva York, en Berlín, en Bruselas y en un montón de ciudades del mundo. Aquellos huevos no llegaron a abrirse jamás: nadie cuenta como les va, por donde andan, en qué ocupan su tiempo. Silencio alrededor de los huevos repartidos por el mundo.
Esa gallina que se sintió águila y otros la vimos buitre, esa gallina hoy reposa con un ojo entornado y una pata tiesa. Parece hastiada, agotada. Y lo está, pero recuerden que esa gallina es capaz de infligir un gran dolor a su alrededor. No se olviden de eso: lo que hoy es una gallina antaño fue un reptil monstruoso, y en su esencia natural están, todavía, el reptil y el monstruo.
Hay un "amo" de esa gallina, eso es lo que debería preocuparnos, no en la propia gallina. Ese "amo", sigue dándole pienso y alimentando su engorde. Si pudieran la volverían a soltar, no para poner huevos, no, sino para que fuera a picar a gallineros ajenos.
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