Se llega a este pueblecino tras tomar una carretera secundaria en el cruce inesperado y peligroso en medio de una curva de otra carretera secundaria. Quizás estamos en una carretera terciaria, si se puede nombrar así a esa pista sinuosa y melancólica. Estoy en la Cataluña interior y hay algo lúgubre en el cielo gris plata, tan triste como la plata que no supo ser oro y se quedó en gris. La senda transcurre durante algunos quilómetros entre un bosque de encinas muy jóvenes que delatan el incendio de hace veinte años. Esos arbolillos los replantó la Diputación, y dentro de ochenta años volverán a ser el bosque que fueron. A día de hoy, el aliento de la tristeza y las cenizas todavía revolotea en el aire súbitamente enfriado de una tarde de domingo. El cielo se ensombrece, los pájaros se han callado. Llevo muchos quilómetros sin ver a nadie.
Y entonces, de repente, una bandera de guerra.
La carretera es muy estrecha y sin pintura. En la entrada del pueblo, una bandera agresiva (rojo, amarillo, azul, blanco) recibe al visitante accidental. No eres bien recibido, me murmura el pedazo de tela raída, decolorada y rasgada por las dentelladas del tiempo, que se agita y se marchita. El corazón del viajero se encoje dentro del coche, que es un Dacia barato, de pobre: el coche llega resoplando tras la larga cuesta.
En la explanada ante la ermita de Santa Cecilia, el anuncio del cierzo. No hay nadie y el silencio es más aterrador que pacífico. La muerte vive aquí sin percibir el oxímoron. En el cementerio leo apellidos de quienes reposan para siempre y se me encoje el alma: Puigginestós, Girbau, Ubals, Genescà. Creo haber llegado a otra dimensión, peor y más violenta. Hay algo antiguo, peligroso y agresivo en esos apellidos. Ese es un pensamiento absurdo, me digo para consolarme: están muertos y los muertos son inofensivos. O deberían serlo. Pero puede que los muertos muy nacionalistas sean peligrosos incluso después de muertos: si el nacionalismo es la muerte, un muerto muy nacionalista vive para matarnos. Luego me digo: la muerte es la muerte, sin excepciones patrióticas. Y entonces por fin me calmo.
En la salida del pueblo, sin embargo, me espera otro susto. Con un escalofrío me detengo ante una verja. Tras ella hay un viejo columpio infantil en el que está sentada una mujer mutilada. Quizás debería calmarme comprobar que se trata de una muñeca de plástico, de dimensiones realistas. Mutilar a una muñeca no debe de ser un crimen. Faltaría más. Pero es un una advertencia rústica, difusa y enfermiza. Y concreta. Aquí vive alguien o algo que no quiero conocer. Me quiero ir cuanto antes. Rezo para que el motor del Dacia arranque sin demora, que no se le ocurra ahora al coche rumano una de esas averías de coche de pobre.
Algunos minutos más tarde entro en otro pueblo. Hay personas andando por las calles y una cafetería con una terracita fabulosa. Suena una canción de Joaquín Sabina en los altavoces y luego otra de Los Héroes del Silencio. Aunque hay banderas de guerra en las rotondas, un aire de dulce decadencia rellena las calles entre las viejas mansiones de los señoritos que se hicieron chalés para los veranos de hace cien años y hoy sus nietos permiten, sin rechistar, que rompan los cristales de sus viejos invernaderos como quien permite que se le rompa la memoria mientras cuelga un selfie en el Instagram, ausente y como perdido, con un whisky barato apretado entre las manos para intentar retener un tiempo que se fue.
Jo també les veig com a banderes de guerra. Les banderes, fora de les institucions, sempre són per mostrar posicions enfrontades.
ResponEliminapodi-.
Con CARLOS PORTILLO...opino igual...sense diferencies.
ResponEliminaPienso que España es un país muy desdichado porque aquí todas las banderas son de guerra, no hay una sola bandera que sea de confraternización y unidad. La estelada evidentemente es agresiva, yo la siento como una puñalada a todos los que no son independentistas, puñalada y una amenaza. La española es sentida como agresiva, rancia y no integradora. Para muchos es una bandera amenazadora. Yo que me siento fundamentalmente como español no logro sentirme cómodo con ella, pero tampoco siento como la solución la republicana con el pasado de intolerancia y violencia que encarnó. Otros países tienen enseñas nacionales que los unen. Ver una bandera de barras y estrellas en Estados Unidos no es amenazador, ni la canadiense, ni la chilena ni la francesa y ya no digamos la Union Jack. Todas son banderas de unión, igual que los himnos. Yo no puedo oír Els segadors sin ver mi cuello segado por una hoz ni puedo escuchar el himno español sin malestar. Lo único verdaderamente integrador en este desdichado país son los bares, verdadera patria espiritual de los españoles.
ResponEliminaAnda Joselu !! dila mas gorda porfa....Aquí, en España y en el mundo entero tenemos la bandera del Arco Iris, agrupa a razas, y orientaciones, solo hay que ver, leer y apender. Te dejo una entrada sobre esta bandera : https://jordibarceloneta.blogspot.com/2019/07/la-mayor-bandera-gay-del-mundo.html
EliminaYa se que igual me dices que como no te implica en modo alguno pasas de ella, pero tampoco eres falangista y bien que sabrias explicar lo que representa.
En fin no hay mas ciego que el que no quiere ver...
Menos mal que ya llega el mes de Junio, el de la visibilidad...que no quereis ver.
Acabar con el victimismo es importante. Además de una buena estrategia de cara a los que van de sufridos mártires por la causa. Solo que, para evitar agravios comparativos, habría que echar a la calle a los que están presos por ejercer su libertad de expresión, como el rapero u otros.
ResponEliminaEl momento tampoco lo veo como el más idóneo, con esa derecha extrema y esa extrema derecha ganando votos.
ResponEliminaEn todo caso, se han hecho cosas peores en este tema durante los mandatos de Felipito y de Aznarín: Tejero, trato favorable respecto a los presos comunes a los del movimiento vasco de liberación, etc.
ResponEliminaUn saludo.