7 de març 2021

Un cisne negro recorre España

Cuando era pequeño, no debía contar más de seis o siete años, vi por primera vez al cisne negro. Entró en mi casa y se paseó por ella. 

Una tarde, aburrido en aquel séptimo piso de un bloque en la periferia, hice una pequeña trastada doméstica que le costó la vida a un aparato de radio, el único que había en casa. Fue algo accidental, infantil y más bien tonto. El aparato era una vieja y prodigiosa Telefunken que había pasado de la generación de mis abuelos a la de mis padres. Cuando mi madre vio el estropicio solo dijo:

-Cuando tu padre llegue y lo vea te vas a enterar.

Mi padre llegó. Tarde, cansado y de mal humor. Las consecuencias fueron desmedidas incluso a los ojos de un niño, con ese agudo sentido de la justicia de los infantes. Mi madre se dio cuenta de la desproporción y empezó a discutir con él. Al principio todo transcurría por los cauces de lo razonable, pero pronto empezaron a surgir antiguas deudas, viejos disgustos, reproches que llevaban lustros agazapados en la penumbra de la memoria. Se recordaron sucesos lamentables acontecidos antes de mi nacimiento, riñas entre familiares mal resueltas o sepultadas bajo sacos de arena dolorosamente depositados. Mis padres estuvieron días sin hablarse, el ambiente era cortante, tenso, previo a la violencia o al divorcio. Con el tiempo, claro está, las aguas volvieron a su cauce. Pero jamás se resolvieron los antiguos problemas. Se marchó el cisne y regresó el silencio. Esa alternancia se dio, entre mis padres, hasta el fin de sus días. No se divorciaron ni hicieron las paces. Si alguien cree en la otra vida, dé por sentado que en la otra siguen en la misma dinámica, para toda la eternidad de cisnes negros y silencios.

En España el cisne negro se puede llamar Pablo Hasél o la Infanta vacunada en los Emiratos Árabes. Tiene más nombres, pero vamos a limitarnos a esos dos. Aunque quizás no cumplen con todos los requisitos de la Teoría del Cisne Negro, se le acercan mucho.

Hasél es un joven enfadado, desafortunado y niño de casa rica para más señas, cuya enorme carga de odio, machismo y resentimiento le llevan a escribir unos poemas terribles, de calidad nula pero de gran carga violenta. A priori, pues, su ingreso en la cárcel, por más que pueda parecerle injusto a más de uno, no debería haber provocado tal oleada de destrucción, saqueo y llamas. Un hombre, un trabajador público, estuvo a punto de perder la vida en esas algaradas y ningún político se posicionó a su favor. 

Muchos de los políticos catalanes han sido incapaces de posicionarse ante los hechos, y su silencio, ceguera y sordera solo allanan el camino del cisne negro. En Chile, los disturbios empezaron con la subida de unos céntimos del billete del metro. En Cataluña, nadie cree que la libertad de expresión sea capaz de levantar esas hogueras ni de destruir tantas tiendas: gozamos de unas libertades razonablemente buenas, muchísimas más que las que se gozan en más de medio mundo. Eso es el cisne negro, no es la libertad de expresión.

Pocos días más tarde, las dos Infantas se vacunaron contra el virus en un país lejano y se supo el suceso. Todos los medios hablaron de ello y no hubo tertulia que soslayara el asunto. Y aunque no hubo quema de contenedores ni escaparates hechos añicos, vi la sombra del cisne negro andando por las calles. Y de nuevo, los políticos, callaron o se pronunciaron a impulso de tuit nocturno con ocurrencias ingeniosas, comparaciones maliciosas o chascarrillos tabernarios.

Alguien me dirá: bueno, no pasa nada grave, todo volverá a la calma y saldrá el sol, se disolverán las algaradas como la niebla en el alba, solo son jóvenes aburridos o políticos desnortados que aprovechan el paso del Pisuerga por Valladolid cuando no tienen proyectos ni quehaceres. Puede ser cierto. Pero no se deben olvidar de que estamos en España, y de que nuestros abuelos se mataban entre ellos y luego echaban los cadáveres por el barranco o en la cuneta. Y, digan lo que digan, no se mataban por grandes ideales políticos si no por viejas rencillas, envidias, odios y ese malestar ancestral que recorre España, des de Figueras hasta Cádiz, des de Bilbao a Algeciras. 

4 comentaris:

  1. No se han cerrado las viejas heridas, y ahí te doy la razón. Y hay malestar porque hay ciertos parámetros que se debieron cumplir.
    Uno es el de los fusilados en las cunetas por los alzados contra la república. Hay métodos y se puede encontrar el dinero para un entierro digno, y mientras no se haga hay una deuda con ellos.
    Dos. Es de poner en el mismo saco los fusilados por los alzados y los martirizados por las Chekas, (Barcelona, Madrid, Valencia...) Todos son torturas.
    Tres. Dignificar y acabar con los trescientos cincuenta muertos que faltan por aclarar de la ETA, mediante un diálogo, un entente, un intercambio de información o lo que se desee, pero aclararlo, dado que hay muchos familiares detrás, para cerrar página.
    Cuatro. Poner en el mismo saco todas las acciones de violencia callejera, sea Arrán, sea Fuerza Nueva, y juzgarlo por igual.

    Vienen tiempos peores, LLUIS, mucho peores. Viene la resaca. El fin de la pandemia, si, pero el principio de algo nuevo, un sistema que no sabemos como nos afectará, pero que socialmente nos pasará factura. Y acabaremos como los argentinos, de psicoanalista a psicoanalista.

    Hasel ha sido la excusa, y sino hubiera sido él, hubiera sido otra cosa, cualquier otra excusa. El cisne negro siempre va de la mano de la desesperanza.

    Salut

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    1. Hasél y el virus actúan como un cisne negro, es evidente. Comparto tus cuatro puntos.

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  2. Molt bo, Lluís. Precisament, els bons governants són els que aturen l'arribada del cignes negres. I ara mateix tenim uns polítics que, per amagar la seva ineptitud, l'única cosa que fan és alimrntar-los

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  3. Aquí no creo que haya un malestar que se manifieste en disturbios, un malestar previo que considere un hecho concreto para actuar como válvula de escape de una presión acumulada. Para mí, estos alborotadores, terroristas callejeros o como quiera llamárseles tienen ese estilo de vida, viven en eso y aprovechan a los tontos útiles que se congregan por una determinada causa, dígase libertad de expresión, dígase presos de aquí o allá, para dar rienda suelta a su plan antisistema. En este caso, la radio rota es lo de menos, quizás incluso ni siquiera se le prestaba atención.

    Saludos.
    PODI-.

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