España, a menudo acomplejada por la potencia de la francofonía y la cultura anglosajona, esos vecinos gigantescos, se puede enorgullecer de haberle dado el Premio Princesa de Asturias al escritor Emmanuel Carrère, quien no ha sido premiado con el Goncourt en su país. Esta vez, España se ha adelantado y es probable que el vecino francés se sienta ahora obligado a premiarle.
De Carrère lo he leído casi todo, y me resulta difícil decidir cual es el libro que más me ha gustado. Quizás El Reino, pero es posible que sea por haberlo leído el último, y hace poco. Emmanuel practica ese género (¿nuevo?¡no lo creo! Laurence Sterne ya lo hizo, a mediados del siglo XVIII ) que algunos llaman el género de la Transparencia, en donde el autor cuenta como escribe, los problemas que le surgen, las dudas, y como el proceso de escritura se imbrica con la vida, como el pensamiento el pensamiento de la vida es la vida. En francés escriben así el maravilloso Laurent Binet de HHhH y el Patrick Deville de Pura Vida. Y en español los mejores textos de Javier Cercas. Recuerdo a algunos mozalbetes de mi adolescencia y primera juventud, cuando discutíamos si era más importante vivir que escribir, o si era posible escribir sin haber vivido. Si aquel ayer fuese hoy, les podría responder que Carrère resolvió el problema: escribir es vivir. Alguien podría invertir la frase y quizás seguiría siendo válida, pero eso es más arriesgado.
Augusto Monterroso dijo que la primera vez que uno lee a Borges experimenta lo mismo que cuando se contrae una enfermedad. Y lo que sucede con Carrère es similar, aunque de Borges a Carrère haya un abismo de océano, de años y de estilo.
No se debe confundir la Transparencia con la autoficción, eso tan de moda aunque nos esté dando resultados tan parcos cuando no lamentables. Quizás alguien dirá que ambas tendencias tienen puntos en común y eso debe ser innegable. Pero la autoficción, quizás por estar de moda, me fatiga. Juan Marsé, que era uno de los grandes pero también cometía errores, dijo que cuando ve una película basada en hechos reales, la abandona enseguida. De obrar así, uno no podría leer a Carrère y luego, con el tiempo, se daría cabezazos contra una pared por su fanatismo estúpido. Ya que Carrère resuelve, de un plumazo (y 500 páginas) otro viejo dilema: ¿qué relación tiene la realidad con la ficción? ¿cuál de las dos opciones prefiero?.
Ay... ¡si yo fuese Carrère! me murmuro muchas veces, en el duermevela de la siesta, que es el instante más creativo del día. Y entonces suplico que la vida me dé temas, situaciones, angustias y dilemas morales para ponerme a escribir, y pienso, entonces, en todas las cosas que viví y que pudiera haber escrito, de haber sido Carrère: cuando fui cristiano y dejé de serlo, cuando me pensé de izquierdas y opté por la socialdemocracia, cuando me creí escritor y luego decidí no escribir, de cuando me sentía catalán y dejé de sentirlo. De cada una de esas circunstancias de la vida, Emmanuel hubiese escrito un libro. Pero yo no soy tu, Emmanuel. Así que nada, felicidades por el premio español, Emmanuel Carrère.
Ya está todo dicho.
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